La SSO es tan impredecible como Andy Warhol, al que rinde homenaje en su último concierto

La SSO es tan impredecible como Andy Warhol, al que rinde homenaje en su último concierto
La SSO es tan impredecible como Andy Warhol, al que rinde homenaje en su último concierto

La Seattle Symphony Orchestra es una de las orquestas más dinámicas de Estados Unidos. En Opera World pudimos comprobarlo con los conciertos del jueves y el viernes pasados, con sendas entregas de sus exitosas series Masterworks y [Untitled].

El jueves contaba con el atractivo del Concierto para Piano Núm. 1 de Piotr Ilyich Tchaikovsky, que se completaba con la Fantasía Sinfónica de Alexander Zemlinsky Die Seejungfrau (La sirena, a  partir del cuento de Hans Christian Andersen). Ambas obras, que por su popularidad melódica o temática hunden sus raíces con fuerza en la cultura pop, encontraron hilo conductor en el concierto del viernes, [Untitled] 3, el último de esta serie, dedicado a la figura del pintor estadounidense Andy Warhol, con obras de Paul Moravec, Yannis Kyriakides y la ópera pop son música de Heath Allen y Dan Visconti sobre el celebérrimo pintor.

El director de orquesta alemán Christoph König es muy conocido por los aficionados españoles por sus apariciones con la Real Filharmonia de Galicia, la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE en Madrid o la Orquesta Sinfónica de Barcelona. König también fue Principal Director Invitado de la Filarmónica de Gran Canaria y apareció en el Teatro Real de Madrid con El rapto en el Serrallo de Mozart. En esta ocasión, se presentaba por vez primera con la SSO en Seattle, dentro de un ambicioso tour por Norteamérica que le está llevando a dirigir algunas de las orquestas más relevantes del país. 

König trató con sencillez y mimo la partitura de Zemlisky, con una batuta académica y llana. La precisión de sus órdenes sobre el cajón destapó un buen número de matices en la música de La Sirena. König sacó de la SSO un sonido crujiente y vivo, con llamativos contrastes entre la oscuridad abisal del comienzo de la obra y el cálido crepitar de la hoguera de amor entre el príncipe y la sirena. También resaltó la expresividad del segundo movimiento, donde la música evoca la inicua personalidad de la bruja del mar. En el tercer movimiento, König dirigió sin grandes lujos, pero con una inteligencia artística que permitía una escucha plácida. Supo redondear el sonido de la SSO mediante la búsqueda incesante del equilibrio tímbrico y la afinación, aunque sin grandes alardes imaginativos, más allá de la melancolía y el despecho de la protagonista del cuento de Andersen. El conjunto resultó sencillo, tal vez algo naif, en línea con la fantasía que inspiró a Zemlisky.

George Li es un joven pianista americano de origen chino que se perfecciona en la universidad de Harvard y en el New England Conservatory, actividad que compagina con un nutrido número de apariciones con orquestas de Europa y América. Es por ello que Li cuenta con los recursos para convertirse en una figura relevante del piano a medio plazo, si bien su interpretación de la obra maestra de Tchaikovsky no nos convenció plenamente.

En uno de los arranques más brillantes de su obra, Tchaikovsky pone el voltaje melódico en la orquesta, mientras el piano parece flotar sobre el lirismo orquestal. Li pareció sucumbir desde el principio bajo la SSO dirigida por König, cuya batuta movía a sus músicos a placer. Pronto, la inseguridad del solista pareció contagiarse a la orquesta, que dibujó un primer movimiento más bien flojo, falto de relieve dramático. Era cuando la orquesta enmudecía y el piano desnudaba su línea, cuando las carencias expresivas de Li se veían subrayadas. Se evidenciaban una falta de discurso y una desconexión emocional con la obra. De seguro que su maestro en Harvard le ha ayudado a sobresalir en las partes más intrincadas de la partitura, pero al joven Li le costó transmitir su visión personal del Concierto Núm. 1. Su personalidad soló apreció de manera esporádica y tímida, en frases de concentrada melancolía. Después del irrelevante andantino, tanto Li como la SSO cuajaron un Prestisimo de quilates que sorprendió por su finura y precisión. Con la apertura inmaculada del tercer movimiento, el concierto fue tomando cierto vuelo, si bien la dupla Li-König no brilló demasiado en el plano artístico. Músicos, director y solista fueron de menos a más en una interpretación sin mucho contenido que triunfó entre la afición de Seattle, no obstante, gracias al genio inmarcesible de Tchaikovsky. La ovación del Benaroya fue correspondida por el pianista con dos bises. En el segundo de ellos, la Fantasía de Carmen de Bizet, Li abrió con más generosidad las puertas de su arte, y pudimos disfrutar de su estilo desinhibido y colorista, respetuoso con la música, accesible y franco. 

