Un Lohengrin de resaca en Munich

Un Lohengrin de resaca en Munich
Un Lohengrin de resaca en Munich. Foto: W. Hösl

Termina la primera parte de mi visita al Festival de Julio de Munich, que tendrá continuación otras dos veces. Ha sido esta representación de Lohengrin la que ha dado fin a esta corta estancia y lo ha hecho con un éxito más bien moderado, habiendo contado con una buena prestación musical, un reparto vocal, en el que se ha unido lo muy bueno con lo mediocre, y, finalmente, una producción escénica que no mejora con los años.

La producción es la conocida de Richard Jones, que se estrenara en este teatro en el Festival de Julio de 2009 y de la que he dado cuenta en nada menos que otras 4 ocasiones anteriores, la última de ellas durante el pasado mes de Marzo. Ya en su estreno esta producción levantó una auténtica polvareda y el día del estreno el director de escena británico Richard Jones fue sonoramente abucheado, lo que ya no volvió a ocurrir, porque nunca más ha salido a saludar en las reposiciones que se han visto en Munich. Lo que nos ofrece Richard Jones es una visión personal, cuyo engarce con libreto y partitura es prácticamente inexistente.

La trama se trae a tiempos modernos, seguramente a los años 60 del pasado siglo, y Elsa quiere construir una casa, labor a la que se entregará posteriormente Lohengrin. El simbolismo de la construcción de algo no está mal traído, si pensamos más en una nueva sociedad o hasta en un amor que en una casa. Lo cierto es que la casa va levantándose acto a acto, ocupando toda la escena finalmente, y la verdad es que uno acaba bastante harto de ladrillos y cemento. La originalidad de Mr. Jones consiste en que Lohengrin queda abatido ante las preguntas de Elsa en el tercer acto y prende fuego a la casa que han construido, rociándola con gasolina. La escena final consiste en un suicidio colectivo de todo el coro, al abandonarles Lohengrin. Cualquiera se dará cuenta que estas ideas no pueden hacer sino chirriar con el texto y la música. El coro canta como si estuviera en una versión de concierto, aunque con trajes, mientras que la dirección de actores no pasa de la rutina. Para el archivo diré que a escenografía y el ramplón vestuario son de Ultz y la floja iluminación es de Mimi Jordan Sherin.

Como en Marzo, ocupaba el podio Lothar Koenigs, que venía de obtener un buen éxito con Moses und Aron en el Teatro Real. Su dirección ha sido muy solvente, aunque ha tenido dos graves inconvenientes, de los que difícilmente puede ser responsable él mismo. Me refiero a que es éste el primer Lohengrin que veo desde que el pasado mes de Mayo quedáramos deslumbrados con la dirección de Thielemann en el Lohengrin de Dresde. A eso hay que añadir que el día anterior ocupaba el podio Kirill Petrenko en una Tosca para el recuerdo. Uno tiene que hacer esfuerzos para olvidarse de esos antecedentes, porque es evidente que no sirven de punto de comparación. Lothar Koenigs es un excelente director y nos ofreció lo mejor de su lectura en los dos últimos actos, en los que no faltó ni brillantez ni inspiración. A sus órdenes estuvo la magnífica Bayerische Staatsorchester. Muy buena también la prestación del Chor der Bayerische Staatsoper.

Como digo más arriba, el reparto vocal reunido ha sido bastante irregular, uniendo a grandes intérpretes (Lohengrin y Ortrud) a otros más bien mediocres, especialmente Elsa y Telramund. En estos casos queda al criterio del espectador considerar que el vaso está medio lleno o medio vacío.

Klaus Florian Vogt volvía a ser Lohengrin y una vez más ha vuelto a ofrecer una interpretación magnífica. Su dominio del personaje y de la partitura es impresionante y no tiene más inconveniente que el de su voz excesivamente blanquecina. En otros personajes, como Siegmund, esto es un hándicap importante, pero no lo es en un personaje como Lohengrin y ha vuelto a demostrar que posiblemente sea él hoy el mejor intérprete del Caballero del Cisne.

Un Lohengrin de resaca en Munich. Foto: W. Hösl
Un Lohengrin de resaca en Munich. Foto: W. Hösl

Esta producción la estrenó Anja Harteros en el año 2009 y no es fácil olvidarse de lo que nos ofreció. Mucho menos todavía es posible olvidarse de su Tosca del día anterior. Lamentablemente, no estaba Anja Harteros encarnando a Elsa, sino su compatriota Anne Schwanewilms, que no se encuentra precisamente en el mejor momento de su carrera. No cabe duda de que su voz es atractiva y de que canta con gusto, pero resulta una intérprete muy fría y distante en escena y no puede superar, sino al contrario, los momentos más dramáticos del tercer acto, quedando en evidencia al fallar de manera clara en la notas altas de las preguntas definitivas de Elsa a Lohengrin. Esto no es una novedad. Mucho recordarán que lo mismo ocurrió hace dos años en el Teatro Real. Entonces pudimos pensar que aquello era un accidente, pero estábamos equivocados.

El otro auténtico referente del reparto era Evelyn Herlitzius como Ortrud. Si en Dresde en la ocasión referida más arriba brilló con luz propia, otro tanto ha ocurrido aquí. La diferencia es que entonces formaba parte de un reparto excepcional y ahora no tenía ninguna dificultad para impresionar. Siempre es un placer ver a la Herlitzius en estos personajes.

El barítono ruso Evgeny Nikitin me resultó un Telramund un tanto decepcionante. Recuerdo que en el estreno de esta producción él era el Heraldo del Rey y lo hacía muy bien, pero Telramund es otra cosa. A pesar de que siempre me ha parecido un barítono poderoso, le he encontrado mucho más apretado que en ocasiones anteriores,

Cumplió con solvencia con su cometido el bajo Christof Fischesser como el Rey Heinrich. No está sobrado de amplitud, pero siempre es un intérprete solvente.

Finalmente, el Heraldo del Rey fue interpretado de manera brillante por Markus Eiche, una auténtica garantía en todo lo que interpreta.

El Nationaltheater había agotado sus localidades. El público dedicó una cálida acogida a los artistas, siendo el triunfo más importante y merecido el de Klaus Florian Vogt.
La representación comenzó con los habituales 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 4 horas y 47 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 32 minutos, exactamente igual que en Marzo y 4 minutos más lenta que la de Thielemann en Dresde. Diez minutos de aplausos, los dos últimos muy arrastrados.

El precio de la localidad más cara era de 163 euros, habiendo butacas de platea desde 91 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 39 euros.

José M. Irurzun