Contrastada y homogénea presentación de Le villi y Gianni Schicchi en Riga.
La Ópera Nacional de Letonia tuvo la originalidad de presentar, en un rarísimo programa doble dada la corta duración de ambos títulos, la primera ópera y la última de Giacomo Puccini (recordemos que Turandot la dejó inconclusa), ofreciendo con ello la apertura y cierre del círculo artístico del compositor italiano en una sola noche. Le villi y Gianni Schicchi en Riga atrajo la mirada de no pocos aficionados a la lírica en el resto de Europa. La ópera Le villi está basada en la leyenda germana sobre la Wilis, espíritus de las jóvenes que murieron de amor y acosan a los hombres que los traicionaron. Es la única en la que Puccini se ocupa de un tema sobrenatural, y podríamos añadir sin estar muy desencaminados, que se trata de una ópera-ballet. La composición es un catálogo del universo sonoro pucciniano, un adelanto un tanto vasto de lo que estará por venir en todas sus obras posteriores. El libreto, de Ferdinando Fontana está muy lejos de tener las cualidades óptimas para crear una obra maestra. El trágico destino de la pareja protagonista, escuetamente desarrollado por el texto, está opulentamente servido por una orquestación afín al verismo imperante en el círculo artístico en que se movió el Puccini. El director lituano Modestas Pitrenas, al frente de la orquesta titular del teatro en ambos títulos, realizó una lectura fresca, potente y, al parecer, sin miedo a los decibelios. Por momentos el caudal sonoro era una ola tan grande que tapaba a algunos solistas. Los pasajes orquestales se beneficiaron de esta energía desbocada y en las partes en las que el coro, magnífico, participó el resultado fue, por lo menos, impactante.
Esta producción de Le villi representó el estreno de la ópera en Letonia y lleva la firma el director escénico Viesturs Kairišs. Situó los acontecimientos en un ambiente que recordaba a una casa de enfermos mentales en una escenografía (Rienis Dzudzilo) que daba pocos datos a la vez que el vestuario indicaba otras vías de interpretación (Krista Dzudzilo). La idea sugiere que Anna podría no haberse muerto por la traición de su amado Roberto y sólo estar enajenada en ese sitio de retiro. Pero también materializó las pompas fúnebres de la desdichada, por lo que emborrona aquella primera idea y lleva al espectáculo a una mezcla de realidad-ficción menos fácil de digerir. Todo ello desde una límpida y atractiva exhibición visual. Los tres solistas principales cuentan con una aria para exhibir sus cualidades vocales. La soprano Evija Martinsone fue una más que creíble Anna. Los graves no son los ideales para ese personaje pero supo sortear las aguas sin traicionar a su instrumento. Fue la triunfadora de la noche, a juzgar por el entusiasmo de los aplausos finales. El tenor estadounidense Eric Fennell fue quien más sufrió el generoso volumen de la orquesta. Su instrumento, de lírico puro, afrontó con solvencia la parte de Roberto aunque en algunos momentos quedase ahogado. El barítono sueco Kosma Ranuer interpretó con apabullante voz a Guglielmo, el angustiado padre de Anna, y remató al personaje con un prestancia escénica de excelente escuela. Este barítono consiguió mostrar otras facetas con su desternillante y hasta brutal interpretación del personaje titular de Gianni Schicchi. La hilaridad y el desenfreno final del pícaro florentino estuvieron muy bien servidos en su quehacer teatral y su potentísima voz mostró las aristas que el personaje requiere. El equilibrado elenco estuvo engalanado por la delicada y firme Lauretta de la soprano Inga Slubovska, aunque su aria pasó sin aplausos, el Rinuccio un tanto áspero del tenor ruso Stanislav Leontiev y la sobresaliente voz de la mezzosoprano Andžella Goba en el papel de Zita. La propuesta escénica de Viesturs Kairišs es eficaz y está encajada dentro un intento válido de traslación de los hechos. La escenografía y el vestuario (Ieva Jurnane firma ambos apartados) fue más variada que en la obra precedente y la iluminación funcional y sin grandes pretensiones (Carina Persson) cumplió su cometido.
Federico Figueroa