GINEBRA. Grand Thèâtre. 22 de junio de 2014.
Alfredo Catalani (1854-1893), contemporáneo y por tanto a la sombra de Puccini, ha conseguido mantener su nombre en las páginas de la historia lírica gracias a su última ópera, La Wally, y más concretamente a la famosa aria «Ebben? ne andròlontanta» que toda cantante que se precie desea incluir en un recital o grabación. La película «Diva» (1981) del cineasta francés Jean-Jacques Beinex popularizó la mencionada pieza aún más fuera del público estrictamente operístico. Y vale la pena escuchar la obra entera porque Catalani ofrece una orquestación densa, rica en armonía y pertrechada de elementos que marcan distancia con sus inmediatos antecesores, buscando una senda que una el melodismo italiano con las formalidades germánicas de fines del siglo XIX (la ópera se estrenó en 1892). Desafortunadamente la obra cojea en el libreto, y no por la romántica trama sino por la estructura en que se expone. Pero eso es lo que hay y con ese material el director de escena debe construir un espectáculo lo más vivo posible. La propuesta de Cesare Lievi se decantó por un realismo casi infantil. Desde estas líneas defiendo el que una obra raramente representada, como es el caso de La Wally, se mantenga en las coordenadas fijadas por el texto del que se parte. A saber una aldea tirolesa en la primera mitad del siglo XIX, con los usos y costumbres bien arraigados en los pobladores. Si los dos primeros actos nos mostraron una imagen bellísima, como de postal, bien lograda en la escenografía de Ezio Toffolutti, con un adecuado vestuario y una cuidada iluminación; el comprometido final en los riscos alpinos dejó mucho que desear. Allí es donde falló Lievi. Proponer un decorado de cartón piedra con una lona blanca cubriendo la superficie, que se supone nieve, para hacerla escurrir en un intento de simular la avalancha causó risa a varios expectadores. Debió rascarse la cabeza mucho más para hacer de ese momento dramático el punto culminante de la representación. Por fortuna para todos los asistentes, la dirección musical de Evelino Pidò fue un dechado de efectos. La Orquesta de la Suisse Romande tiene los medios para ofrecer los colores adecuados, los contrastes acertados y las dinámicas impuestas por la briosa batuta del maestro Pidò. El nutrido coro también mostró estas características y, en su importante quehacer, empujaron a los solistas a mantenerse en ese alto rendimiento.
La soprano Ainhoa Arteta debutaba el personaje y salió airosa del reto. Su instrumento, cada día más asentado en el repertorio de una soprano lírica ancha, con cuerpo y brillante metal en el registro agudo, se prestó con solvencia para dar vida a la voluntariosa y desdichada protagonista. Huyó del sentimentalismo fácil en «Ebben? Ne andrò lontana» y puso todo la carne en el asador en el desgarrador final. La también soprano Ivanna Lesyk-Sadvska también lució en el personaje del adolescente Walter. Tuvo su mayor lucimiento con la «canción del Edelweis» Su instrumento de ligera hacía un atractivo contraste con el de Arteta. El tenor coreano Yonghoon Lee logró impresionar por su potente voz, sin embargo el personaje de Giuseppe Hagenbach también requiere de una sensibilidad más depurada para mostrar otras facetas, tal como lo hizo el barítono Vitaliy Bilyy interpretando a su rival en amores, el desafortunado Hagenbach. Su fuerte voz se dobla y desdobla para conseguir matices diversos, desde los amorosos con Wally hasta la dureza del asesino cuando se le encomienda esta senda. El autoritario Stromminger, padre de Wally, fue cantando con garbo por el bajo rumano Bálint Szabó y la mezzosoprano Ahlima Mhamdi consiguió brillar, gracias a su bella voz y presencia escénica, en el pequeño pero catalizador personaje de Afra. El Grand Théâtre de Ginebra apostó fuerte para el cierre de su temporada y consiguió llamar la atención en el pequeño mundo lírico con este título. Ojalá y su producción, no exenta de traspiés, pueda verse en otras ciudades. La música de Catalani merece ser escuchada.
Federico FIGUEROA.