
Los XI galardones de la Fundación Aisge rescatan a la histórica intérprete y premian también el talento coreográfico de Nacho Duato. Se entregan en una gala especial el lunes 25 de noviembre en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid.
Cristina Marinero
Confiesa Pacita Tomás que “como no estoy acostumbrada a estas cosas cuando me comunicaron que me iban a entregar este premio me quedé un poco parada”. Es lo que tiene llevar cuarenta años retirada de la escena y ser testigo de este devenir tan proceloso para quienes han protagonizado la Danza Española durante el siglo XX, el siglo en el que se desarrolló coreográficamente con las históricas compañías de ballet español, entre las que también brilló nuestra protagonista y su esposo, el hoy recordado bailarín y maestro Joaquín Villa.
Nacida en Madrid, en 1928, Pacita Tomás recibe el galardón otorgado a la Danza junto a Nacho Duato, en la gala anual de premios de la Fundación Aisge. Esta entidad de la sociedad de gestión de derechos para artistas e intérpretes califica a Tomás como “la última superviviente de una de las etapas más brillantes de la Danza Española, en los años 50 del siglo pasado”.
“La última vez que bailé en un escenario fue en 1979, en Las Ventas, con el Ballet Español de Luisillo y junto a mi marido”, nos cuenta por teléfono, con su característica energía y alegría, recordando aquella producción que se mantuvo con llenos diarios durante el último verano de los años setenta y que se puede ver actualmente por Youtube. “Bailé La boda de Luis Alonso, la jota de Gigantes y cabezudos, El niño judío... Ah, ¡y ese año debutó Violeta Ruiz, la ahora directora de Ibérica de Danza!”, exclama al saber que estamos en Holanda para el estreno europeo de Fígaro. Barbero de Sevilla, última coreografía de esta compañía madrileña.
“Antes, en ese año», continúa, «nos habíamos examinado por libre para sacarnos el título de Danza Española. El tribunal lo presidía Mariemma”, relata subrayando que tenía 51 años, edad a la que realizó estas pruebas en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza donde Mariemma dirigía este arte. “Nos permitió hacer juntos a Joaquín y a mí las sevillanas boleras y el baile regional. Y tengo una anécdota que siempre recuerdo. Estábamos haciendo el clásico, en la barra, nos iba a cortar y me quedé parada. Entonces, me preguntó, ‘¿qué le pasa a usted?’, y le respondí que yo me había preparado el examen completo y que iba a bailar todo porque no quería que dijeran que nos había regalado el título… Es una pena que hayan quitado estos exámenes libres, aunque tampoco me quiero meter en esas cosas…”, confiesa.
Pacita Tomás pertenece a una generación en la que lo profesional comenzaba cuando todavía eran niños. “Empecé a bailar con 12 años, en una ópera flamenca, con Paco El Americano y Juanito Valderrama. Fue por medición de Estampío que le habló a Don Ramón Montoya para contratarme. Empecé a bailar con el maestro Román porque mi padre era de Valladolid y era muy amigo de él. Fui después a Estampío porque me mandaron unos amigos y él me dijo que estudiara con Don Angel Pericet, el patriarca de la familia, un señor impecable, que murió en el año 44. Joaquín, que luego sería mi marido, iba a clases por la tarde. Pero no nos conocíamos. Cuando empecé a bailar el zapateado de Estampío, lo bailaba de hombre. Y cuando ya comencé a desarrollarme, ya no quería bailarlo así. Entonces le dije a Luisa Pericet que las botas de ese baile se las vendiese a alguien de la tarde, y se las vendió a Joaquín. El las conservaba, pero no sé donde están. Su vida y la mía fueron muy en paralelo. Su padre trabajaba donde el mío, cuando la guerra habíamos estado trasladados a Reus. Mi primo hermano estaba casado con la prima hermana de Mariemma y cuando empecé a bailar mi padre me llevó a Mariemma para ver si decía que siguiera. Pues Joaquín, con 18 años, se fue a bailar con Mariemma…”.
Cuando le digo a Pacita que le llamo desde Holanda, le viene enseguida a la memoria su experiencia en este país. “Bailando en Amsterdam hace 57 años, en el Teatro Tuschinski, estaba embarazada de tres meses de mi hijo. De Holanda es de donde tengo uno de los recuerdos más bonitos. Porque un día, en una matinée, vimos que el teatro estaba lleno de niños. Y pensamos, madre mía, vaya función que vamos a tener… Pues cuando salimos a bailar los niños estuvieron sentados callados y no se oía ni una mosca. No se me olvida aquella sensación de respeto de los pequeños”.
¿Cómo se vivía la Danza Española entonces?, le preguntamos. «La bailarina, en los años cuarenta y hasta principios de los cincuenta, era consideradísima en todos los espectáculos folclóricos. Todavía no habían formado compañía ni Antonio ni Mariemma. Yo inicié mi primer grupo de danza en 1951 para bailar con Manolo Caracol. Había terminado con Lola Flores y cantaba ahora su hija. Estas estrellas de la canción le daban una importancia a la danza increíble. Los bailarines figuras en sus espectáculos nos convertíamos en artistas muy conocidos por el público porque aparecíamos en los carteles. Yo he sido más conocida, en mi momento, que a lo mejor un primer bailarín del Ballet Nacional, porque no los han promocionado tanto y la gente no los conoces. Entonces éramos muy populares y nos felicitaban por la calle. También es que no parábamos de actuar. Eran dos funciones diarias, todos los días. Agotador. Y te hacías todos los pueblos de España. Tournées que duraban año y medio. Y el suelo de los teatros era de tablones, muy peligroso si se rompía».
¿Y cambió cuando Antonio y Mariemma fundaron sus compañías? «Sí, sí», asegura, «ahí vimos otra forma de hacer, otra forma de bailar; lo que trajeron Antonio y Mariemma, que hizo cosas preciosas, fue de una gran evolución. Ya hubo la mezcla con el clásico y la gente más preparada con la zapatilla porque, hasta ese momento, de danza española, solo estaban los Pericet».