La turbia atracción de Demon en el Liceu

Egils Siliņš (el Demonio) y Asmik Grigorian (Tamara). Liceu 2018 Foto ® A Bofill
Egils Siliņš (el Demonio) y Asmik Grigorian (Tamara). Liceu 2018 Foto ® A Bofill

Entregado a los influjos sobrenaturales del más allá del repertorio operístico común, el Liceu se abandona al deleite de este Demon de Anton Rubinstein, que llega a la Ciudad Condal por primera vez desde que se estrenara hace ya casi siglo y medio. El director Dimitri Bertman plantea reinterpretar y reforzar  la propia línea establecida por el libreto de esta ópera romántica donde el bien y el mal, lo sobrenatural y lo terrenal se ubican en esa liza que difumina los bandos morales y físicos.

En este sentido, ha sustituido la voz original de mezzosoprano del ángel por la del contratenor Yuri Mynenko, que hizo una gran interpretación de un ángel amanerado, cuya gestualidad nos revela su afán por atraer al demonio al cielo como una estratagema para atraerlo hacia sí… su deseo de redimirlo es, sencillamente, deseo. El demonio, desencantado con el mundo cuya maldad inherente no lo necesita, declina su ofrecimiento para, al poco tiempo, caer prendado de la joven princesa Tamara, quien llegado el punto del último acto le exigirá que abandone la maldad si quiere que sea su mujer. El demonio, enamorado, acepta, y en el cuerpo de la princesa consuma su propia redención. Pero el ángel vuelve entonces y la mata en un final triste y apoteósico: «Estaba destinada al paraíso» dice, «allí se reunirá con su difunto prometido a quien tú mataste», argumentos que encubren excusas y reproches fruto de su resentimiento personal por haber sido rechazado. Dimitri Bertman insiste en revelar ambos personajes como reflejos inversos,  blanco sobre negro, negro sobre blanco, con recorridos emocionales inversos: el ángel pasa del sentimiento al resentimiento mientras que al demonio le ocurre lo contrario.

Egils Siliņš (Demonio) y Yuri Mynenko (Ángel).® A Bofill. Estudios de la escenografía ® Hartmut Schörghofer
Egils Siliņš (Demonio) y Yuri Mynenko (Ángel).® A Bofill. Estudios de la escenografía ® Hartmut Schörghofer

Egils Siliņš interpretó un demonio cautivador de principio a fin. En el rol de prometido de la princesa, Igor Morozov insufló las inmensas mieles románticas del príncipe Sinodal para rematar su aria amorosa con el aplauso de la sala. Brilló la lituana Asmik Grigorian como una princesa Tamara de presencia airosa y con una hermosa resolución vocal que el público loó en su aria final del segundo acto, donde decide retirarse a un convento tras el asesinato de su prometido. Una pieza apeada por las concisas réplicas de Alexander Trymbalyuk en el rol de su devastado padre, el príncipe Gudal. Cumplieron Larisa Kostyuk en el rol de niñera, Antoni Comas como mensajero y Roman Ialcic como sirviente de Sinodal. La dirección musical de Mijail Tatarnikov consolidó un foso sin tacha y sugerente para con los cantantes, pero tal vez sin todo el nervio al que se prestan ciertos fragmentos de la partitura. Por su parte, el coro de Conxita García redondeó el espectáculo musical.

En cuanto a la escenografía, Hartmut Schörghofer plantea la enorme superficie de madera de un túnel cilíndrico donde suelo, pared y techo se perciben de forma continua y los personajes quedan ubicados entre la gravedad horizontal de lo terrenal y la multidireccional del universo superior. El túnel intermedia entre lo sobrenatural y lo terrenal y se remata por una esfera flotante en la que discurren imágenes a modo de enorme bola de cristal que también participa del juego de la ambigüedad entre naturalezas…las fibras radiales de un inmenso iris verdoso, demoníaco, cuya pupila sigue los movimientos de la princesa Tamara, es análogo a las nervaduras de piedra del rosetón vidriado de verde, con la mirada de un cristo en su pupila, que supervisa el convento donde luego se recluye Tamara.

En su conjunto este Demon en el Liceu de Dimitri Bertman plantea tomar partido por lo turbio antes que por lo pulcro o lo sucio, por adherir en definitiva dramaturgia y escenografía a ese territorio intermedio entre las dos vertientes de la naturaleza moral, el bien o el mal, y de la naturaleza física, lo espiritual o lo terrenal.

Félix de la Fuente