L´Elisir d ́Amore. Donizett. Met. N. Y. Opera World

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(29/01/14)

Las arias de “L ́Elisir d ́Amore” hicieron eterno a Enrico Caruso cuando interpretara al primer Nemorino de la historia de la Metropolitan Opera, 110 años atrás. Ese gran fondo de armario de los grandes templos de ópera mundiales, una representación única del bel canto, coetánea de “La Sonnambula” de Vincenzo Bellini y que no ha dejado de sonar desde su exitoso estreno en 1832. Como Caruso, eterna.

La actual producción del Met se estrenó en la temporada 2012-2013, con un reparto muy diferente al de la pasada noche, exceptuando a Anna Netrebko. La mediática soprano solventó con suficiencia los pasajes más conflictivos del papel, aunque su timbre tan oscuro le impidió sacar el brillo belcantista requerido para convertirse en una adecuada Adina. Netrebko, eso sí, aporta al papel una potencia y una indudable capacidad teatral. Lo que es admirable de ella es la personalidad magnética que desprende en escena. Cuando canta, parece que da un paso al frente en todos los sentidos. Eso es lo que le hace desmarcarse de otras sopranos.

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El esperado Ramón Vargas no pudo acompañar a Netrebko en escena, al encontrarse enfermo. En su lugar salió el italiano Salvatore Cordella. Su intervención fue un poco decepcionante en el acto primero; su voz sonaba demasiado abierta y nasal, desconcentrada. Cordella no encontraba la musicalidad en sus frases, a pesar de cantar en su lengua materna. Ya en el segundo acto, se presentó un Nemorino más convincente, que consiguió emocionar en su versión del “Una furtiva lagrima”.

Nicola Alaimo no dio lo que se esperaba de él. Su Belcore resultó demasiado brusco y con un vibrato demasiado amplio que acentuaba la imprecisión en el discurso musical.

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Erwin Schrott fue el Doctor Dulcamara. Tiene una bella voz a la que le falta un poco de cuerpo, lo cual complementa aportando a su canto una importante carga emocional. Esa expresividad hace mucho más creíble al personaje zalamero y sibilino que interpreta. Sus momentos junto a Netrebko en “Barcaurola a due voci” y en “Bella Adina” fueron los puntos que dieron luz a la noche operística. No es de extrañar, dado que Netrebko y Schott han sido pareja durante seis años. Eso se nota.

La escenografía nos lleva a la época de Gaetano Donizetti, pocos años antes del comienzo de la unificación de Italia. La perspectiva y la pantalla translúcida del comienzo de los actos crean un efecto que recuerda a la de los cuadros de los pintores del Romanticismo, con una clara interacción entre los personajes y el paisaje. Es interesante el simbolismo que juegan los colores destacados entre los tonos suaves imperantes; el rojo pasión de la ardiente Adina, el azul cian del autoritario Belcore, el gris del lánguido Nemorino.

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Siempre se espera que una orquesta como la del Metropolitan Opera luzca su grandeza en este tipo de óperas. Sin embargo, el señor Benini también consiguió sacar del foso el sonido pastoral requerido en escenas como “Caro Elisir, sei mio”, donde Nemorino prueba el elixir mágico por primera vez.

Pequeños detalles de elegancia en los que es necesario fijarse para comprender mejor la influencia que “L ́Elisir d ́Amore” ha tenido en la historia de la ópera y el hecho de que sea una obra, como ya he mencionado, eterna.

Isabel Negrín López