Está bien organizar conciertos para atraer al gran público, a ese que no asiste, de ordinario a los ciclos de abono, como el inaugural de la temporada que ofreció el valenciano Palau de les Arts, por más que haya que pechar con aplausos y efusiones extemporáneos, ruidos de toda índole y frecuencias, devaneos con la butaca por parte de quienes están incómodos por no encontrarse en un medio de su complacencia…. Pero, en fin, si con esos inconvenientes se logra incentivar el interés de alguno, pues en buena hora sean estas audiciones gratuitas.
Ocupó el inexistente podio el violinista fundador del histórico cuarteto Takacs, al que dio su nombre quien desde hace poco más de una década anda en menesteres de dirección y no con mal provecho, como pudimos apreciar. Es efusivo, simpático, y en atención a su actividad camerística atiende especialmente a las sonoridades recoletas de la agrupación orquestal, pero motivado por su temperamento expansivo y sin duda fascinado por el criterio de su compatriota Georg Solti, gusta de los contrastes acentuando en sobremanera los momentos fogosos y los tiempos rápidos. Consecuentemente resulta heterodoxo en el gesto pero eficaz al peinar los acentos sonoros.
Ofreció una enérgica obertura de «La capricciosa corretta» de Martin y Soler, con una matizada presencia de las maderas en el Andante. El axioma clasicista pareció significar la elección del programa, pues en la segunda obra de la primera parte, escuchamos un muy elogiable «Concierto para clarinete, K 622» de Mozart con un inspirado y exquisito Joan Enric Lluna como solista, que relató con mesura elegante el primer tiempo, expuso el fascinante tema del segundo con cautivador acento y dicción, controlando el sonido por mor de la sensibilidad y resolvió con jovial animación el tercero, poniendo el virtuosismo al servicio de la expresión. El solista de la Orquesta del Palau de les Arts que le acompañó, lució siempre ese sonido luminoso y traslúcido que siempre hemos admirado. La sinfónica le acompañó contando con la articulación esmerada de un director que planteó con discernimiento el concierto.
La Suite «Mozartiana» de Tchaikovski, ésta ya para gran orquesta tuvo elegancia y, sobre todo variedad en sus cuatro tiempos. Posiblemente el más inspirado fue la plegaria, fundamentada en el «Miserere» de Allegri y el «Ave Verum» de Mozart. Muy contrastadas las variaciones del último, basado en un motivo de Gluck de su ópera «La rencontre», en el que Takacs se permitió, incluso, ironizar musicalmente en algunas frases.
Cerró el programa la primera sinfonía de Prokofiev con aceleraciones en el primer tiempo que restaban condición al propósito clasicista de la obra. Asimismo fueron intensos el Larghetto y la Gavotta, que hizo recordar en su expresión el fragmento de los «Montescos y Capuletos» del «Romeo y Julieta» del compositor. A destacar los significativos timbres de las maderas en el fogoso final. El problema de una versión digna, estuvo en la vehemencia y aceleración y no tanto en el colorido armónico, que sí reflejó el carácter de la obra.
Antonio Gascó