El Liceu visita el Auditori dentro de la temporada de la OBC

El Liceu visita el Auditori dentro de la temporada de la OBC
El Liceu visita el Auditori dentro de la temporada de la OBC

Debido a la colaboración entre las dos entidades con orquesta propia de la ciudad de Barcelona, Liceu y Auditori, este fin de semana hemos podido escuchar una orquesta del Liceu en estado de gracia con un programa muy típico pero no por ello fácil, dos Mendelssohn y el último Tchaikovsky de manos de su titular, Josep Pons, y como solista el concertino Kai Glausteen.

Poco más de medio siglo es el arco temporal del concierto ofrecido este fin de semana, dentro de la temporada de la OBC, interpretado por la Orquesta del Liceu y en general habría que señalar tres aspectos: el estado de gracia y buena prestación de la orquesta, la entrega, libertad de la partitura y empatía de su director titular cuando dirige sinfónico mucho más que en lo lírico, y por último los diferentes pathos que a lo largo del concierto se trasmitieron, desde la ligereza de la primera obra hasta el nihilismo del final.

La Obertura de las Hébridas, op.26 fue compuesta por un joven Mendelssohn de 21 años tras su visita a Escocia y en un formato de breve poema sinfónico de música descriptiva, que no programática que sirvió para calentar motores de ahí las descompensaciones entre metales y cuerda que se arreglarían a medida que avanzaba el concierto. Destacar las buenas prestaciones de los dos clarinetes, no titulares, en la re-exposición del tema más lírico.

Tres años antes de morir el compositor hamburgués concluyó y estrenó el que sería modelo de concierto de violín para los posteriores intentos de otros compositores como Tchaikovsky y Sibelius entre otros. Se trata del famoso concierto n.2 en mi menor op.64 en tres movimientos ininterrumpidos piedra de toque para cualquier solista.

Kai Gleusteen, concertino titular de la Orquesta del Gran Teatre del Liceu interpretó la parte solista de este concierto de una manera brillante en cuanto a articulación y fraseo, si bien su proyección sonora a veces quedó un poco mermada en una sala tan grande como la del Auditori. Pons por su parte optó por unos tempi una tanto rápidos excepto en el segundo donde se dejó llevar por el lirismo de la partitura permitiendo un gran fraseo al solista y cuidando en todo momento su balance con la orquesta.

Agradeciendo los aplausos y alabando compañeros y director el solista canadiense interpretó acompañado por la sección de cuerda una Melodie para violín solo que serviría de enlace con la segunda parte del programa al pertenecer al catálogo de Tchaikovsky.

Las últimas sinfonías de los compositores bien por su cercanía a la muerte, bien por otras circunstancias son en su mayoría un canto de meditación del más allá, en un tono entre reflexivo y pesimista.

Todo ello lo agrupa la sexta sinfonía en si menor, op.74 del compositor ruso Piotr Ilitx Tchaikovsky estrenada bajo su batuta nueve días antes de morir. El estado del compositor de una vida atormentada se percibe desde la desolación de la primera frase magníficamente interpretada por la fagot solista que abre esta gran obra del repertorio sinfónico y que se ha llamado patética por una mala traducción del ruso que se acerca más apasionada o emotiva.

Destacar la buena interpretación del cuarteto de maderas y el pianísimo emotivo del clarinete solista colaborador Isaac Rodríguez con un sonido aterciopelado y un fraseo perfecto antes del siguiente allegro. Igualmente a destacar fue el completo empaste de los trombones al final de este primer movimiento en dinámica de pianísimo contestados por el eco de las notas de timbal cual pizzicato de percusión.

El tiempo de vals del segundo movimiento en 5/4 fue un respiro tras el dramatismo del primer movimiento si bien la rapidez de la batuta ahogó un poco de lirismo en esta parte la más ligera de la obra y con reminiscencias de música de salón san peterburgués.

El tercer movimiento destacó más por su carácter marcial que por el de scherzo que se insinúa, con un final según Pons excesivamente pomposo y superficialque como siempre provocó el aplauso del respetable ya que tradicionalmente sería el final de la sinfonía.

Pero la idea del compositor ruso era otra y nos esperaba sus últimas reflexiones musicales, a modo de autorequiem alla rusa. Destacar nuevamente aquí a la solista de flauta Zhang Qiao y a la fagotista Maria José Rielo así como a sus respectivos segundos, igual que una sección de cuerda en estado de gracia que consiguieron ese clima de religiosidad desesperada y triste de este movimiento que concluyó con un largo silencio de Pons cortando cualquier amago de aplauso.

Felicidades a la orquesta y a su director por un brillante concierto fuera de su sede habitual. Esperemos que no sea una flor de mayo sino una constante de esta y futuras temporadas.

Robert Benito

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