La Traviata adulterada de Peter Konwitschny llega a Seattle. Y triunfa.

Seattle Opera 2017 La  Traviata McCaw Hall
Seattle Opera 2017 La Traviata McCaw Hall

La Opera de Seattle presentó durante el pasado fin de semana La Traviata de Giuseppe Verdi, en una producción del director de escena alemán Peter Konwitschny con el maestro Stefano Ranzani en el foso. La compañía contó con dos elencos encabezados por Corinne Winter y Angel Blue como Violetta, Joshua Dennis y Zach Borichevsky como Alfredo y los barítonos Weston Hurt y Stephen Powell en el papel de Giorgio Germont.

La propuesta escénica, que se sirvió sin descanso entre actos, supuso toda una novedad en Seattle. Las producciones en Estados Unidos no acostumbran a ser tan arriesgadas como en Europa. Por ello, esta versión de Konwitschny, que reduce al mínimo los elementos escénicos para cargar el peso del drama en Violetta, parecía estar destinada a crear cierta controversia. Además, el director se toma bastantes licencias con la obra de Verdi, como eliminar por completo la escena del baile en el segundo acto y el coro de carnaval del tercero. También se mete tijera al libreto en varias escenas, como la de la carta, que además es incomprensiblemente tergiversada en los sobretítulos en inglés, creados por Jonathan Dean. Dean se inventa un agradecimiento de Germont a Violetta que Piave nunca escribió, y elimina la mención al duelo y la huida de Alfredo al extranjero. Todo ello supuso un despropósito que pareció pasar desapercibido entre el público.

Konwitschny trata de presentar a Violetta como una mujer enfadada con la vida, que no está verdaderamente enamorada de Alfredo (presentado como un intelectual con poco encanto) y que sólo se acerca a él para huir de su asfixiante entorno social y de la idea de la enfermedad que la consume. En el programa de mano se abunda en esta visión, y se afirma que La Traviata ¨no es una historia de amor¨ y que ¨el dueto de amor del tercer acto es una fantasía en la que ambos personajes no muestran sus sentimientos verdaderos¨.

Este despropósito, que no engaña a cualquiera que escuche sin prejuicios la música de Verdi, convenció a los espectadores de Seattle por su eficacia visual. Violetta se muestra encerrada entre telones que se superponen y que crean una efectiva sensación de claustrofobia; una omnipresente silla negra, símbolo de la enfermedad de la protagonista, es el único mobiliario en escena; y el coro supone el elemento escénico tratado con mayor inteligencia por el director de escena alemán, que recrea con elegante plasticidad una sociedad tóxica que se solaza con el dolor de los amantes, y propicia su enfrentamiento. No deja de sorprender que, pese a la parquedad de lo visual, la inteligencia de sus creadores hace que la producción resulte de lo más elocuente. El mejor ejemplo lo encontramos al final del segundo acto: tras la disputa con Violetta, Alfredo llama a los asistentes a la fiesta en casa de Flora, y todos acuden con los cubiertos en ristre, salivando ante el espectáculo que están a punto de contemplar. Después de que Alfredo insulta a Violetta, todos caen a tierra como extasiados. En el preludio al tercer acto, mientras suena el tema de la enfermedad, vemos cómo los cuerpos de los asistentes a la fiesta, aún en tierra, se retiran arrastrándose sobre su vientre como gusanos. Una sorprendente e impactante alegoría de una sociedad podrida por dentro que destruye la relación entre los amantes, como la enfermad termina con la vida de la protagonista.

