Al saludar, una ovación atronadora y sostenida inundó el Gran Teatre durante casi diez minutos, casi como un eco de la abrupta tormenta de verano que precedió al estreno de Luisa Miller en Las Ramblas de Barcelona. Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala rubricaron una brillante grande finale a esta temporada 2018-19 con esta poco representada ópera de Giuuseppe Verdi, que cierra por todo lo alto la etapa de Christina Scheppelmann como directora artística del Liceu.
Blanco sobre negro, el director Damiano Michieletto recoge del libreto la oposición clasista de las familias protagonistas de la historia y la plantea visualmente, en cuanto a escenografía y vestuario, como el collage de dos realidades enfrentadas: en blanco el impoluto mundo aristócrata de la familia de Rodolfo, en gris el desgastado mundo campesino de la familia de Luisa. Entre ellos, en púrpura, navega sibilino el funesto mayordomo Wurm, aproximadamente del mismo cromatismo servil que la tapicería de las sillas de su señor. Escénicamente ambos mundos mantienen una relación biunívoca, los enseres se desdoblan, las camas, la mesa de reunión familiar, pero también la arquitectura lo hace horizontalmente, en una suerte de relación especular separada por una cenefa horizontal fluorescente que mantiene las realidades a raya como si se tratara de la tensión superficial de un líquido. A este concepto central se suma la aparición esporádica de Rodolfo y Luisa encarnados en la piel de dos niños sin otra relevancia narrativa que aseverar machaconamente la actitud paternalista de sus padres aún en su vida adulta en una suerte de «ornamento dramatúrgico».
Así y todo, la huella más honda de la noche fue en lo musical. Es inusual esta ópera de Verdi al apoyarse casi por igual en las cinco patas que forman sus personajes y exigir la presencia equilibrada y protagonista de cinco voces que sostengan un espectáculo musical no ya sin cojeras, sino firme y plenamente sólido como este. Cimentados desde el foso con la fina y electrizante batuta del maestro venezolano Domingo Hindoyan y secundados por el coro de Conxita García, se levantaban los dueños del escenario: P. Bezcala y S. Radvanovsky encarnan el romance torcido entre Rodolfo y Luisa, donde ninguno de los dos personajes es dueño de sí mismo, sino que chocan irremediablemente contra la jaula de las expectativas impuestas por sus padres, el Conde Walter y Miller, interpretados por unos acertadísimos Dmitry Belosselskiy y Michael Chioldi. Profesan entre sus clases sociales un resentimiento mutuo e insalvable, ni si quiera a través del amor de sus hijos. Entre esas dos aguas inmiscibles se mueve el ladino consejero Wurm, interpretado por un inspirado Marko Mimica, para ganar su matrimonio con Luisa y dirigir a Rodolfo hacia un enlace de conveniencia con la duquesa Federica, a la que J’Nai Bridges aportó el carisma necesario.
El Rodolfo de Bezcala detuvo el aliento de la sala y hasta el giro mecánico del escenario con la ovación recibida por un gran «Quando le sere al placido» y la Luisa de Radvanovsky, de principio a fin, en su dramaturgia y su canto fue capaz de dejar un público saciado de espectáculo, soliviantado de hermosura, dedicándole los mayores bravos y la más larga ovación final. El Liceu, ¡qué duda cabe!, abre con esta Luisa Miller el telón de una memorable y refulgente noche de verano.
Félix de la Fuente