Las Bodas de Fígaro en el Palacio de Carlos V dentro del Festival de Granada

Las Bodas de Fígaro. Foto: Carlos Gil
Las Bodas de Fígaro. Foto: Carlos Gil

La ópera ha vuelto al Festival Internacional de Música y Danza de Granada y lo ha hecho con un título que es, por sí mismo, todo un reclamo para el aficionado, no sólo el que gusta exclusivamente de la ópera, sino para todo aquel que, de verdad, ame la música. Nos referimos, claro a Las bodas de Fígaro, de Mozart que se ha medio representado en el Palacio de Carlos V. Tenemos un grave problema en Granada para poder llevar a cabo con éxito estos eventos: la falta de un verdadero espacio escénico. El Teatro Isabel la Católica es sumamente limitado en escenario, en foso y en todos los aspectos que tienen que ser decisivos a la hora de montar un espectáculo de la envergadura de una ópera. Tampoco el Auditorio del Centro Falla reúne condiciones adecuadas y menos aún el Palacio de Congresos que se hizo sin tener en cuenta las posibilidades escénicas. El teatro al aire libre del Generalife- escenario de grandes noches de ballet- no reúne las condiciones acústicas suficientes y al final hay que decantarse por el Palacio de Carlos V que también sufre una serie de condicionantes para poder ofrecer un espectáculo de ópera en su verdadera dimensión. O aproximada. Por eso se recurre a la versión semiescenificada con lo que se pierde mucho de su genuino carácter. Y más en una obra como Las bodas que presenta cierta complejidad.

Y es que el problema es endémico y, de momento, de difícil solución. Se habla ahora y se escribe mucho sobre el deseo de construir un teatro de ópera. Ojalá fuera posible pero la experiencia nos enseña que esto entra de lleno en el terreno de las ilusiones. Ya nos conformaríamos, ya, con poder disponer de un auténtico teatro en el que se pudiera dar ópera en las condiciones que el género requiere. Pero algunos se olvidan de la triste realidad y como soñar no cuesta nada pues siguen pensando que tenemos que tener un teatro de ópera. Vuelvo a insistir. Ojalá pero si hay problemas para mantener la Orquesta Ciudad de Granada, de estructura clásica, modesta en sus pretensiones, aunque realice una gran labor, si los problemas económicos se han multiplicado en los últimos tiempos, si ha costado muchísimo salir de este atolladero, veo difícil que podamos disfrutar de un teatro de ópera. Pero vayamos centrándonos en el tema que hoy nos ocupa y que no es otro que la función semiescenificada de Las Bodas, de Mozart en el bello marco del Palacio de Carlos V.

La versión que hemos podido disfrutar en el marco del Festival estaba dirigida, musical y escénicamente por René Jacobs, siendo el espacio escénico y pintura vestuario, muy esquemático y no demasiado convincente, obra de Frederic Amat. La orquesta era la Freiburger Barockorchester y el coro el titular de la Orquesta Ciudad de Granada. La dirección escénica pienso que fue acertada supliendo imaginativamente la falta de decorados. Buen movimiento de actores cantantes, buena planificación sobre el escenario consiguiendo que el continuo entrar y salir, las situaciones que se producen en el libreto, tuvieran un reflejo en la actuación de los intérpretes. El vestuario, sencillo, esquemático, nada acorde con el concepto historicista en el que se desarrollan Las bodas, vestuario moderno, bastante actual, pero sin extravagancias a las que tan acostumbrados estamos.

