Después de una “Salomé” que quedará para la historia del coliseo palmesano, no era fácil mantener ese nivel casi galáctico, y menos en el caso de una institución que cuenta con un presupuesto tan reducido para sostener su temporada de ópera. Cada cambio de legislatura lleva aparejada la duda de si quienes gobiernen querrán o no lírica en la programación del Principal, y así llevamos ya treinta años. El nuevo gerente del teatro, recién elegido en un concurso público y que tomará posesión formal de su cargo en mayo, anuncia en su proyecto una reducción significativa de los recursos destinados a la ópera.
En este contexto de permanente incertidumbre llegamos a la mitad de la XXX Temporada de Ópera del Teatro Principal de Palma, que en este año de conmemoraciones cuenta con seis títulos (incluyendo el programa doble “Cavalleria Rusticana”-“Pagliacci” con el que se inauguró en febrero) y diecisiete representaciones (excluyendo las funciones familiares de“El barbero de Sevilla”). El teatro se llena todos los días y ya empieza a ser habitual colgar el aviso de localidades agotadas.
Así, con el aforo completo y el palco de autoridades ocupado, el domingo se estrenó este popular título verdiano. “La Traviata” se ha programado en el Principal en cuatro ocasiones desde 1994, y siempre se vende sola, sin necesidad de grandes nombres como reclamo en el cartel. Tampoco los hay esta vez y, sin embargo, al finalizar la función con el público de pie y cinco minutos reales de aplausos entusiastas, quien escribe esta crítica no puede ponerle objeciones al director artístico que ha programado la temporada 2016, puesto que, distribuyendo con buen criterio el escasísimo presupuesto, llena el teatro y contenta a los espectadores.
La producción. El montaje, procedente del Teatro Villamarta de Jerez, ya lo habíamos visto en Palma hace una década. En aquella ocasión, con el Teatro Principal en obras, la ópera se representó en el enorme escenario del Auditórium del Paseo Marítimo, permitiendo un movimiento de las masas más cómodo, sobre todo durante la fiesta del primer acto. En esta ocasión, con un escenario más reducido, en la casa de Violetta hay algunas aglomeraciones. La puesta en escena es totalmente tradicional, con un vistoso vestuario de época y una escenografía de calidad, casi lujosa, con firma de Jesús Ruiz, y que, además, ayuda a proyectar las voces. Los cuatro cambios de decorado completos se pagan con tres pausas que alargan la función una hora. En las anteriores temporadas hemos disfrutado de sendas producciones de “Rigoletto” y “La flauta mágica” procedentes también del Villamarta, y todas han dado sensación de mucha clase y buen gusto.
Las particularidades de la propuesta de Paco López se limitan a mostrar el fantasma de Violetta primero durante el preludio, mientras Alfredo visita el salón vacío (como sucede en la novela de Dumas), y otra vez poco antes de la muerte de la protagonista. La soprano y su doble coinciden en ambas escenas, provocando un efecto conmovedor. Por lo demás, el movimiento de los solistas y del coro es convencional y está cuidado, con multitud de detalles interesantes. Si acaso destacaremos que Annina tiene más relevancia de lo que es habitual, apareciendo al principio como la responsable de un pequeño ejército de criados y mostrando siempre mucha complicidad con Violetta. Un acierto el saludo del coro y el ballet después del segundo cuadro del segundo acto, reservando el del final, delante de la cortina, para los solistas y los directores.
Los cuerpos estables. La orquesta titular, la Sinfónica de Baleares, se ve innecesariamente reducida en esta producción, porque queda mucho espacio libre en un foso que casi duplicó su tamaño el año pasado, resultando muy evidente la falta de volumen al final de los dos últimos actos. En todo momento se ajustó a las indicaciones de Pablo Mielgo, que debutaba en el pódium del Principal con unos tiempos algo extraños. En el estreno parecía que el director quisiera llevar la ópera más rápido, pero cuando los solistas no le seguían se veía obligado a reducir la velocidad. El coro funcionó muy bien tanto en lo musical como en lo escénico, dando sensación de total profesionalidad. En algún bocadillo hubo más decibelios de lo necesario, sólo eso. La banda interna, que suele tener un papel difícil e ingrato, sonó equilibrada y precisa en la fiesta del primer acto y en el carnaval del tercero. El cuerpo de baile, con el coreógrafo José Cabrera al frente, interpretando a Piquillo, ofreció una actuación vistosa y conjuntada. El baile del toro con Piquillo resultó tan simpático como se pretendía.
