Casi toda la prensa nacional se ha hecho eco del la inauguración de la temporada 2015-16 del Teatro Real de Madrid con la ópera de Donizetti Roberto Devereux. Al margen de las habituales críticas, han aparecido diversos artículos relatando el evento como crónicas sociales.
Llama la atención que algún diario nacional titula su artículo “El Teatro Real de Madrid recupera el esplendor de tiempos pasados”. Este título hace pensar, en principio, que la representación de Roberto Devereux de Donizetti fue extraordinaria como en los mejores tiempos del Real. Sin embargo, al leer el texto, nos encontramos con que el “esplendor” se debe exclusivamente a la presencia de los reyes y a personajes del papel cuché.
Si abrir la temporada por todo lo alto depende de la asistencia de esos personajes, es que seguimos en el siglo XIX. O en el siglo XX ,en el momento que alguien dijo al reinaugurarse el Teatro (no hace aún ni 20 años) que «había que tener un abono en el Real si se quería ser alguien».
Así no hay manera de conseguir un teatro para este siglo, un teatro abierto a todo tipo de públicos. Quienes lean esta crónica seguirán pensando que esto de la ópera es para una élite de pudientes. Si a ello se une el precio general de las localidades (descuentos para jóvenes a última hora al margen), no hay manera de popularizar la expresión más completa e importante de la cultura.
La ópera no puede seguir siendo considerada como un fenómeno social donde se va a ver y a ser vistos. O a relacionarse o hacer negocios. Se olvidan de que lo más importante es el canto, la música y la escena, por este orden.
Francisco García-Rosado