En el plano vocal, los roles protagonistas fueron encarnados en el estreno por la soprano Corinne Winters y el tenor Joshua Dennis. Winters, de notable técnica y estilo depurado, supo recrear con gracia las aristas de Violetta, dar sentido dramático a las agilidades y ejecutar con acierto las dinámicas vocales, siempre con gran elegancia. La soprano de Maryland subrayó con eficacia los cambios que experimenta su personaje. Sin duda fue la gran triunfadora de la velada. Después de cantar la Desdémona verdiana en Flandes la volveremos a ver en Seattle con Katya Kabanova; y de nuevo como Violetta, en la Opera de San Diego y en la Royal Opera Covent Garden de Londres. Sin duda, Corinne Winters es una joven estrella en ascenso, a la que seguiremos con interés.

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Por su parte, el tenor californiano Joshua Dennis es un artista que destaca por su musicalidad e instinto expresivo, que acaricia con una media voz de mérito y un legato apreciable, si bien su falta de convencimiento generó momentos de incertidumbre en la afinación. Además, su voz se agosta y pierde armónicos en las notas altas. Aunque resultó creíble en sus dúos con Violetta, no parecía muy cómodo en la piel este Alfredo intelectual y atolondrado.

Les acompañó el barítono Weston Hurt, de voz clara, timbre metálico y una amable calidez en los registros medio y bajo. Por su empaque, resultó creíble como Germont. Su dúo con la protagonista resultó uno de los momentos más cautivadores de la noche, con una orquesta sublimada en una fina línea, tan sencilla como inspiradora. En su debe, echamos en falta un mayor voltaje emocional en sus dos arias.

El segundo reparto contó con la soprano Angel Blue, una voz de agradable pastosidad y timbre mate, tan común en las cantantes afroamericanas, que se despliega con hechuras de lírica plena en las notas de arriba. Un sonido de quilates, que no obstante decepciona con el decurso de la obra, al adolecer de cierta inexpresividad y falta de imaginación para dar vida a la enferma enamorada. Así, Angel Blue dejó una Violetta más bien plana en lo vocal pero muy implicada en lo actoral. Gracias a su notable esfuerzo interpretativo, soportó el peso de una producción que no da escapatoria visual a la soprano.

Le dio la réplica como poeta enamorado en el segundo reparto el tenor de Filadelfia Zach Borichevsky, que debutaba en el teatro con este Alfredo. Se trata de un cantante de voz directa, buena dicción y apostura, timbre amable y sentido escénico, que abusó repetidamente del portamento para salvar la afinación en los ataques más comprometidos. Sus esfuerzos para dotar de realismo a este Alfredo caricaturizado fueron premiados por el público, que probablemente esperaba mejores sonidos de esta joven voz.

En el papel de Giorgio Germont, el barítono Stephen Powel destacó sobre sus compañeros por el tamaño y la riqueza su voz, que resuena poderosa (acaso demasiado para el papel) y llena el teatro con un sonido pujante y varonil. Su propensión a forzar el squillo y abrir el sonido buscando el máximo volumen dejó un regusto de impostura que parece fruto pasajero de una carrera aún en desarrollo.

El coro de la Seattle Opera, de cuya calidad ya dimos cuenta en otras críticas, es una de las claves del éxito de la producción, tanto por su seguridad y calidad musicales, como por su versatilidad dramática. Convertidos es una máquina escénica precisa y atenta a los requerimientos de Konwitschny, se reveló en la palanca inevitable de gran parte de la acción dramática. La compañía tiene suerte al poder contar con un coro de este nivel.

El director de orquesta milanés Stefano Ranzani pasó sin obtener de la orquesta Sinfónica de Seattle sus mejores frutos, pese a sus detalles de maestro experimentado. Ranzani no comulgó en absoluto con el enfoque de Peter Konwitschny, lo que produjo situaciones de verdadera esquizofrenia en las que música y escena parecían negarse sin remedio.

La Traviata es siempre esperada con entusiasmo por todo tipo de aficionados a la ópera, y debemos admitir que la respuesta del público durante el fin de semana ha sido muy favorable. Al menos, sirvió para conocer nuevas voces y comprobar cómo las obras maestras perduran pese al manoseo y los delirios estupefacientes de los directores de escena.

Carlos Javier López