Las Bodas de Fígaro. Foto: Carlos Gil

René Jacobs ha sido el director adecuado para conducir con buen pulso, con verdadero conocimiento de la obra, para culminar todo un proceso de trabajo y de recreación que ha sido importante. Vuelvo a insistir en que las condiciones del escenario no eran las mejores, no eran muy idóneas ni mucho menos. Pero ha sabido sobradamente hacerse con la situación. Empezando por el trabajo con la orquesta que fue espléndido. Minucioso, seguro, muy pendiente de todo, trabajando con rigor y profesionalidad los recitativos, dando a la orquesta el protagonismo que le concede Mozart, queriendo ser fiel en todo momento al espíritu que anima al compositor. Ha cuidado mucho las voces, ha tenido presente que la orquesta se encontraba en el mismo plano que los cantantes por lo que había que ser muy estricto a la hora de coordinar adecuadamente los planos sonoros. Y lo ha conseguido sobradamente con eficacia, con seriedad, con un trabajo consciente y responsable que ha repercutido y muy bien, en el resultado óptimo de la representación, en su mayor parte. La orquesta ha respondido adecuadamente, cuidando también todos los detalles, pendiente de las indicaciones que , desde el podio, impartía el maestro. Ha sido una buena simbiosis, un buen maridaje que ha dado los mejores frutos.

En cuanto a los cantantes el nivel ha estado a una altura aceptable aunque no se haya llegado a lo excepcional, más bien la discreción ha sido la característica de este reparto. Pero vayamos por partes. Robert Gleadow tiene una bonita voz, aunque a veces su técnica de emisión resultara un tanto insuficiente para un espacio abierto como el Palacio de Carlos V. Dió vida a un Fígaro simpático, grato, con mucha movilidad escénica, consiguiendo muchas veces remarcar el papel tan variado e interesante que el personaje requiere. El aria Si vuol ballare siñor contino la cantó con bastante mesura, sin caer en las exageraciones, sin explotar en exceso la caricatura. A lo largo de toda la representación su trabajo estuvo presidido por esa mesura a la que antes me he referido y creo que uno de sus mejores momentos fue cuando termina el primer acto con el precioso Non più andrai farallone amoroso. La cantó con gracia, desenvoltura y sin caer en innecesarios histrionismos.

Le dió réplica Sunhae Im, como Susana. Tiene gracia, picardía, se mueve con soltura en el escenario y tiene buen gusto cantando. Sin embargo en el apartado negativo le faltaba un poco de cuerpo a la voz. Sin embargo supo incorporar su papel con dignidad y, en momentos, con bastante acierto. Por su parte la mezzo Olivia Vermeulen hizo una buena creación del atractivo personaje de Cherubino. Muy bien en escena, con gracia, con desenvoltura y cantando con exquisito buen gusto todo su papel pero destacando, sobre todo, en la bellísima Voi che sapete.

Los papeles de Condesa y conde de Almaviva estuvieron a una buena altura. Sophie Karthäuser tiene una hermosa voz de timbre cálido, buen gusto a la hora de cantar, elegante en todo momento, con una tesitura media muy limpia y con un registro agudo que no se resiente en ningún momento. Creo que nos conquistó por su perfecta versión de Porgi, amor qualchi ristoro. Excelente en el fraseo, segura en la técnica de respiración, elegante en la forma de decir y el buen nivel inicial lo mantuvo a lo largo de toda la representación. En cuanto a Arttu Kataja fue un excelente Conde de Almaviva, hermosa voz, potente, bien timbrada, de dicción elegante, capaz de solventar los distintos matices que Mozart exige de su personaje. En todo momento estuvo brillante, seguro, con poderío y sabiendo estar en el escenario. Fue la suya una de las mejores actuaciones. El resto del reparto cumplió adecuadamente y destaco la musicalidad y empaste del Coro de la OCG en su corta pero intensa intervención demostrando estar muy bien trabajado por Héctor Eliel Márquez y por el buen quehacer del Hannes Reich.

En definitiva, unas Bodas muy atractivas, que paliaron el obligado déficit operístico y que vinieron a demostrar que se puede seguir haciendo ópera, aunque con muchas limitaciones, en el Palacio de Carlos V contribuyendo a enriquecer la calidad del Festival granadino.

José Antonio Lacárcel