Las transfiguraciones de la Orquesta de Cámara de Auvergne

Orquesta de Cámara de Auvergne, que dirigida por Roberto Forés Beses
Orquesta de Cámara de Auvergne, dirigida por Roberto Forés Beses

El auditorio de Castellón recibió (lamentablemente con escaso público) a la estupenda Orquesta de Cámara de Auvergne, que dirigida por Roberto Forés Beses, que estimo hijo del admirado y apreciado maestro Forés Asensi, ofrecio un programa tan interesante como bien conceptuado y sobre todo, admirablemente bien interpretado. Ya es un conflicto crónico, que hemos reiterado en estas páginas, el de la escasez de público algo que resulta incomprensible a este comentarista dada la calidad de los conciertos que de ordinario se ofrecen en la programación mancomunada de la Sociedad Filarmónica y el Auditorio. En fin, quienes no asistieron se perdieron una excelente velada. En el pecado llevan la penitencia. No es la primera vez que hacemos uso de este aforismo.

La orquesta de arcos gala pertenece a un territorio histórico, en el que en el siglo I a.C. surgió el caudillo Vercingetórix que derrotó al mismísimo Julio César, y su calidad es asimismo histórica. Sus veinte componentes obtienen un sonido amplio, opulento y bien ajustado y con diversificada capacidad para el matiz, labor a la que no debe ser ajeno el director que sion presentar una agógica elegante obtiene unos resultados de sonoridad primorosa, criterio interpretativo y sobre todo, combinados efectos de dicción y ello se estableció en un programa lleno de mutaciones, como señalábamos en nuestras notas al programa, óptimo para manifestarlos.

Richard Strauss escribió «Metamorphoses» como un hondo desahogo sentimental, ante la barbarie destructiva en tierras germanas de la Segunda Guerra Mundial. Tras el preludio lúgubre enunciado por las cuerdas graves, las violas enunciaron el tema doliente que luego asumió la orquesta completa y se transmutó, con citas leves de algunas de las óperas del compositor muniqués, en una marcha fúnebre (sin duda teniendo presente la homónima de la ¨Heroica» beetoveniana), que modula en sus alteraciones armónicas en una lectura esperanzada que la batuta manifestó desde la convicción, la placidez y el anhelo.

El concierto 14 para piano y orquesta de Mozart, tiene cualidades muy significativas (uno hace suyas las opiniones de John Irving, respecto de sus influencias operísticas) que lo hacen muy diferente del resto de sus 26 hermanos, en particular por las innovaciones, diversidad temática, de modulaciones y cambios de ritmo del primer tiempo, que se expusieron con fluidez por Jean L. Steuerman, acompañado de una orquesta muy imaginativa que, sin embargo se plegó a los dictámenes del solista. El pianista brasileiro, tiene un sonido amplio y una pulsación enérgica, casi beethoveniana, que se patentizó hasta en el sutil adagio que pide unas notas más perladas. A quien esto escribe le recordó los estilos de Kempff, Backhaus. Schnabel o Serkin.

El primer tiempo interesó , pese a su clásico planteamiento, por la variedad y la elegancia, el segundo por su cuidadosa precisión, contando con un acompañamiento sedoso y muy matizado y el tercero por una sonoridad de Steuerman, muy presencial, siguiendo el preciso ritmo que impone la partitura combinado por el omnipresente estribillo que le confiere su esencia más genuina. Tres veces saló a saludar el solista quien ofreció una precisa y nítida versión de una Partita de Bach.

La maravillosa «Noche transfigurada» de Schoenberg ocupó la segunda parte de la audición en una versión de carácter programático muy reveladora del relato del poema de Richard Dehmel, en el que se basa, con esa diversidad de momentos, que pasan de la delicia a la crispación y concluyen con un alegato sentimental transfigurado en el que la música relata mucho mejor con su sonido mejor el final del poema que dice: «…y esto trasfigurará a este hijo de otro/ que tu llevarás como si fuera mío/ porque tú me has traído la luz y a mí mismo/convirtiéndome en niño».

El público aplaudió con fervor y el director echó la batuta para ofrecer una esmerada y detallista versión del encantador sexteto de la ópera «Capriccio» de Richard Strauss, que suena nada más levantarse el telón, constituyendo de alguna manera la obertura.

Antonio Gascó