El Teatro de la Maestranza presentó, dentro de su temporada, un programa doble que incluía las óperas El dictador de Ernst Krenek y El emperador de la Atlántida de Viktor Ullmann. Estas dos óperas ahondan en el concepto de la guerra y en el horror asociado a ella desde dos momentos diferentes: la primera, escrita en 1928, predice el ascenso de los fascismos en una Europa políticamente convulsa, mientras que la segunda, escrita desde un campo de concentración en 1943, construye una dramática metáfora en torno a la muerte y el holocausto.
El dictador es una ópera trágica de apenas media hora de duración que narra las aspiraciones bélicas de un gobernante megalómano y la transferencia de su actitud tiránica al terreno amoroso, construyendo un dramático triángulo de deseo entre una bella mujer, esposa de un oficial herido en la guerra, y su propia esposa, obsesionada con la seguridad de su marido.
Por su parte, El emperador de la Atlántida está basada en un libreto de Peter Kien que sitúa la acción en una sociedad distópica imaginaria, metáfora del fascismo, en el que el emperador Overall decide declarar la guerra global entre sus ciudadanos, provocando que la propia Muerte desista de hacer su trabajo y deje con vida a todas las víctimas del conflicto. La descomposición del estado, que no puede hacer frente a la masiva afluencia de muertos vivientes, forzará al emperador a tomar una decisión en pos del bienestar de su nación: inmolarse como condición impuesta por la Muerte para restituir el orden y equilibrio vital de la sociedad. En medio de este universo onírico de desolación y pérdida de valores brilla un hilo de esperanza, al introducirse la historia de amor entre dos combatientes; esto, y la capacidad de reírse de su propia mala suerte de Arlequín, son las únicas concesiones a la coherencia y la razón encontradas en la ópera.
El elenco de cantantes en ambas óperas resultó no sólo convincente en lo musical, sino también en lo actoral, ya que desplegaron una enorme capacidad expresiva. Sin duda, el trabajo de Martin Gantner como representación de una mente megalómana en ambas tramas fue sublime. La capacidad vocal del barítono, con ricos colores en los agudos y rotundidad en los parlamentos recitados, estuvieron al servicio de ambos personajes, que comparten rasgos en común. El egoísmo llevado al absurdo del dictador continúa en la voluntad autoritaria del Emperador de la Atlántida que no duda en enfrentar a su propio pueblo con tal de seguir sintiendo el poder de gobernar.
Junto a él destacaron las bellas voces de Nicola Beller Carbone y Natalia Labourdette, buen reflejo del buen estado de la formación vocal en nuestro país. Nicola Beller representó a la bella María en El dictador y al tambor mayor que anuncia los designios del gobierno en El emperador de la Atlántida; su prestancia en escena son sólo comparables con la potencia y calidad de su voz, rica en armónicos y con un fiato extraordinario, que le permitieron desarrollar perfectamente ambos papeles, particularmente en la segunda ópera, en la que se le exigen versatilidad artística y unas condiciones físicas que no desmerecían de las vocales. Por su parte, Natalia Labourdette ofreció un contraste interpretativo al representar con igual credibilidad dos papeles antagónicos: la esposa histérica y celosa del dictador frente al amor sincero y cándido en tiempos de guerra que personifica su personaje Bubikopf. En lo canoro reflejó una continuidad interpretativa del más alto nivel, con concesiones al lirismo más clásico en su segundo rol que le permitieron un mayor desarrollo en frases de amplio espectro tanto musical como expresivo.
Los papeles secundarios fueron igualmente buenos. Vicente Ombuena Valls participó con su timbrada voz como oficial herido en El dictador, de un breve pero contundente desarrollo vocal, y como el soldado que en medio de la lucha encuentra el amor en Bubikopf. Destacó también por su versatilidad y calidez interpretativa David Lagares como el segundo oficial del Emperador Overall; en un alarde de preparación física el barítono, que ya nos tiene acostumbrados a su ductilidad y presencia escénica, desarrollo un difícil papel lleno de notas extremas, agilidades vocales y réplicas incisivas en actitudes no siempre cómodas que le llevaron a cantar en cuclillas o incluso mientras realizaba flexiones. Finalmente, resultaron de gran impacto e igualmente de alta calidad las apariciones de José Luis Sola como Arlequín frente a la personificación de la Muerte en la magistral y profunda voz del bajo Sava Vemic, encarnaciones de dos conceptos tan antagónicos como complementarios en la visión distorsionada de Atlántida.
La bondad vocal e interpretativa del elenco de cantantes se completó con una puesta en escena vistosa, efectiva y llena de recursos técnicos. Con escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda y dirección de escena de Rafael Rodríguez Villalobos, a ojos del espectador ambas ficciones brillaron con una propuesta visual muy sugerente y llena de significado. El dictador se desarrolla en dos escenarios: un mirador del lago Lemán en el que, a modo simbólico, un guantelete de metal sirve a su vez como hamaca y como lecho del convaleciente oficial; y el despacho del dictador, con concesiones al mass-media al usar pantallas de televisión y proyecciones. Sin embargo, el mayor desarrollo escénico lo encontramos en El emperador de la Atlántida, con un paisaje desolador en el que puertas de acero anuncian los personajes y unos dientes de sierra giran como símbolo del inexorable paso del tiempo; el juego de plataformas estuvo hábilmente articulado para pivotar entre los páramos devastados en los que se desarrolla la lucha y aparece la muerte, y el palacio del emperador en el que se rigen los designios de los personajes. Completó el efectismo escénico la presencia de las bailarinas Cristina Arias y Marta Otazu, asistentes silenciosos de los protagonistas y efecto visual de gran belleza y atracción.
No se puede cerrar esta crítica sin hablar de la magnífica labor de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, que en sendas partituras subrayó con la exactitud de un delineante todos los elementos argumentales y expresivos que completan la escena. La profesional y hábil dirección de Pedro Halffter Caro fue garantía de éxito, a quien además hay que reconocerle un doble mérito al ser el responsable de la revisión y orquestación de la segunda ópera, que completó con un prólogo escénico que incluía dos obras de Viktor Ullmann: el Adagio in memoriam de Ana Frank y la pequeña obertura para El emperador de la Atlántida, ambas compuestas en 1944 poco antes de la muerte del compositor. El conjunto global de obras, enlazadas con un montaje audiovisual sobrecogedor, supusieron un bello y necesario homenaje a Ullmann, y con él a todos los artistas cuyas carreras se vieron truncadas por el horror de la guerra.
Gonzalo Roldán Herencia