Como todos sabemos, Franz Liszt fue un extraordinario pianista y compositor húngaro nacido en 1811 que cambió definitivamente la escritura para su instrumento y la concepción y modelado de la figura del “concertista”. Nuestra imagen del concertista “tipo”: virtuoso, divo, capaz de las hazañas pianísticas y memorísticas más notables se consolida a la sombra de este gran músico que, además de aportar grandes avances a la técnica del piano, fue un compositor imaginativo y en muchos aspectos anticipatorio del lenguaje musical del siglo XX.
Dejan Lazic, en su recital para el Mozarteum Argentino ofrecido en el exquisito ámbito del Teatro Colón de Buenos Aires, construyó un programa basado en la música y en el arte del maestro nacido en Raiding, al que tituló “Vida, amor y eternidad”. Un recorrido que se inició con algunas de las obras tardías y visionarias de Liszt: su Rapsodia húngara Nº18y dos Csárdás. Obras que ya se proyectan hacia el siglo XX y que anticipan a alguno de sus ilustres compatriotas que siguieron y desarrollaron la línea iniciada por Liszt; Béla Bartók entre otros.
Lazicvolcó con solvencia y seguridad las breves pero sustanciosas y exigentes piezas. Continuó con uno de los clásicos de Liszt: “Juegos de agua en la Villa de Este” perteneciente al 3º libro de Años de peregrinaje. Aquí notamos a Lazic dueño de un sonido cuidado, exquisito, especialmente en la gama de los piano y pianissimi; casi un orfebre.
La primera parte del recital continuó con la Paráfrasis de concierto sobre Rigoletto, obra que tomará como base los temas del inmortal cuarteto de la gran ópera de Verdi, y los enlazará y variará “a la Liszt” en un género muy habitual durante el siglo XIX. Serán muy comunes también ( y Liszt producirá incontables ) las transcripciones al piano, de obras instrumentales o vocales de otros autores. Nos encontramos con una superlativa versión de la Paráfrasis en manos de Dejan Lazic, no sólo desde lo técnico sino desde la flexibilidad y naturalidad en la interpretación, lo cual daba a la pieza la impresión de estar siendo improvisada en ese mismo momento.
Y se cerró este primer “viaje musical” con Venezia e Napoli, el suplemento al 2º año de Años de peregrinaje – Italia. Una muy exigente obra que, debido a su virtuosismo pianístico, corre el riesgo de acercarse a la proeza técnica más que al viaje personal, a la indagación expresiva que el intérprete DEBE realizar para poder entender y, sobre todo, transmitir. Nos resultó estupenda la versión de Lazic; sobria en lo emocional (un poco por demás sobria a opinión de esta cronista).
La segunda parte del recital estuvo casi íntegramente dedicada a la visión que Liszt tuvo de obras de otros autores, comenzando por Schubert (Soirées de Viena y del lied El rey de los Alisios), Mozart (dos números del Requiem) y Wagner (escena final de Tristán e Isolda, romanza de Tannhäuser y una fantasía sobre motivos de Rienzi). También hubo unos instantes para disfrutar de una bella versión del celebérrimo Sueño de amor Nº3.
Dejan Lazic es un pianista poseedor de una técnica espléndida y de una sensibilidad notable. La delicadeza en la creación de climas, la sutileza, es uno de sus fuertes. Tal vez sería deseable por momentos una expansividad mayor; Lazicnos dio, en los momentos de mayor sonido, la sensación actoral de mucha soltura pero de un menor compromiso emocional desde la profundidad sonora. Es cierto también que la recepción de cada artista por parte de sus espectadores, especialmente desde el punto de vista emocional, es absolutamente subjetiva. Y lo complicado en la evaluación de la interpretación de Liszt es poder encontrar el “alma”, la “poesía” por encima del deslumbre técnico; un desafío que pocos pianistas pueden superar. Dejan Lazic lo logró por momentos en un programa que, a juicio de quien esto escribe, tuvo una primera parte más lograda que la segunda.
María Laura Del Pozzo