Los cantantes. Los papeles secundarios los interpretan cantantes locales, como es habitual desde hace años. Todos se ajustaron a sus personajes a la perfección, resultando difícil destacar a ninguno sobre los demás –Tomeu Bibiloni (Douphol), Roger Berenguer (Gastone), Juanmi Muñoz (Obigny), Jomi Ribot (Grenvil) y Natalia Salom (Annina)-. La única extranjera en el reparto fue Roberta Minucci (Flora), una voz potente y muy característica, sin que estos adjetivos sean necesariamente elogiosos, que funcionó muy bien en el plano escénico. Javier Franco (Germont) quedó un poco juvenil. Su caracterización y su voz no demasiado oscura lo hacían parecer más el hermano de Alfredo que su padre (le sucedió lo mismo en la temporada pasada como Amonasro). Pero el coruñés cantó con muy buen gusto un papel que seguro que acabará haciendo suyo con la edad. Verdi garantiza a sus barítonos-padres una larga carrera profesional. El director no se cebó con él y le permitió llevar su aria a una velocidad razonable. En esta producción canta la cabaletta. Fue el más aplaudido durante la representación. El dúo con Violetta resultó más marcial de lo deseable, aunque eso no era responsabilidad de los cantantes. El mallorquín José Manuel Sánchez “es” Alfredo por edad y aspecto. Su voz no es muy potente (ninguna de las protagonistas lo fue), pero la proyecta muy bien. Su canto es elegante y su actitud es segura, y en un teatro del tamaño del Principal se le puede disfrutar mucho. El tenor fue el que más acusó la velocidad de la función, y cantó casi más rápido el aria que la cabaletta, algo que no parecía ser su deseo. Coronó su escena con un Do agudo largo y seguro. En las últimas temporadas Sánchez ha cantado en Palma Il Duca, Javier Moreno, Cassio (premio de los Amigos de la Ópera a la mejor voz no protagonista en 2014) y Narraboth, demostrando su valía en todas las ocasiones. De Raquel Lojendio (Violetta) se puede decir casi lo mismo que del coprotagonista masculino, con quien formó una pareja artística de aspecto inmejorable y con muy buena química: la voz no es grande, pero está muy bien proyectada y en un teatro pequeño eso es suficiente para que la función resulte satisfactoria. El día del estreno no acabó la escena del primer acto con el agudo tradicional, que sí dio en el ensayo general, y el momento sublime “Amami, Alfredo…” fue simplemente muy bueno porque ni hubo intensidad orquestal suficiente ni la soprano tenía la suficiente potencia. Pero nada de esto es obstáculo para reconocerle a la cantante tinerfeña su buena escuela y su capacidad para conectar con el público, que la ovacionó al final de la representación, lo que pareció emocionarla.
Todo lo expuesto lo pueden valorar ustedes mismos en el vídeo promocional del teatro, correspondiente al ensayo general.
A modo de conclusión. El público aplaudió mucho, pero la función no resultó redonda. Quizás el planteamiento del director musical no fue el más acertado, o quizás faltaba una estrella para que todo brillara más. Pero si el Teatro Principal ya puede presentar funciones “rutinarias” de este nivel, con una producción más que atractiva, solistas solventes, perfectos secundarios de la casa, y una orquesta y un coro que responden a las mil maravillas, es para estar muy satisfechos.
Una curiosidad: la Orquesta Sinfónica de las Islas Baleares (OSIB) regresaba por la mañana del mismo día del estreno desde Viena, donde el sábado, con Pablo Mielgo a la batuta, había participado en una gala con Juan Diego Flórez y otros cantantes en la Musikverein. Es la tercera ocasión que el tenor peruano y la OSIB actúan juntos.
Con el deseo de que las tres funciones que faltan de “La Traviata” salgan tan bien, o mejor, y que el palco de autoridades continúe ocupado, reciban de mi parte un cordial saludo en mi estreno como crítico de Opera World.
FCNiebla