Los sopranos tornasoles de Madama Butterfly en el Liceu. Lianna Haroutounian-Jorge de León.

©A Bofill
©A Bofill

El Liceu recupera estas semanas su coproducción de Madama Butterfly junto a la Royal Opera House, firmada en el 2003 por Moshe Leiser y Patrice Caurier, pero rubricada a todos los efectos este enero del 2019 por la soprano Lianna Haroutounian en el rol protagonista.

Los tres actos se confinan en el modesto interior de la casa que el teniente de la marina norteamericana Pinkerton compra para sus esponsales con la geisha adolescente Cio-Cio-San, Madama Butterfly. La potente y hábil idea de reverberar casi tres horas de función en una sala desnuda casa bien con la vida y la esperanza de la propia Cio-Cio-San, aunque la solución formal del escenógrafo no goza siempre de la misma habilidad y parece tener que lidiar puntualmente con la magnitud del libreto y la sonoridad de Puccini incluso bajo la acertada batuta del maestro Giampaolo Bisanti.

©A Bofill

Los tradicionales paneles correderos de madera y papel de arroz delimitan el salón, con una galería trasera abierta a un fondo de paisaje cambiante. Que además el papel de arroz de los paneles japoneses se enrolle verticalmente apunta en el sentido que decíamos: en un intento de aportar variedad y dinamismo visual se provoca un impertinente murmullo mecánico sobre los sonidos y los silencios de la partitura. Otro desmán sonoro es que el propio conjunto de paneles provoquen un excesivo apantallamiento de las voces en interno, del coro a boca cerrada, y en especial de la intervención final de Pinkerton. 

El pulso de la noche, sin embargo, fue el que imprimió la Madama Butterfly de Lianna Haroutounian, ovacionada en su “un vel dì vendremo” en la apertura del segundo acto, y siempre dentro de una deleitante actuación global de una mujer recluida a los confines de sí misma, a la infelicidad de su propia ingenuidad, siempre bien secundada por Ana Ibarra como su sirvienta Suzuki. El ímpetu de Jorge de León sigue convenciendo en las soberbias y cobardías del teniente Pinkerton y su cínica “ancla lanzada a la aventura” para desventura de Cio-Cio-San. Damián del Castillo ofreció una fructífera actuación del prudente y noble cónsul americano Sharpless. Buen rol secundario del casamentero Goro de Cristophe Mortagne, y el prícipe Yamadori de Isaac Galán y correcto el tío Bonzo de Felipe Bou.

Solemnemente, la sala no menoscabó un solo aplauso al acabar esta Madama Butterfly de Haroutounian, cuando Cio-Cio-San se suicida ritualmente con la espada de su padre para morir con los tornasoles de su honor intacto, como mueren las mariposas ensartadas por un alfiler.

Félix de la Fuente