«La rosa azafrán» Teatro Zarzuela Redacción OW
Hace más de 90 años se estrenó en Madrid, en el Teatro Calderón, la obra cumbre de Jacinto Guerrero: La rosa del azafrán. Y se cumplen 21 desde que se representó por última vez en el Teatro de la Zarzuela. Esa hermosa flor de otoño a la que hace referencia el título de la obra –cuyos textos están firmados por esa pareja de autores infalibles que eran Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw–, esa flor única «que nace al salir el sol y muere al caer la tarde», el azafrán guerreriano, ha perdurado casi un siglo sin perder ni una sola de sus propiedades. Así podrá comprobarlo y disfrutarlo el público en estas 14 funciones que irán desde el 25 de enero al 11 de febrero. La obra de Guerrero es un catálogo de costumbres y testimonio de la estética de su época; el compositor no renuncia a sus frecuentes melodías populares y a su estilo “fácil” que le hizo siempre popular en los escenarios de España y en los de América.
El director musical de esta producción, José María Moreno, que estará al frente de un espléndido doble reparto, así como del Coro Titular del Teatro y de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, comenta que para él la figura de Jacinto Guerrero y su música tienen un significado muy especial. Por su parte, el director de escena, Ignacio García, reflexiona sobre las zarzuelas de la Edad Dorada que están ligadas a distintas regiones de nuestro país, «convirtiéndose en verdaderos himnos, símbolos y retratos emocionales de esos territorios», y asegura que «en esa variedad de caracteres y de manifestaciones populares de nuestra literatura, de nuestra música y de nuestra danza radica una de las mayores riquezas culturales de España». En La rosa del azafrán, tanto la partitura como el libreto «destilan la esencia de esa tierra, la nobleza de sus gentes y de su historia, y la vida de sus campos», donde hay «un hueco para la literatura clásica, con el Quijote y sus molinos, y con El perro del hortelano, sus celos irracionales y sus conflictos de clase». El montaje pretende recalcar «la dureza del trabajo en el campo —la humildad y la pobreza del mundo rural hispánico de finales del siglo XIX— y el paso de las estaciones como una forma de organizar las labores del campo, pero también como metáfora de todos los ciclos de la vida y de los complejos sentimientos que se van desarrollando en la obra».
Por segunda vez aparece Lope de Vega en esta temporada lírica del Teatro de la Zarzuela: la primera fue el estreno absoluto de El caballero de Olmedo, y en el mes de junio llegará un tercer título que tiene al Fénix como coautor de su libreto, Doña Francisquita, que se suma a la lista de obras líricas basadas o inspiradas en distintos títulos del comediógrafo madrileño. Respecto a La rosa del azafrán, la obra del genio del Siglo de Oro de la que parte es El perro del hortelano, aquel que ni come ni deja comer, como le ocurre a Sagrario, interpretada por las sopranos Yolanda Auyanet y Carmen Romeu, con el bueno de Juan Pedro, ese joven forastero que llega a trabajar al pueblo, encarnado por los barítonos Juan Jesús Rodríguez y Rodrigo Esteves, y que en principio se interesa por Catalina, criada a la que da vida Carolina Moncada. Entre los diferentes personajes que van y vienen para enredar y desenmarañar la historia están el tenor-actor Ángel Ruiz, los actores-cantantes Juan Carlos Talavera y Pep Molina el actor-barítono Emilio Gavira o el actor Chema León. Mención especial merecen dos grandes de la escena como son la actriz y cantante Vicky Peña (recientemente galardonada con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes), en el papel de la casamentera Custodia, y el infatigable Mario Gas, maestro de maestros que en esta producción asume como actor el rol de Don Generoso, antiguo amo del pueblo que perdió las ganas y la razón desde la muerte de su hijo. Y también una alusión destacada a la cantante de música popular Elena Aranoa, garganta y corazón del pueblo que va introduciendo los diferentes cuadros de la escena con la genuina raíz musical de la tierra.
En este sentido, la escenografía de Nicolás Boni, el vestuario de Rosa García Andújar, la iluminación de Albert Faura y la coreografía de Sara Cano comparten la finalidad de mostrar esa esencia, aunque estilizándola de forma teatral mostrando de forma desnuda la cruda dureza de aquella vida, pero preservando de alguna manera su marcado carácter bucólico. Se trata de «una apuesta por un folclore profundo sin folclorismos impuestos, buscando más la esencia de la obra que la decoración impuesta a veces por las postales regionalistas de otro tiempo», explica García.