El Liceo cierra la temporada escénica 2016/17 cargando las tintas de Il Trovatore con los grabados de la serie“Los desastres de la guerra” de Goya. Lo hace proyectando fragmentos de grabados y textos sobre tules a modo de diorama, donde transparecen los propios cantantes en poses fijas como dos planos dentro de un mismo lienzo bajo la mirada crítica del mismísimo Goya, que encarna Carles Canut.
La tensión latente en la historia, basada en la obra teatral homónima de Antonio García Gutiérrez, es la que hay entre la misma sangre de dos hermanos inconscientes de serlo, el Conde de Luna y el trovador gitano Manrico, partisanos de bandos bélicos opuestos y opuestos a su vez en el amor hacia una misma mujer, Leonora.
Artur Rucińsky construye un Conde de Luna encomiable que hace lucir el carisma y el patetismo de su obsesivo y no correspondido amor ante un público que, tras “Il balen del suo sorriso”, sí que le corresponde en una tonificante ovación. La soflama de amor análoga de Manrico en el tercer acto “Ah sì ben mio” no se quedó corta en aplauso, si bien, en general, el inmenso Conde de Luna achicó sobre las tablas al trovador interpretado por Mario Berti. La Leonora de Kristin Lewis dejó buenos momentos vocales en arias arduas como un “D’amor sull’ali rosee” que entusiasmó a la sala, si bien la dramaturgia de su personaje resultó de largo más apagada que su voz.
Pero si algo alimentó el fuego de la noche fue la apabullante Azucena de Marianne Cornetti, la amarga madre gitana de Manrico aferrada a una botella que mece como un bebé. Cornetti arrastra al espectador al delirio, a la culpa, y al desprecio hacia el padre del Conde por quemar a su madre en la hoguera acusándola de bruja, pero también al desprecio hacia sí misma por arrojar a esa hoguera a un niño de los dos que sostenía entre sus brazos: ¿su propio hijo o el hijo raptado de aquel conde, y hermano del actual? La tragedia de Il trovatore radica en ella, en la ceguera de su venganza aguerrida y febril al no distinguirlos, y en vivir acunando como propio al niño de noble cuna; un racconto que la cantante vuelve magnífico por hacerlo creíble en una bravísima “Condotta ell’era in ceppi”, que exaltó la mayor ovación de la noche.
Carlo Colombara plantó un Ferrando solvente, el coro de Conxita García sacó pecho en el campamento gitano con un chispeante “Vedi! Le fosche notturne spoglie” y la orquesta del maestro Dabueke cumplió a rajatabla.
Las tintas de los grabados de Goya, la escasez escénica y la abyección que la dramaturgia pone en manos del capitán Ferrando y su regimiento son, en definitiva, diversas maneras con que la guerra cultiva el desprecio y configuran el leitmotiv de este Il Trovatore en el Liceu; El director Joan Anton Rechi deja patente el contexto bélico que es la caja escénica y deja, sobre todo, que sea la conmocionante voracidad de esa guerra la que dé crédito y sobre todo verosimilitud a los planteamientos más delirantes del libreto.