La sugestiva música de Rodrigo Leao

Rodrigo Leao
Rodrigo Leao

Rodrigo Leao ofreció un significativo concierto en el Auditorio de Castelló en el que ponía bien de manifiesto como los sistemas electrónicos de sonido pueden combinarse con instrumentos clásicos como el piano, el cello o el violín, incluso las voces humanas, ofreciendo un recital en el que predominaba (curiosamente con un quinteto de instrumentistas) el aliento sinfónico, precisamente por la imitación, con sintetizadores bancos de sonido y órganos eléctricos de las voces de otros instrumentos de la orquesta, sin perder un acento de actualidad por el ritmo y la sonoridad. El espectáculo fue una apuesta personal de Alfonso Ribes y en verdad mereció la pena, por su originalidad y su nivel artístico.

Si hubiera que definir el talante del concierto con una sola palabra esta sería romántico. Un juego de reflejos y proyecciones cinematográficas en el fondo de la escena, apoyaba la música, generando un ambiente en el que uno encontraba vecindades con temas de películas hollywoodienses sentimentales, a lo Garruti, Horner, Barnes, Vangelis, Newmann y…. las proyecciones y la luminotecnia acompasadas con la música, de alguna manera se convertía en un conjunto de percepciones cromáticas musicales. Si en las obras iniciales uno encontraba ecos de Saint Saëns o Massenet, por más que por encima de lo estrictamente melódico predominaba lo sensorial, luego con la presencia de un coro de féminas a «bocca chiusa»  que se integraban en el espacio instrumental, el aliento se transmutó en una certificación de ensueño. La verdad es que  este comentarista llegó al auditorio cansado después de andar cinco Km. (por culpa de los triglicéridos y la glucosa) y se sintió apacible y relajado en la butaca, al oír al colectivo del portugués que años ha fundara Madredeus. De hecho, la oscuridad de la sala invitaba a cerrar los ojos, aunque  el calidoscopio de reflectores incitaba a abrirlos en algún instante para encontrarse con la atmósfera celeste de luces e imágenes inverosímiles, mecido por el aliento musical, en el que predominaba sobre todo el ambiente por encima de la melodía.

El ritmo fue creciendo a medida que avanzaba el concierto con la intervención de una pianista que resultó ser una excelente soprano de cristalina voz, que si bien tuvo un protagonismo respecto al acompañamiento, no es menos cierto que estaba integrado con él como una cascada que anima especialmente un paisaje frondoso y montaraz.

Hubo un intercambio de temas muy inspiradores con otros de ritmo obstinado ya también soluciones en las que parecía evidenciarse el maqam o escala oriental. Ello concedió a muchas de las piezas un particular exotismo que plasmaba efectos muy heterogéneos, pero todos ellos seductores y sugerentes. No faltó una especie de salmodia rítmica sincopada, que concedía junto con los demás motivos una variedad muy turbadora a las diversas piezas interpretadas sin solución de continuidad y solo interrumpidas por los intervalos de los aplausos del público.

Y siempre una serie de sensaciones con acentos muy diversos y protagonismos del piano, el cello y el violín, y el ambiente engendrado por los instrumentos eléctricos que creaban evocaciones atmosféricas que sin duda tenían tanto de cromático como de fascinador en lo sensible. Todo el concierto logró transportar a la audiencia a una iluminación con postulado de delirio sonoro. La armonía y el ambiente, que forjaron un vestigio con aliento de vivencia encantada, fascinaron. De acuerdo en que no estábamos ante una sinfonía de Bruckner o un nocturno de Chopin. Era otra cosa, pero tenía sugestión, que no es poco.

Antonio Gascó