Importante audición la que ofreció la Filarmónica de Londres en el valenciano Palau de la Música, un concierto de estigma clásico que una agrupación de esa índole ofreció con autoridad, dignificad, creatividad y acentuado sentido del matiz. Ya la obertura, de «Don Giovanni» el maestro Juanjo Mena la planteó a lo grande, es decir a lo Giulini, Böhm, Klemperer o Furtwaengler y con la intensidad de una versión para quien esto escribe referencial que es la de Harnoncourt. Los primeros acordes que hacen presente la ominosa entrada del comendador precediendo a las pujantes incisiones de todos los vientos apoyados por los timbales, y los cuatrillos en fusa tuvieron todo el dramatismo y el sobresalto que manifiesta la sorprendida presencia en escena de «l’uom di sasso, l’uomo bianco»
El allegro rompió el ambiente, con los cuatrillos de los arcos y las incisiones de los vientos, con un aliento aristocrático, repleto de jovialidad y un punto de heroísmo que viene a presentar la vida del «dissolulo punito». Fue el momento más intenso, el de la contraposición de los acordes ominosos con la hilaridad de la vida solazada del protagonista. Los acordes rotos por arpegios llevados a una intensa velocidad y los matices que la batuta supo plantear y la orquesta referir, señalaban una versión intensa, diversa y sobre todo contrastadamente dinámica.
En el concierto del Emperador de Beethoven (que tiene la misma instrumentación que las restantes obras del programa) intervino como solista un inspirado Javier Perianes. Mena plantea el primer tema, solemne, vivo y heroico, con el apoyo de dos trompas que parecían cuatro. Perianes desgranó su introducción con una elegante articulación reexponiendo el tema con dulzura como prescribe la partitura, y en ese criterio se movió a lo largo del movimiento huyendo del heroísmo incluso en las cadencias. La batuta debió estar algo más pendiente del teclado porque solo lucia lo perlado de la pulsación del onubense cuando le acompañaban los arcos. Y ya que hablamos de ellos diremos que en la entrada del segundo tiempo fueron terciopelo puro gestando una sonoridad que subyugó la sala para que la digitación de Perianes hablase con pulcritud arrobada. En la entrada del rondó a 6/8, el piano marco muy bien la subdivisión del ¾. Siguió Perianes con su aristocracia y Mena con su intensidad, pero el movimiento funcionó como había funcionado todo el concierto en un diálogo fructífero entre dos personalidades distintas.
Los aplausos obligaron al pianista a ofrecer una «Danza ritual del fuego» en la que hubo mas misterio que exaltación, más intimidad que desgarro y desde luego más creatividad que tópico.
La sinfonía 39 tiene una personalidad muy significativa en la instrumentación mozartiana, no usa oboes y ello lo entendió muy bien Mena logrando una sonoridad, en el adagio inicial con ciertos tintes de oscuridad que casi podía remembrar algo de la atmósfera de la obertura inicial de la primera parte. Las intensidades de trompetas y trompas, crearon un clima de incertidumbre en la métrica a compasillo y la tonalidad de MiBM, que contrastó con el cambio a 3/4 con un motivo ágil de brillante entusiasmo de los arcos, sobre los pizzicatos de los cellos. Había un refinamiento sonoro que la orquesta (a la que se le pueden requerir tales exigencias) dispensaba con prodigalidad.
El Andante con moto fue mucho más embelesado, repitiendo secciones por el grupo de arcos, enervándose en el segundo tema, intenso y paladeando el tercero, con una exquisita melancolía de las maderas a las que la batuta hizo cantar con preclara elegancia. Siguió un juguetón Minuet a 3/4 llevado con muy buen criterio a uno. El trio mezcló intensidad y ensueño con un solo de los dos clarinetes de excepción a ritmo de lander. La melodía del primer clarinete tocaba sobre el arpegio del acompañamiento del segundo. Refinado primor. El movimiento final cuidó el fraseo de las encantadoras algarabías sonoras en un contraste de intensidad pasional y de contrapunto, en una suerte de variaciones, llenas de preciso ritmo. Pero aún quedaba una sorpresa final una carcajada armónica escapando de los acordes conclusivos en un último bullicio de energía y un regulador prodigioso de 21 compases en piano entre dos intensos fortes.
El público pidió con sonoros aplausos una propina. No la hubo. Creo que con buen criterio Después de una versión tan significativa de la 39 ¿qué iba a dar Juanjo Mena?
Antonio Gascó