La Venice Baroque Orchestra y Ann Hallenberg, gloria barroca en Nueva York

La Venice Baroque Orchestra y Ann Hallenberg
La Venice Baroque Orchestra y Ann Hallenberg

Pese a la calidad de su arte, Ann Hallenberg no es una mezzo mediática. Lejos de la liga de las Joyce Didonato, Cecilia Bartoli o Elīna Garanča, no es común ver a la cantante sueca en escenarios de Estados Unidos. Sin embargo, los amantes de la ópera barroca son conscientes de su sensibilidad y su pureza estilística. Es por ello que su aparición en el Carnegie Hall junto a la Venice Baroque Orchestra ha contado con la expectación suficiente para llenar el recoleto y subterráneo Zankel Hall, destinado por la institución musical de la calle 57 a conciertos de pequeño formato.

El concierto del pasado jueves cumplió las expectativas de los más exigentes. La Venice Baroque Orchestra lleva desde 1997 explorando el universo barroco con instrumentos originales y solistas de primera talla. La VBO ha tocado con los mejores: Cecilia Bartoli, Franco Fagioli, Vivica Genaux, Philippe Jaroussky, Magdalena Kožená, Anna Netrebko, Patricia Petibon, Andreas Scholl…

La velada barroca combinó trabajos sinfónicos de Vivaldi con arias de ópera y oratorio del Handel, Torri, Broschi o el propio Vivaldi. Para la ocasión, el violinista Gianpero Zanocco lideró la formación italiana. Nada más comenzar, los músicos de la VBO sorprendieron por el empaque y el rigor con los que acometieron la pieza que abría el programa, la Sinfonía en Mi menor RV168; y por el delicioso ritornello del Concierto para dos violines en Re menor RV514, donde a Zanocco se le unió el violín Mauro Spinazze, atinado y propositivo. Tampoco desmereció la colorista chacona del Concierto en Do RV114, que también dejó un adagio con meritoria intervención de Ivano Zanenghi al laúd.

Incluso con estos mimbres, a los maestros de la Venice Baroque Orchestra lo tuvieron difícil para desviar la atención de una Ann Hallenber en plenitud. La sueca comenzó el recital con el aria Dopo l´orrore, del Ottone handeliano, que sonó acariciadora e idiomática. La Hallenberg hizo gala de su timbre cálido y reposado, de su registro amplio uniforme. El instrumento, con un sustrato grave algo velado, pero con gravidez y resonancia en el centro, se desenvuelve siempre en el territorio agudo con agilidad y precisión. La línea de canto se articula entorno a una messa di voce marca de la casa, pero transita también el forte, con una proyección muy eficaz; o agilidades en pianísimo que son un murmullo que atraviesa milagroso la cortina orquestal y llega como en una burbuja al oído del espectador.

En el aria Quando il flebile usignolo, de la ópera L´Ippolito, de Pietro Torri, la mezzo trabaja a conciencia las agilidades en la frase ´sfogando il suo dolor´, en lo que fue un catálogo inacabable de recursos expresivos. Contribuía al buen resultado el certero acompañamiento de Zanocco y sus músicos. Sobre la música de Torri, Hallenberg se mostró muy cómoda con el texto de Lalli. A Hallenberg se le entiende todo siempre, sin necesidad de reforzar acentos ni torturar el libreto, lo que permite que la música hable, y vuele libre la poesía de los personajes.

Pese a lo dicho, no asistimos a un duelo en que cantante y orquesta pugnaran por el protagonismo en la interpretación. Más al contrario, todos ellos se desempeñaron con una enorme generosidad, lo que contribuyó al equilibrio del concierto. Así, en el aria de Farnace, Gelido in ogni vena, la orquesta supo expresar la viveza melódica de Vivaldi, mientras que la cantante sorprendía con larguísimos fiati a media voz, en una página que sonó muy limpia y estilizada.

Sería cansado y reiterativo glosar los detalles de gran calidad musical que siguió deparando el concierto. Si ánimo de ser exhaustivos, hay que señalar la pulpa lírica de la orquesta y el ambiente intimista del aria Vieni, o figlio de Handel. Hasta el final, los artistas mantuvieron una concentración sorprendente.

La noche se culminó Son qual nave de Riccardo Broschi, dentro del programa, y otras dos a modo de obligada propina, In bracio a mile furie, de la Semiramide de Porpora y la inexcusable Lascia qu´io pianga de Handel, de serena paz y emoción desbordante, muy camerística.

El inicio de este periplo americano no puede haber sido más prometedor para la Venice Baroque Orchestra y Ann Hallenberg. Basta con tomar nota de la entusiasta reacción del entendido público del jueves.

Carlos Javier Lopez