Líos de faldas divinos en La división del mundo, dirigida en Estrasburgo por Christophe Rousset

 

La división del mundo. Foto: Klara Beck
La división del mundo. Foto: Klara Beck

La Opéra National du Rhin trae a Estrasburgo La divisione del mondo, una joya de Giovanni Legrenzi injustamente olvidada, con un buen reparto.

Al menos hasta finales del siglo XIX, los gustos del público han sido decisivos para la evolución de la ópera. Como todo arte que requiera un gran equipo de personas, sus vicisitudes dependen de lo recaudado en caja. En la ópera barroca veneciana, por ejemplo, la multiplicación de arias dentro de una obra era una respuesta directa a los gustos de un público cada vez más interesado en el virtuosismo de las voces y en las emociones despertadas por la música.

La nueva importancia de esta pieza musical es especialmente notable en las obras de Giovanni Legrenzi, que podían incluir entre sesenta y noventa arias, cortas pero muy frecuentes. La divisione del mondo, una de las óperas de este autor, ha sido representada en la Opéra National du Rhin (OnR) en Estrasburgo, bajo la batuta de Christophe Rousset y con Jetske Mijnssen a cargo de la puesta en escena. Se trata de una ópera olvidada, representada por primera vez en el año 2000 después de trescientos años fuera de los escenarios, a pesar de que su estreno, el 4 de febrero de 1675, fue todo un éxito, siendo regularmente retomada en diferentes producciones durante los cinco lustros siguientes.

Como era propio en la época, esta ópera cuenta una historia mitológica, con los dioses como protagonistas. Su título, que alude a la división del mundo entre Júpiter (Zeus), Neptuno (Poseidón) y Plutón (Hades), disimula el verdadero trasfondo del libreto, escrito por Giulio Cesare Corradi. A la susodicha divisione sólo se le dedica una escena muy breve, mientras que toda la historia gira en torno a los líos de faldas provocados por la belleza de Venus (Afrodita) y las travesuras de Amor (Cupido).

Mijnssen translada las infilidades e incestos al ambiente de una gran familia adinerada, con Júpiter a la cabeza velando por todos. En el fondo de la escena destaca una enorme reproducción de un cuadro que muestra la escena de Leda violada por el Cisne, quizás como recordatorio de cómo el adulterio parece ser cosa de familia. La división del mundo se representa como una gran mudanza, en la que Neptuno se cambia de habitación y Plutón se queda con, adivinen, el sótano. Lo estático del decorado se compensa ampliamente con el trasiego de los personajes, bien distribuidos en diferentes niveles gracias a la gran escalera que preside el fondo de la escena.

En cuanto a las voces, la protagonista absoluta es Sophie Junker, que interpreta a una sensual Venus de voz brillante y viva. El intérprete de su amado Marte, Christopher Lowrey, canta con fineza, sosteniendo delicadamente hasta las notas más agudas. La combinación de las voces de ambos es exquisita en la escena en la que cantan juntos sobre la mesa del comedor, convertida en improvisada cama. Carlo Allemano da vida a un Júpiter convincente, autoritario pero razonable, con una voz de firme y equilibrada muy propia del señor del Cielo. Profunda y con cuerpo es la voz de Saturno (Arnaud Richard), el patriarca de la familia. El timbre de la despechada y celosa Juno (Julie Bouliane) presenta un buen contraste frente a la brillantez de la voz de Junker: nostalgia de la belleza que se escapa frente a la seguridad de ser la diosa más guapa del Olimpo. Ada Elodie Tuca (Amor) se escapa un poco en los agudos, aunque su canto es claro complementando al de su compañero de travesuras Éride, la Discordia en italiano, interpretada por Alberto Miguélez Rouco. Otra pareja simpática es la que forman Andre Morsch (Plutón) y Stuart Jackson (Neptuno), ambos pelirrojos y barbudos pero de diferente estatura y constitución. El canto de Jackson es más jovial en contraste con el de Morsch, cuya falta de entusiasmo al entonar las notas está quizás forzada para adaptarse a su papel de jefe del inframundo. El resto del reparto está compuesto por Jake Arditti, un Apolo sereno con cierto abuso de vibrato en los agudos; Soraya Mafi, con un aire infantil muy a tono con su personaje de Diana, y Rupert Enticknap, un Mercurio de preciso fraseo con algunos agudos fuera de tono.

La música de este tesoro barroco está magníficamente interpretada por la formación Les Talents Lyriques, con instrumentos propios de la época. Rousset ha querido ser lo más fiel posible al espíritu musical de Venecia de aquél entonces. Esperemos que la OnR continúe con esta tradición de presentar una obra del primer siglo de la ópera cada año, como hizo el año anterior con La Calisto, de Francesco Cavalli. El público estrasburgués podrá así seguir disfrutando del magnífico repertorio de un arte entonces en pañales pero que aún es capaz de mantener su carácter provocador.

Julio Navarro