Interesante el programa doble programado por la Quincena Musical, que ofrecía dos obras de Rossini. La primera de ellas (1811) pertenece a la primera época del compositor de Pésaro, cuando todavía no había triunfado, mientras que la segunda (1831, completada en 1841) corresponde a su época parisina, en la que ya habían quedado atrás todas sus óperas. Para el aficionado ha sido una manera perfecta de escuchar al Rossini ligero de los primeros tiempos y al músico excepcional y dramático de sus últimos años. El concierto ha sido un éxito, empezando por una dirección casi milagrosa, unos conjuntos musicales intachables y unos solistas, que han sido un buen complemento, no particularmente brillantes.
Es preciso referirse antes de nada a la dirección de Alberto Zedda. Todos sabemos que la comunión Rossini-Zedda es única desde hace muchos años hasta el punto de que el Festival Rossini de Pésaro y todo lo que ha significado desde su creación no habrían sido posibles sin la presencia del director italiano. Con razón se le puede considerar como el auténtico representante de Gioachino Rossini en el planeta Tierra. Nada, por tanto, puede extrañar que la dirección de Zedda haya sido magnífica, como son todas las suyas, cuando de la música de su jefe se trata. Lo que resulta mucho menos comprensible es la frescura, la energía y la agilidad de las que hace gala Alberto Zedda a sus 86 años. Realmente, es un auténtico milagro musical y vital. Por si lo anterior no fuera suficiente, diré que dirigió el Stabat Mater sin partitura. No creo exagerar al decir que tanto los músicos, los coralistas y los solistas como el público nos sentíamos emocionados ante la interpretación que nos ofreció el maestro Zedda.
La Orquesta de Cadaqués me produjo una muy positiva impresión. Hacía unos cuantos años que no la escuchaba en vivo y la verdad es que la he encontrado muy mejorada. Es evidente que la presencia en el podio de Alberto Zedda ha tenido mucho que ver en su rendimiento. Confieso que me habría gustado que hubiera controlado más en algunos momentos el volumen orquestal. El otro grupo musical magnifico ha sido el Orfeón Donostiarra en una actuación afinadísima y difícil de superar. El coro a capella de Quando corpus morietur fue un momento mágico.
En cuanto a los solistas hay que lamentar la cancelación a última hora de Nicola Alaimo, que fue sustituido in extremis por Fernando Latorre. El bajo barítono vizcaíno podría haber dicho lo que Lope de Vega escribió en sus conocidos versos sobre el soneto: En mi vida me he visto en tal aprieto.
Lo mejor del cuarteto solista fue la actuación de María José Moreno en la primera parte del concierto, como la Reina Dido. Cantó con gusto y emoción, sin problemas de tesitura. En el Stabat Mater me pareció lo más interesante la prestación de la mezzo soprano Marianna Pizzolato, muy adecuada en el fragmento Fac, ut portem Christi mortem. Celso Albelo no brilló de modo especial en el siempre esperado Cujus animam gementem, salvo en las notas más altas. Finalmente, Fernando Latorre salvó los muebles en sus intervenciones.
El Kursaal ofrecía una entrada de alrededor del 95 % de su aforo. El público mostró su entusiasmo al final del concierto, con ovaciones prolongadas para los solistas, orquesta
y coro. Fue una lástima que Alberto Zedda no quisiera saludar nunca solo, ya que en el ánimo de los espectadores estaba especialmente su figura y su dirección.
El concierto comenzó con 6 minutos de retraso y tuvo una duración de 1 hora y 47 minutos, incluyendo un intermedio. La Morte di Didone tuvo una duración de 22 minutos, siendo la duración del Stabat Mater de 57 minutos. Siete minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 66 euros, habiendo entradas con plena visibilidad desde 17 euros.
José M. Irurzun