Bajo el título “La voz y el poeta”, el Teatro de la Zarzuela de Madrid presentaba este balsámico recital de la soprano Ainhoa Arteta, acompañada al piano por Rubén Fernández Aguirre y con la participación de la bailaora flamenca Pilar Astola, en el que se proponía un recorrido por algunas de las muestras más granadas de la canción española para voz y piano basada en poemas de Federico García Lorca. Lo cierto es que lo que en un principio se concebía como un acertado homenaje a la figura del poeta de Fuentevaqueros se convirtió al final de la velada en una reivindicación patria por medio de la música española por encima de idiomas, nacionalismos y fronteras, ante el preocupante clima político y social vivido en estos días en Cataluña.
Dirigiéndose con sencillez y naturalidad al público, la soprano nacida en Tolosa mostró tolerancia y concordia, regalando cuatro propinas que terminaron de cautivar a un auditorio ya de por sí entregado por todo lo que había escuchado antes, comenzando con la canción española (“De España vengo, de España soy”, ¡qué letra más apropiada para la ocasión!) de la opereta El niño judío de Pablo Luna, siguiendo con la nana vasca Aurtxoa Seaskan de Gabriel Olaizola y el Cant dels ocells que ayudó a popularizar el chelista Pau Casals (ejemplo imperecedero de convivencia pacífica entre pueblos y naciones), y con la locura final de la tarántula de la zarzuela La tempranica de Gerónimo Giménez, en la que Arteta correteó graciosamente por todo el escenario huyendo de la bailaora-tarántula. Cuatro encores que como podemos apreciar, no podrían ayudar más a hacer patria y a atestiguar toda la riqueza cultural y musical del pueblo español en su conjunto.
Cada una de las dos partes de este escenificado recital, acertadamente estructurado y con coherencia interna, comenzaba con una selección de tres de las Canciones españoles antiguas armonizadas por el propio poeta granadino, a las que Arteta dotó de personalidad vocal más operística que netamente popular. A partir de ahí, se pudo disfrutar de un recorrido por diversos ciclos de canciones de prismas y lenguajes expresivos muy diferentes, desde la gran tradición que revisitan Tres canciones españolas de Antón García Abril, Tres canciones de Manuel García Morante (ambos autores presentes en la sala y saludados con admiración por la propia soprano) y Tríptico de canciones de Jesús García Leoz (en cuya recreación la cantante hizo traslucir más el cariz popular) hasta la leve experimentación tonal del delicioso ciclo de seis Canciones para niños de Xavier Montsalvatge, del que la cantante vasca confesó al público una anécdota familiar y adoptó poses infantiles durante su magistral interpretación. El programa concluyó con un verdadero derroche de emoción por medio de tres canciones de destino trágico debidas al compositor y director de orquesta barcelonés Miquel Ortega, uno de nuestros más sobresalientes cultivadores actuales de la canción para voz y piano: desde la brevísima y contenida Memento, pasando por el evocador Romance de la luna, luna, hasta la varonil Canción del jinete.
Como complemento durante el recital, se escucharon por megafonía los sensacionales registros fonográficos de Paco Rabal y Rafael Alberti declamando con pasión ardorosa y halo trágico dos poemas de Lorca: “La sangre derramada” de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías (acompañado al baile con raza por la bailaora Pilar Astola) y “Leonardo y la novia” de Bodas de sangre. Quizá se antojaba excesiva la invasión de baile flamenco al comienzo de la segunda parte, mientras Arteta cantaba “Anda, jaleo” y “Zorongo”.
La soprano guipuzcoana exhibió durante todo el recital una voz homogénea, cálida y de tintes aterciopelados, aunque se acusó cierta tendencia al forte en los agudos y un leve vibratto. Su sutil y preciso fraseo, elemento esencial en este repertorio, destacó por encima de todo, unido a sus inflexiones vocales, la capacidad para apianar y generar filados de gran belleza. La simpatía, el gracejo, la cercanía y el carisma de Arteta evidenciaron un alto nivel comunicativo, resultando asombrosa la capacidad para conectar con el público desde el minuto uno que demuestra la cantante vasca, un hecho mucho más palpable si cabe al tratarse de un recital de ambiente tan emotivo e íntimo como éste que proponía, contando para la ocasión con la atenta y cuidada gama de matices dinámicos que definió el solícito acompañamiento del pianista vizcaíno Rubén Fernández Aguirre.
Germán García Tomás
@GermanGTomas