La Rusalka de Carsen vuelve a la escena parisina

La Ópera de París trajo de vuelta este martes, hasta el 13 de Febrero, la ópera en tres actos de Dvořák, Rusalka, con una de sus mejores puestas en escena, la creada en 2002 por Robert Carsen precisamente para esta misma casa. La que es y será la más famosa de las óperas checas debe su nombre al espíritu del agua que vive en lagos o ríos de la mitología eslava, y se entremezcla con la famosa historia de La Sirenita de Hans Christian Andersen y Undine de Friedrich de la Motte Fouqué.

Rusalka, enamorada de un joven príncipe humano, pide a la bruja Jezibaba que la transforme en mujer para poder entregarse a él. Sin embargo, a pesar de los poderes de la bruja, Rusalka pierde la voz en la transformación y queda muda, pero dichosa, en el mundo de los humanos con su Príncipe. Poniendo en duda si Rusalka está bajo un hechizo un guardabosques y un chico de cocina alertan a una princesa extranjera que nos traerá el gran conflicto de la obra al quedar el Príncipe seducido por ésta, por su pasión ardiente y su voz, y hacer que rechace a la muda Rusalka. El clímax dramático se alcanza cuando Jezibaba, entre burlas, informa a la protagonista de que para volver a su antiguo ser debe matar al Príncipe, a lo que ella se niega. No obstante, abandonado por la Princesa extranjera, el Príncipe corre al estanque y ruega a Rusalka que le bese pese a que ello le arrastre a la muerte. La tragedia se consuma y el Príncipe muere en brazos de Rusalka.

La Rusalka de Carsen vuelve a la escena parisina
La Rusalka de Carsen vuelve a la escena parisina

Robert Carsen nos presenta entre fantasía y realidad un universo separado en dos. El primer acto el mundo humano y el mundo de las sirenas comparte el mismo espacio uno debajo del otro. La parte más alta del escenario, perteneciente a los humanos, es una simple habitación con sillas y camas colgantes que se reproduce en la parte de abajo con la simetría de un espejo. El mundo acuático, abajo, tiene un pequeño lago en el centro de la escena donde Rusalka y sus tres hermanas, las ninfas, juegan sin preocupaciones. Las tres ninfas representadas por la soprano Andreea Soare, la mezzo-soprano Emanuela Pascu y la contralto Élodie Méchain aunque sobrepasadas un poco de volumen en el primer acto se refinan en el tercero ofreciéndonos un trio delicioso. Luces azules y reflejos de agua nos introducen a ese “Himno de la Luna” tan reconocido, “Řekni mu, stříbrný mĕsíčku, Mé že jej objímá rámě, Aby si alespoň chviličku,…” (Dile, Luna plateada, que es mi brazo quien lo abraza, para que se acuerde de mi…), justo antes de la aparición de Jezibaba entre llamas. Ésta es interpretada por la mezzo-soprano americana Michelle DeYoung, de gran vibrato y graves siempre bien apoyados que encaja perfectamente en el personaje. Hace una actuación oscura y brillante convirtiéndose, cuchillo en mano, en una mujer entre la locura y la histeria.

El segundo acto nos presenta de nuevo un escenario de reflejos, esta vez creando dos imágenes paralelas pertenecientes al mismo mundo, el de los humanos. Casi a modo de metáfora psicológica, Carsen dobla en cada parte del escenario a cada intérprete excepto a Rusalka, cuyo alter ego es la Princesa extranjera, que interpretada por Karita Mattila presume de tener un gran poder interpretativo. La soprano tiene unos agudos muy bien posicionados, aunque a veces demasiado estridentes debido a su interpretación, aun así podemos disfrutar de su luminosa voz. El guardabosques, Tomasz Kumiega, y el chico de cocina, Jeanne Ireland, son un buen tándem. Ambos hacen su aparición en este acto e interpretan con gusto sus papeles. El barítono Thomas Johannes Mayer representa a Ondine, el padre de Rusalka, que ya apareciera en el primer acto, pero que en éste escucha y pena las desgracias de su hija transmitiéndonos un profundo pesar con sus graves redondos y su intensa y sobrecogedora interpretación mientras repite sin cesar «¡Pobre, Pobre Rusalka!».

En el tercer acto, tal y como le pasa a Rusalka, los dos mundos se entremezclan. Podemos ver tras unas olas translúcidas la habitación que vimos en los actos anteriores, que aparece ahora colgada de forma vertical frente al público y pletórica de rosas rojas.

Los protagonistas de la noche son correctos. Rusalka es interpretada por la soprano Camilla Nylund, una gran interprete escénica que nos sobrecoge y sabe transmitir el tormento de su papel. Combina un dominio vocal impecable y una voz muy carnosa pero que no quiere forzar sus agudos, siempre apoyados pero atacados desde abajo, que hace que queden a veces un poco vacíos. Algo parecido le sucede al tenor alemán, Klaus Florian Vogt, el Principe del reparto, que pese a su impecable técnica, tiene una emisión perfectamente proyectada, agudos claros y homogéneos, peca tal vez de poca expresión en la voz y a veces sus sonidos resultan incluso un poco infantiles.

Para terminar destacar la impecable actuación de la directora finlandesa Susanna Mälkki, ¡qué gusto ver a una mujer dirigiendo en la Opera de Paris! Sabe llevar perfectamente a su orquesta y amoldarla a la gran riqueza orquestal de la obra. Precisión en el foso y sobre el escenario, donde  nada de lo que ocurre le pasa desapercibido.

Rebeca Blanco Prim