Muchos teatros, sus gerentes y directores artísticos de ópera tienen ganas, no se sabe bien si por conciencia de lo que hay que hacer o por puro oportunismo, de hacer ópera para niños. El Liceo de Barcelona, el Real de Madrid, ABAO en Bilbao, el Palau de les Arts en Valencia entre otros incluyen en sus temporadas ópera para niños y jóvenes además de un taller de ópera para jóvenes cantantes. Aquí también hay que incluir los descuentos en el precio de las localidades para los jóvenes. El resultado es muy desigual y en absoluto equiparable entre todos ellos.
La ópera es elitista, pero el elitismo, que en su momento se situaba en la nobleza de título, sangre o medios económicos, se va transformando muy lentamente en la élite del número mínimo de personas que pueden acceder a los teatros líricos, y no sólo por el precio de las localidades, muy alto, sino por el espacio que ocupan esos coliseos. La voz humana en la ópera no llena espacios ilimitados. Esto conlleva a que un espectáculo carísimo, en nuestro país subvencionado en un tanto por ciento muy elevado por el Estado central o Administraciones autonómicas, ayuntamientos etc., sólo pueda ser disfrutado por muy pocos ciudadanos a pesar de los esfuerzos que hacen algunos directores y gerentes por abrir sus puertas a todos. Junto a este problema general, que habrá que diseccionarlo pausada y profundamente en otro momento aparece otro que si se podría solucionar. Existe la mentalidad en algunos directores artísticos de que a los jóvenes les gusta la ópera contemporánea y moderna. No se ha hecho encuesta alguna de donde deducir esta afirmación; más parece una intuición sin fundamento. En el trasfondo está la confusa y errónea idea que como a los jóvenes les gusta la música ”ruidosa” de sus cantantes y grupos, es lógico que les gusten las composiciones líricas de los compositores actuales o de la segunda mitad del pasado siglo.
Sin embargo, la experiencia indica tozudamente que las cosas no son así. He tenido la posibilidad de llevar a la ópera a muchos jóvenes y mi experiencia me dice que lo que a ellos les gusta es la melodía, la música armónica y una historia bien contada, justo de lo que suele adolecer la ópera actual salvo excepciones. Quien tuvo la mala fortuna de asistir por primera vez a un teatro de ópera para ver y escuchar alguna “genialidad” contemporánea, han prometido no volver nunca más. Y al contrario. Aquellos, los más, que asistieron a una ópera, digamos clásica y escenificada con coherencia y bien narrada para que se entienda, se han quedado enganchados para toda la vida. Esta es la realidad que se puede constatar a poco que se pregunte a la gente joven. Incluso rechazan las óperas habituales pero en producciones incomprensibles, lo que es moda y derroche hoy. Así no se conseguirá entusiasmar al público de mañana al mayor y mejor espectáculo que ha creado el hombre: la ópera. Por ejemplo, el Teatro Real de Madrid ha tenido que elevar la edad de los jóvenes para acceder a un descuento importante en las localidades, de 25 a 30 años. Es un dato, entre otros que se pueden aportar.
El camino no parece ser el seguido hasta ahora. El público de estos teatros tiene derecho a poder contemplar los espectáculos que desea, junto con otros que se le van ofreciendo de la antigüedad y actualidad, pero siendo el grueso del siglo XVIII y especialmente del XIX y primera mitad del XX. Los ciudadanos pagan con sus impuestos. Ahí esta el futuro de la ópera o se morirá.
Francisco García-Rosado