La boca del escenario del Liceu abre el curso con el sabor vacacional de esta opera bufa donde el director Emilio Sagi ofrece al espectador una auténtica sitcom con una estética refinada e íntegra al amparo de la hermosa resolución melódica con la que Rossini homenajea la coronación del rey francés Carlos X y el Gran Teatre, por la parte que le toca, homenajea en su estreno a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils.
Emilio Sagi plantea una visión desahogada donde el “Hotel del lirio dorado” es un cuadro exterior fijo formado por una pasarela-solarium de madera de color blanco elevada que se recorta contra el fondo escénico de un cielo saturado a una sola tinta. Allí coincide un variopinto elenco de aristócratas de toda Europa en su viaje hacia Reims, donde planean asistir a la ceremonia de coronación real.
Una visión desahogada decíamos, pero también rigurosa en los detalles y rotunda como conjunto: el blanco de objetos, los uniformes de los trabajadores y, sobre todo, de los albornoces de los huéspedes desproveen a la alta aristocracia de sus atributos estéticos y hace que el espectador se concentre en los rasgos y excentricidades particulares de cada cual, pero sobre todo en la comicidad de cada uno de sus desequilibrios. Del blanco al negro, en la segunda parte los personajes engalanados con vestidos, trajes y alhajas distintivos de cada uno retratan esa otra parte pública de sí mismos a modo de caricatura de cada una de sus nacionalidades. La transición entre ambos es la álgida y aplaudida conclusión del primer acto con el copioso concertante a 14 voces donde los personajes cambian su vestuario en escena a la par que cambian sus planes de viajar a Reims ante la imposibilidad de encontrar caballos y deciden festejar la coronación en el mismo balneario y desde ese mismo instante.
Un reparto sin fisuras bajo la batuta de Giacomo Sagripanti redondeó una velada divertida donde el aplauso fue frecuente y tan solazado como la propia obra. Sabina Puértolas hizo las excéntricas delicias de la Condesa Folleville en su aplaudido “Patir, o ciel” y Ruth Iniesta encarnó a la propietaria del balneario con una autoritaria frescura que supo agradar al público. Carlos Chausson debutó con un contundente y reconocido Barón de Trombonok e Irina Lungu hizo brillar a la improvisadora poetisa Corinna en sus dos arias al arpa y en su hilarante escena de tira y afloja hasta finalmente rechazar al caballero de Belfiore de Taylor Stayton, que supo darle buena réplica. Pietro Spagnoli arrancó los únicos bravos de la noche con el “Medaglie incomparable” de su Don Profondo y Roberto Tagliavini puso los galones al sufrido enamorado Lord Sydney. De otra parte, el triángulo amoroso formado por el celoso conde de Libenskof de Lawrence Brownle dejó un aplaudidísimo dueto “D’alma celeste, o Dio” junto a la marquesa Melibea de Maite Beaumont y, como tercer vértice del triángulo, el pretendiente español Don Álvaro con el que un gran Manel Esteve acaparó la atención tanto de la marquesa como del público.
Este Viaggio a Reims en el Liceu pudiera ser por su liviandad y por la ausencia de coro una antesala del verdadero inicio de temporada en octubre con Un ballo in maschera, una antesala liviana pero en absoluto banal, un viaggio que ha sabido cobrar peso precisamente por viajar ligero de equipaje.