La SSO es tan impredecible como Andy Warhol, al que rinde homenaje en su último concierto
La SSO es tan impredecible como Andy Warhol, al que rinde homenaje en su último concierto

Pintando a Andy Warhol con dos obras de cámara y una (p)ópera.

El concierto de la noche del viernes tuvo lugar en el vestíbulo de la sala principal del Benaroya Hall, como el resto de la serie [Untitled], que presenta obras novedosas en un espacio más informal. En esta ocasión el concierto estuvo dedicado al pintor Andy Warhol (1928-87), en un programa redondo y elocuente que tuvo como oportuno prólogo la obra Andy Warhol Sez. Se trata de una colección de siete piezas para piano y fagot que Paul Moravec compuso en 2005 para el fagotista de la Pittsburg Symphony David Sogg, a partir de siete de las famosas citas del pintor de Pittsburg. El fagot de Seth Krimsky y el piano de Cristina Valdés ofrecieron una versión concentrada de la obra, que combinó el sarcasmo de Warhol con los sutiles matices que esconde la partitura de Moravec.

Le siguió la obra de cámara Tinkling or killing tine in an airport lounge (and being arrested), del compositor chipriota Yannis Kyriakides. La obra, que incluye piano, flauta, cuerdas, guitarra amplificada, trombón y clarinete, toma melodías de la canción Tinkle Tinkle del pianista de jazz Thelonious Monk (1917-82); y recrea una de las anécdotas de su vida, en las que el músico fue tomado por loco y arrestado en el aeropuerto de Boston. El joven director de orquesta español Pablo Rus lideró a una orquesta de nueve músicos con el ritmo y la intención apropiados, llenando las grietas entre el jazz y la música de Kyriakides. La dificultad de la pieza no mermó el resultado final, que resultó un magnífico ejemplo de cómo a partir de elementos del mundo popular, por medio de la yuxtaposición y la reiteración al modo de Warhol, se pueden crear obras muy interesantes.

La noche se cerró con la sugerente actuación del grupo de cabaret Bearded Ladies, que pusieron en escena una recopilación de la obra de Jon Darboe, Andy: A Popera, con música de Heath Allen y Dan Visconti. La música fusiona el jazz y el musical, con una orquesta mínima compuesta de viola, bajo y guitarra eléctrica, teclado y percusión. Andy: A Popera explica de la manera más elocuente (y en ocasiones más explícita), el mundo de Warhol. Sorprende la nitidez del retrato del pintor, que se consigue utilizando con inteligencia y mesura elementos audiovisuales y musicales muy sencillos. Apenas tres solistas y un coro de cinco cantantes conforman el cargamento vocal de esta ópera pop, con una línea de canto que se mueve entre la liviandad del musical y los vuelos de lo lírico. La propuesta de las Bearded Ladies consigue involucrar al espectador sin dificultad, gracias a un trabajo honesto, directo y artesanal.

La SSO no invita a reflexionar sobre los lazos entre la cultura pop y el mundo de la música culta. La compañía de Seattle vuelve a triunfar en el territorio que mejor domina: el mundo contemporáneo, que difumina la frontera entre estilos y estéticas; mientras que genera dudas en el repertorio más clásico, en un proceso de prueba y error que, por impredecible, siempre vale la pena presenciar.

Carlos Javier Lopez