El público de la Metropolitan Ópera de Nueva York siempre acude a la llamada de las obras de Richard Wagner. Durante este mes, la ópera del Lincoln Center presenta una nueva producción de El Holandés Errante, a cargo del escenógrafo canadiense François Girard.
Con Valery Gergiev a los mandos de la orquesta, el elenco de la noche del estreno de este Holandés contó con Anja Kampe, que debutaba con Senta en el Met y la estrella del Mariinsky, Evgeny Nikitin.
La escenografía de Girard consigue que el drama respire y se desarrolle con facilidad, pese a su economía de medios. A duras penas el buque de Dalan llena el enorme escenario del Lincoln Center, y el abuso del humo sólo se ve compensado por la interesante iluminación de David Finn. El americano compensa la ausencia del banco fantasma con un elocuente juego de sombras. Los personajes principales cantan siempre bajo una luz directa e inmisericorde, pero tan solo el holandés proyecta sobre el fondo del escenario una sombre brutal, el negativo de la prosaica figura de Dalan. Otro detalle de mérito de la producción es el lustroso primer cuadro del segundo acto, en la que las compañeras de Senta llenan la escena con unas cuerdas verticales, en una alegoría doble de las ataduras femeninas y su quehacer doméstico. Retórica y simbólica, la escena de Girard sigue la línea más convencional de las producciones del Met, pero resulta hermosa y poética en muchos momentos.
El bajo alemán Franz-Josef Selig defendió con suficiencia vocal el papel de Dalan. Algo corto en el agudo y exagerado en el vibrato, su dicción permite disfrutar del texto y sus golpes de schillo colorean su parte. Lástima que en lo actoral no desarrollara todas las posibilidades del personaje. No está claro si por dirección del dramaturgo Serge Lamothe, pues todos los personajes presentan un estatismo estatuario que no aporta demasiado al conjunto.
El Erik de Sergey Skorokhodov sonó lírico pero en estilo y estuvo algo desdibujado en escena. Musical y expresivo, lució sobre la enigmática y sugerente orquesta de Gergiev, cuidadamente enfática al final del segundo acto.
El maestro ruso consigue extraer de la orquesta una sonoridad desusada. La riqueza de la voz orquestal no se consigue sin pagar el precio: irremediablemente la robustez del sonido se resintió en algún momento y aparecieron las costuras que Gergiev fue remendando con su sensible mano izquierda.
Evgeny Nikitin comenzó el primer acto de su Holandés de manera intachable. Cavernoso, nocturnal y emocionante en cada nota, su aria de presentación supuso un fantástico duelo sonoro con el foso de Gergiev. Conforme avanzaba la ópera, la proyección de Nikitin se fue debilitando, y el ruso terminó pidiendo la hora en un tercer acto anodino.
Anja Kampe debutó con Senta en el Met. Con hechuras de dramática plena, capturó el interés del público en un excelente segundo acto. Sus agudos bien colocados aunque tirantes, no desmerecían de un registro bajo redondo y corpóreo. Tal vez lo mejor de su intervención en la noche de su debut fueron los dúos: efervescente con Nikitin en el segundo acto y muy expresiva con Erik en el tercero. Una noche que recordará la afición de Nueva York, pues no es habitual esta entrega en cantantes consagrados.
El timonel de David Portillo, de brillante timbre metálico, cantó con aseo y empatía, mientras que la también debutante Mihoko Fujimura firmó una Maria adusta y de medios anchos.
Aunque con amplio margen de mejora, la enorme calidad del coro y la orquesta bajo la batuta de Gergiev, y el duelo vocal entre Kampe y Nikitin son suficientes para justificar el éxito de esta nueva producción de El Holandés Errante en Nueva York.
Carlos Javier Lopez