La Traviata. Verdi. Maguncia

Staatstheater. 07.Marzo.2014

¡Pobre Violetta! Incomprendida en el argumento de la ópera y tantas veces masacrada en puestas en escenas contemporáneas. Transportarla en el tiempo para acercarla al público actual puede terminar, si no se hace con el respeto y necesaria prudencia, siendo contraproducente. Ejemplos de lecturas ‘cercanas’ bien expuestas los hay: la de Decker para el Festival de Salzburgo, la de Pizzi para el Teatro Real de Madrid o la ultraconceptual de Mussbach para la Ópera Estatal de Berlín. Desafortunadamente, y a pesar de los aplausos de un público autocomplaciente, esta nueva producción de La traviata que el Teatro Estatal de Maguncia encargó a Vera Nemirova no podría incluirla en esa lista. Considerada como uno los nuevos enfants terribles del panorama actual en Alemania y su área de influencia, la directora de escena propone una lectura que parte de una muy buena idea. Con el paso de los minutos, los conceptos empiezan a desdibujarse y la trama queda como un batiburrillo. En el overtura estamos en el camerino de un teatro o televisión. Una joven (después sabremos que es Annina) peina una peluca, limpia y ordena el tocador y parece que sueña con convertirse en la estrella que usa ese espacio. Aparece radiante Violetta, rodeada de admiradores. No queda duda, es una estrella (cantante, actriz, vedette, qué importa) a la que los medios de comunicación han encumbrado. Un amanerado señor entrado en años (Gastón) le presenta a un apuesto joven (Alfredo). En el cóctel, que intuimos posterior a una exitosa representación protagonizada por la estrella, se produce el flechazo entre ambos. Brindis y escena final de primer acto lo pasan juntos, con todo y ‘Sempre libera’, cantándoselo el uno al otro. Extraño pero conceptualmente válido. Sin detenerse, se inicia el segundo acto, gracias a la efectividad de un bello y funcional diseño escenográfico (Jens Kilian). En un ambiente desértico, Violetta y Alfredo están plantando en el jardín. El vestuario (Maria-Thérèse Jossen) adecuadísimo (pantalón corto, camisa sencilla y pamela para ellas) para la escena choca misteriosamente con las cosas llevan consigo los personajes, por ejemplo los papeles que tendrá que mostrar Violetta a Germont llegado el momento. No sé en qué momento se le ocurrió a Violetta que, mientras planta árboles, excava, maneja cubos de agua, etc., necesitará los documentos de las cosas que ha hipotecado. En fin, a partir de allí la trama empieza a tener gestos cada vez más extraños, que sólo con mucha imaginación podríamos ligar con la historia original. Cuando Alfredo dice ‘questa donna conoscete’ temí que el coro negara rotundamente conocerla. Antes, el que dice “la cena è pronta” es un repartidor de pizza que atraviesa en una bicicleta el jardín donde se desarrolla la fiesta de Flora.  Para el dúo “Parigi o cara” Violetta ya está muerta (situada en un plano escenográfico inferior a su amado) y Alfredo está cantándole a un arbolito (¿la tumba de ella?). Más tarde se le unirá Germont (con unas flores que deposita en esa tumba) y el Doctor Grenvil. Mis vecinos de asiento (personas de edad avanzada) se ríen y comentan que no les ha gustado nada. Sin embargo al terminar la representación se ponen de pie y aplauden con entusiasmo. Así, la señora Nemirova (y muchos otros más) se quedará convencida que sus propuestas son lo que ellos desean. Por otro lado realizar el descanso entre el primer y segundo cuadro del acto segundo, resta mucho en la tensión dramática que la obra por sí misma va planteando. En el foso, el director Florian Czismadia obtuvo un rendimiento honroso de la orquesta titular del teatro. Aunque un tanto errático en los tempi, quizá buscando reflejar los vaivenes que sobre el escenario veíamos, consiguió una sonoridad expresiva. El coro se apegó a sus indicaciones con precisión. La soprano lituana Vida Mikneviciute tiene, además de la figura necesaria de estrella de Hollywood, un material vocal interesante al que manejó con inteligencia para lucir lo mejor posible en todo el arco dramático que exige el personaje de Violetta. Mejor aún estuvo el barítono Heikki Kilpeläinen, con un canto de elegante fraseo y bellos matices en un Germont un tanto rígido de temperamento escénico. El tenor Thorsten Büttner pecó de apasionamiento hasta rayar en deslices vocales nada agradables. Los personajes más pequeños tuvieron sus más y sus menos. La caracterización del Marqués D’Obigny, casi un remedo de payaso, y la escasa adecuación del cantante (José Gallisa) hicieron que naufragara en el concepto escénico. A Gastón lo interpretó, mucho mejor cantado, el veterano Jürgen Rust con desparpajo en la discutible concepción que del personaje propuesto por Nemirova. El resto del elenco cumplió sobradamente en ambas facetas.

Federico Figueroa.

*En el siguiente enlace puede verse el video promocional realizado por el Staatstheater de Maguncia para esta producción.

http://www.youtube.com/watch?v=4E_CDfXXvog