La voz de cristal de Isabel Monar

 

La soprano valenciana dio un concierto en el homenaje que la Universidad de Castellón rindió a Matilde Salvador

La Universitat Jaume I de Castelló quiso rendir homenaje a Matilde Salvador, hija predilecta de la ciudad y medalla de oro de la institución docente, al cumplirse el primer centenario de su nacimiento. Con buen criterio se programó un concierto de Isabel Monar acompañada al piano por Concha Sánchez Ocaña, con obras de la homenajeada a las que acompañaron otras de Mompou, Vicent Asèncio y Cabedo Pérez que, por cierto, asistió al recital.

La elección de la soprano valenciana a este comentarista se le antoja excelente, porque aparte de sus cualidades vocales e interpretativas, ha sido una de las cantantes que más ha tenido en repertorio la obra de Matilde Salvador, de la que ha llevado a cabo varias grabaciones, con la total aquiescencia de la compositora que siempre elogió la limpidez de su relato vocal y la delicadeza de su dicción. Recuerdo al respecto, los comentarios elogiosísimos de la compositora castellonense, al concluir el «Turandot» del Palau de la Música de Valencia de hace casi 20 años, en el que encarnó una inolvidable Liu.

La emisión de la cantante ha ganado cuerpo en el registro central, aunque mantiene la limpidez de los portamentos, esfumaturas y pianísimos, en una versada colocación en la cabeza, que hacen de sus versiones verdaderos referentes de elegante primor. El paso del tiempo, hizo asomar un vibrato en su emisión, que desapareció a los pocos minutos de su recital, dejando la voz límpida y tersa que siempre hemos aplaudido que expresó, con matizados acentos e intencional fraseo, «Anhel» y «Petit retaule d’amor». Asimismo de la compositora homenajeada dejó colgadas en el ambiente de la sala notas aéreas en «Rosa, pompa, risa» y «El río feliz», de popular tema lírico, basado en poemas de Juan Razón. Hubo una singular dulzura enamorada con un prodigio de mezzovoce en «Arbole» de Cabedo sobre versos de Lorca.

En la segunda parte estuvo especialmente sensitiva en «Damunt de tu no mes les flors» en la que nada tuvo que envidiar a las referenciales versiones de Montserrat Caballé y Victoria de los Ángeles y jovial y radiante en «Jo et presentia…». En la misma línea hay que reseñar la versión de «Cançó»,  de Asencio, castiza y expresiva y «Roda la mola» respondiendo a un piano ondulante y arpegiado. Las «Canciones de nana y desvelo» de Matilde Salvador, complejas de afinación, por su armonización modal, concedieron un panorama de emisiones cristalinas, inquietudes y hasta propósitos operísticos, singularmente en  «Desvelo de la madre» que cerró el programa.

Siempre he mantenido la influencia de Debussy en los lieds de Matilde Salvador y me alegra que también así lo viera la cantante, que hizo uso de ellos para agradecer los aplausos en su particular ofrenda a la música castellonense.

No se puede terminar esta crónica sin alabar la excelente labor desde el teclado de Concha Sánchez Ocaña y ello desde los arpegios iniciales de «Els asfòdels» con perfume de Manuel de Falla. La pianista emocionó por la articulación de su fraseo, la pulsación precisa, con un sabio uso del pedal y la acomodación de la sonoridad y el acento instrumental a la respiración de la cantante en una simbiosis tan efectiva como intencional.

Antonio Gascó