Essen. Aalto Theater. 2 de marzo de 2014.
Injustamente olvidada por los programadores operísticos, esta obra temprana de Bellini empieza a resarcirse de los muchos años que ha estado empolvándose a la espera de ser llevada al escenario. Edita Gruberová se ha empeñado en rescatarla y la ha presentado, en versión concierto, en varias ciudades europeas. Essen y Zúrich tomaron la estafeta y encargaron una puesta en escena a Christoph Loy.
Esta producción se estrenó en Zúrich el año padado (protagonizada por la soprano eslovaca) y ahora ha tocado el turno a Essen presentarla (con un elenco diferente). Loy se regodea en el misterio, el fanatismo y el dolor de los grises personajes. El disparatado argumento tampoco permite muchos alegrías. La escenografía (Annette Kurz) juega con el teatro dentro del teatro con desigual fortuna y la cuidada iluminación (Franck Evin) le respalda con potencia, de la misma forma que el vestuario (Ursula Renzenbrink). El inverosímil relato, con el amor romántico exacerbado como ariete en el que todo es posible, toma sentido con un solo gesto, magistral, que el director de escena inserta: la corona que Alaide (la extranjera) utiliza en la boda de Arturo. Con ella podemos entender el rechazo de ella hacia él a pesar de amarlo, pues tiene la ambición de ser reina de Francia en un futuro. La Filarmónica de Essen mostró una faceta menos etérea de Bellini, con un sonido con cuerpo, espesura y fuerza.
Al frente tuvieron a Josep Caballé Domenech explorando las emociones de la partitura a profundidad y con la mesura adecuada para no naufragar en la pura belleza melódica. La soprano Marlis Petersen, una de esas estupendas cantantes que no son tan conocidas, interpretó a Alaide, la protagonista a la que llaman la straniera, con la sensibilidad a flor de piel. Coloraturas limpias, agudos brillantes y un canto legato de buen cuño fueron sus armas. El barítono Luca Grassi se hizo cargo del personaje del Barón Valdeburgo, su hermano. Notable voz el de este barítono italiano, que requiere un mejor control de los reguladores para ofrecer un abanico más amplio de intenciones. La voz del joven tenor Alexey Sayapin interpretó al trastornado Conde Arturo di Ravenstel. Bello timbre, caudal sonoro suficiente y musicalidad adecuada. Una promesa que tiene todo para consagrarse en un futuro no lejano. Sensacional la mezzosoprano Ieva Prudnikovaite como la despreciada Isoletta. El timbre oscuro, cálido y el excelente control del fiato le bastaron para llevarse una buena dosis de aplausos al final de la representación. Coro y comprimarios se unieron con regocijo al nivel propuestos por los solistas principales. La producción viajará a Viena en 2015. Una oportunidad de campanillas para verla en escena.
*Federico FIGUEROA.