La Ópera de Oviedo estrena Rinaldo convertida en una de las propuestas más originales y libres de las presentadas en los últimos años. Con la dirección de escena de Kobie van Rensburg, y Aarón Zapico al frente de la Oviedo Filarmonía, cuenta con las voces de Vivica Genaux, Lenneke Ruiten, Carmen Romeu y Mathew Brooke.
La función comenzó de manera inusual, con la Junta Directiva en pleno sobre el escenario para leer un comunicado en memoria de Jaime Martínez González-Río, presidente de la institución durante 15 años recientemente fallecido al que se le dedicaron todas las funciones de este título. Un reconocimiento más para un hombre extraordinario cuyo legado perdurará en la cultura de toda Asturias.
Una vez comenzada la función dos detalles sorprenden, y ambos coinciden en ser las lecturas que de la ópera de Händel hacen tanto la dirección de escena como la musical. Kobie Van Rensburg trata de recuperar el espíritu del teatro mágico barroco, cargado de efectos especiales de última tecnología que sorprendían al público y contribuían a revestir de un halo de magia las historias de cruzados y magos. Lo que, extrapolado al siglo XXI, encuentra su reflejo en cantantes delante de un croma azul grabados por tres cámaras que proyectan el resultado, encajándolos en un escenario virtual, en la parte superior del escenario. Los subtítulos, sobreimpresionados en la imagen, aumentaban aún más la sensación de estar viendo una película. En todo momento se juega con la libertad que proporciona la pieza: escenarios imposibles, situaciones rocambolescas, momentos cómicos e incluso una traducción en ciertos momentos ‘muy’ libre de los subtítulos que aportaban frescura. Es una propuesta, que, como poco, resulta arriesgada. El público por lo general jugó al juego planteado, y fue recibida con ovación en los aplausos finales.
Aarón Zapico demuestra un conocimiento exhaustivo de la partitura, que se refleja en el manejo de unos tempi y unas pausas siempre en favor de la expresión de los afectos, colaborando de manera definitiva a la consecución de una altísima calidad dramática de la función. Al igual que la escena, se sirve de la libertad creativa que estas obras ofrecen al intérprete para extraer de ella lo que él mismo ha denominado «la versión de Oviedo», alejada de lo canónico y adaptada a las circunstancias de esta función en concreto. Excepcionalmente secundado por el continuo de Pablo Zapico, Cristian Gutiérrez, Gabriel Ureña, Adrià Gràcia, David Palanca y Domenico Zappone, y con una Oviedo Filarmonía que demuestra su versatilidad amoldando su manera de tocar a las exigencias de la estética barroca, nos encontramos ante una lectura inconformista con la tradición, que exhorta al propio público a liberarse de ideas previas en favor de la organicidad de la partitura.
Vivica Genaux era el gran nombre para este Rinaldo. Una voz densa, bien apoyada, que fluía por las agilidades imposibles, con un timbre nada habitual para una mezzosoprano que en cierta manera ayudaba al rol masculino que encarnaba. Junto a ella la límpida voz de Lenneke Ruiten como Almirena aportaba el contrapunto de dulzura a la pareja, logrando, junto a la lectura de Zapico, un momento de auténtica emoción en la interpretación del celebérrimo “Lascia ch’io pianga” con el que se cerraba la primera parte. Carmen Romeu fue un torrente desde su entrada, disfrutando -y haciendo disfrutar al público- su papel como Armida, liberándose en el registro agudo, para ofrecer una hechicera desatada, consiguiendo dominar el amplísimo registro que demanda el papel, aunque, por esa generosidad en el derroche de voz, acusando el cansancio al final.
Matthew Brooke dio voz a Argante, al que supo extraer toda la vis cómica de la que requería esta “versión de Oviedo”, en una interpretación muy cercana a los papeles de bajo bufo en los que también se desenvuelve con soltura.
Por las características de estas voces de repertorio barroco y las exigencias vocales de la partitura, el elenco se vio algo perjudicado al tener que situarse por momentos demasiado al fondo de la caja para componer ciertos planos visuales, lo que restaba volumen e impedía su correcta recepción al público. Quizá fuese Paola Gardina (Goffredo) la más perjudicada por esta situación escénica, si bien consiguió construir con solvencia un papel masculino comprometido por las agilidades y también cargado de momentos cómicos. Con algunas dificultades el contratenor Rupert Enticknap defendió su Eustazio, y tanto César San Martín como María Martín presentaron con solvencia sus papeles de mago cristiano y sirena, respectivamente.
Alejandro G. Villalibre