«La volonté, Monsieur, elle nous mène à tout», canta el Marido en Les Mamelles de Tirésias, y es el reflejo perfecto de la noche del estreno de la nueva temporada de la Ópera de Oviedo. Pese a las dificultades (orquesta reducida y dispersada por el foso y el proscenio, coro con mascarillas, aforo al 42%…) la temporada ovetense ha echado a andar con una voluntad a prueba de bombas. Fue una velada cargada de recuerdos y homenajes, con dedicatoria a todas las víctimas de la pandemia, así como a dos grandes personalidades de la vida musical ovetense fallecidas por otras circunstancias: el doctor Jaime Álvarez-Buylla y la diseñadora Pepa Ojanguren. Además, en el entreacto Emilio Sagi recibió un reconocimiento por sus 40 años de trayectoria, iniciada precisamente en el Campoamor, con el bautizo de la sala principal de ensayos del teatro como ‘Sala Emilio Sagi’.
En lo estrictamente musical, la conjunción de dos piezas como L’heure espagnole de Ravel y Les mamelles de Tirésias de Poulenc resultó afortunada, ya que a pesar de lo aparente de su unión (dos obras cómicas del siglo XX que deberían funcionar juntas) su concepción es bastante antagónica. Ravel presenta una pieza más íntima, precisa como los relojes que con su sonido dominan la partitura, y Poulenc es mucho más rítmico, más ingobernable y con una intención evidentemente más excesiva. Los dos directores de la función, Emilio Sagi en lo escénico y Max Valdés en lo musical, aportaron unidad y coherencia a esta mezcla de personalidades musicales.
Sagi entiende que ambas obras son diferentes y en ningún momento se busca una conexión forzada tantas veces vista en los programas dobles, lo cual es de agradecer. Ambas escenografías las firma Ricardo Sánchez Cuerda, pero en la primera se apuesta por un escenario único, sobrecargado de relojes en diferentes disposiciones, más estático que la obra posterior, pero que explota muy bien los elementos sorpresa y los apuntes cómicos de los relojes-ataúd en los que se traslada a los personajes. En Poulenc todo cambia, escenario en dos niveles -el inferior representando un piso más terrenal, reservando el superior para un nivel más surrealista) – y el movimiento escénico lo hace más dinámico y alocado (por otro lado, el texto de Apollinaire así lo demanda).
Max Valdés en el foso consiguió sacar todo el rendimiento posible a una orquesta reducida por las circunstancias, con la percusión en proscenio. Es justo destacar lo admirable del trabajo de esta sección, con tanta distancia con respecto al foso y al escenario, y su escrupulosa precisión, sobre todo en partes tan rítmicas y exigentes como las desarrolladas por Poulenc en Les mamelles. Valdés conoce a la perfección a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, no en vano estuvo frente a la formación durante dieciséis años, y además ya ha demostrado sobradamente su dominio de estos repertorios con unos Diálogos de Carmelitas para el recuerdo allá por 2008. Las orquestaciones de Ravel y Poulenc pudieron lucir sus colores, si bien esta reducción obligada restó algo de densidad al resultado final. Valdés supo equilibrar el trabajo con solistas y coro, manteniendo el control en todo momento en partes especialmente delicadas, como el cabaret final de Les mamelles, siempre tendente al caos y al descontrol, pero que el maestro pudo dominar y llevar a buen puerto.
A la hora de hablar de los repartos el adjetivo que más se ajusta a lo visto es ‘equilibrados’. Lógicamente destaca, por ser el único en intervenir en los dos títulos, la participación doble de Régis Mengus realizando un deslumbrante despliegue vocal y físico. Dos vocalidades muy diferentes a las que se adapta a la perfección, sin mostrar en ningún momento signos de fatiga. Junto a él en L’heure espagnole, Maite Beaumont fue una Concepción de gran lirismo y precisa afinación, a pesar de ser un papel que presenta unas grandes dificultades a la hora de establecer una línea de canto más o menos continua. Sabina Puértolas fue Thérèse en Les mamelles de Tirésias, haciendo gala de su habitual exuberancia vocal, y por supuesto escénica, mostrando una plenitud en los sobreagudos en los que muy pocas voces se muestran tan dúctiles. Completaban las voces principales en la ópera de Ravel Joel Prieto como un Gonzalve de voz algo constreñida en el agudo, pero con un sonido muy limpio y agradable; Felipe Bou como Iñigo Gómez pleno en los graves y apoyando su intervención en una gran vis cómica, y Francisco Vas con un papel de Torquemada que le obligaba a modular la voz para adaptarla a la comicidad del personaje, excelentemente ejecutado y funcionando muy bien durante la representación.
El reparto de Les mamelles es mucho más amplio, y a pesar de lo corto de algunas intervenciones, todos los solistas tienen un papel de gran peso vocal, desarrollados sin excepción a un alto nivel, aunque sí cabe destacar a David Menéndez, en su doble papel de director del teatro y gendarme, demostrando una vez más sus grandes habilidades para la comedia sin descuidar en ningún momento un sonido pleno, más solemne en el prólogo cambando aun carácter bufo durante el resto de la ópera.
Dada la coyuntura, y aprovechando el carácter de la ópera de Poulenc, Gabriela Salaverri añadió mascarillas al mono que servía como vestuario a cuerpo de baile y coro, dificultando bastante la labor de este último, que no tuvo problemas a la hora de demostrar su empaste y contundencia habituales, quizás algo más dificultado a la hora de combinar todas estas dificultades extra al movimiento escénico, sobre todo en el final.
Alejandro G. Villalibre (4 de septiembre de 2020, Teatro Campoamor)