Semirámide es una de las óperas más exigentes desde el punto de vista vocal que escribiera Gioachino Rossini. Hace falta un trío (soprano, mezzo-soprano y bajo- barítono) auténticamente excepcional, al que todavía habría que añadir un tenor, que tiene que sortear dos arias muy difíciles. Estas dificultades traen como consecuencia que Semirámide es una ópera que puede considerarse como una especie de Guadiana, es decir aparece y desaparece en función de la presencia o no de grandes cantantes dispuestos a enfrentarse con la partitura. En los años 70 y 80 fue una ópera bastante habitual en los grandes escenarios de ópera, cuando sopranos, como Joan Sutherland o Montserrat Caballé, y mezzo-sopranos, como Lucia Valentini Terrani o Marilyn Horne, estaban en su gran apogeo vocal. La cosa tuvo todavía continuación en los primeros años 90 y recuerdo unas exitosas funciones en el Metropolitan con un reparto totalmente americano y formado por June Anderson, Marilyn Horne, Samuel Ramey y Rockwell Blake. Después Semirámide se ha convertido en una rareza y sus reposiciones han sido casi invariablemente en forma de concierto y ha sido curiosamente Francia el país donde más se ha ofrecido. Ciudades como Marsella, Lyon, París, Montpellier, Niza y ahora Burdeos la han ofrecido en los últimos años, aunque casi exclusivamente en forma de concierto.
Con estos antecedentes es lógico que la programación de Semirámide en Burdeos haya levantado expectación, aunque nuevamente haya sido en forma de concierto. Como suele ser muy habitual en esta ciudad el reparto ha estado formado en la parte femenina por dos jóvenes cantantes americanas, que han salido triunfadoras de la prueba. A eso hay que añadir una versión musical anunciada como integral, aunque no lo fue totalmente, y una notable dirección, lo que ha hecho que Semirámide haya vuelto a triunfar.
No esperaba mucho de la dirección del italiano Paolo Olmi, de quien no guardaba muy buen recuerdo de experiencias anteriores, aunque en un repertorio muy distinto. La verdad es que su dirección me ha resultado una muy grata sorpresa. Se nota que ha preparado a fondo la ópera y la ha llevado adelante en una lectura briosa y muy cuidada en todos los sentidos, apoyando siempre a los cantantes. El único problema de su dirección fue el exceso de volumen en más de una ocasión, echándose de menos una mayor ligereza. Hay que destacar la notable prestación de la Orchestre Bordeaux- Aquitaine, cumpliendo bien el Coro de la Ópera National de Bordeaux.
Semirámide fue interpretada por la soprano americana Leah Crocetto, uno de esos descubrimientos a los que nos tiene acostumbrado Thierry Fouquet, el director de la Ópera de Burdeos, a quien echaremos en falta a partir del año próximo. Leah Crocetto nos ofreció una brillante y muy adecuada Semirámide, con una voz de soprano lírico- spinto, con un centro poderoso, fácil y valiente por arriba, con buenas agilidades y un timbre atractivo. Está llamada a desarrollar un importante carrera, si no se malogra en el camino. Para es mi es con Angela Meade la otra importante joven soprano americana de los últimos años. Pocas sopranos pueden hoy compararse a la Crocetto en el personaje de Semiramide. Jessica Pratt puede tener una extracción más belcantista, pero Leah Crocetto me resulta mucho más adecuada a las exigencias de Semirámide.
La otra triunfadora de la noche (incluso más que Leah Crocetto) fue la mezzo soprano americana Elisabeth DeShong, que hizo un excelente Arsace. El único hándicap de esta cantante es el de tener casi dos voces distintas: un centro atractivo, con gran facilidad hacia las notas altas, mientras que los graves presentan un color distinto y da la impresión de ahuecar bastante los sonidos en esa zona, como si quisiera imitar a Marilyn Horne. La coloratura está perfectamente en orden, como lo está también la amplitud de sus medios. En suma, una estupenda intérprete de Arsace.
Mirco Palazzi fue un buen intérprete de Assur, cantando con elegancia y timbre atractivo, aunque su voz me resulta algo insuficiente, sobre todo en amplitud, para estos personajes malvados, como es el caso de Assur. Su actuación fue notable, pero se sitúa algún peldaño por debajo de sus dos colegas americanas. Su gran escena del segundo acto la resolvió mejor de lo que yo esperaba.
El tenor ruso Maxim Mironov dio vida a Idreno y no pasó de cumplir con su cometido. Es un personaje poco agradecido y muy exigido en sus arias, aquí también reducidas. El ruso mostró una voz más bien pequeña y algunas apreturas en la zona alta, consecuencia de que su centro es ahora algo más ancho que hace unos años.
En la parte de Oroe y la Sombra de Nino estuvo el bajo Ziyan Afteh, que ofreció una voz sonora y un tanto basta. Buena impresión la dejada por la soprano Irene Candelier en la breve parte de Azema. Adecuado, Jérémy Duffau como Mitrane.
El Auditórium de Burdeos ofrecía muy pocos huecos en las localidades salidas a la venta, que no incluían las situadas detrás del escenario. El público mostró claramente su entusiasmo durante el concierto, dedicando grandes ovaciones a las dos artistas americanas. Al final, hubo muestras de entusiasmo para los tres principales intérpretes, así como para Paolo Olmi, orquesta y coro.
El concierto comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 48 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 3 horas y 13 minutos. Seis minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 72 euros, costando 37 euros la más barata
José M. Irurzun