Lucia Di Lammermoor en el Teatro Real: apoteosis lírica

Lucia Di Lammermoor en el Teatro Real
Lucia Di Lammermoor en el Teatro Real

Hace pocos días me preguntaban si esta ópera podría ser accesible para un neófito y, sabiendo los cantantes que venían y la música que hizo Donizetti, la recomendé fervorosamente. No me equivoqué, unos días después estas mismas personas me indicaron lo mucho que habían disfrutado con la representación. Una ópera con una música casi perfecta, con un argumento sencillo de seguir y que, además, en esta ocasión venía acompañada de unos intérpretes idóneos, es una apuesta sobre seguro. Yo mismo lo pude comprobar ayer en mis carnes: una verdadera apoteosis lírica como la que se vivió con Lucia Di Lammermoor en el Teatro Real.

El montaje escénico de David Alden me pareció ciertamente interesante ya que, aunque estuviera ambientada en la casa de los Ravenswood en el siglo XIX, intentaba no transitar por lugares comunes y proponía ideas inherentes en el texto. La casa y, en general, toda la escena estaba marcadas por los claroscuros con predominio de los tonos tenebrosos, negros, sobre los blancos; escenas con ángulos imposibles, retratos en blanco y negro y una total consonancia de dichos colores con los protagonistas, solo Lucía y su futuro marido aparecían en color blanco, subrayando aún más el peso de la tradición, de la opresión familiar, al fin y al cabo del patriarcado sobre las decisiones de la mujer. Sólo el color rojo cambiará esta tendencia de colores en la parte final. También Alden subrayó la posible relación incestuosa de Enrico con Lucía como parte de esta opresión. Me pareció curiosa la representación de Edgardo como si fuera un rebelde escocés, un William Wallace al rescate que tampoco hace demasiado, todo sea dicho. Algún detalle pareció un poco fuera de tono (esa borrachera al comienzo del último acto) pero sin desmerecer un buen trabajo general que contrastaba de manera simbiótica con la luminosidad de la música del compositor italiano.

En el foso, me sorprendió agradablemente Daniel Oren, director muy dado a montar un espectáculo de sus saltos y aspavientos que, en esta ocasión, estuvo muy comedido en sus gestos y se dedicó a sacar jugo a una partitura memorable. Con mayor o menor éxito, su propuesta musical fue emocionante, sobre todo en el concertante final del segundo acto, con un gran sexteto y en la parte final de la ópera acompañando a los dos colosos escénicos. La orquesta titular del teatro sonó muy bien a pesar de algún pequeño desajuste; se puede sacar más de algunos momentos, sobre todo en los más intimistas pero el trabajo está muy bien hecho y se nota la buena conjunción. El coro estuvo de nuevo bastante bien, afinadísimo, pleno de fuerza, empastado. Siguiendo las indicaciones de la partitura con mucho acierto.

Lucia Di Lammermoor en el Teatro Real
Lucia Di Lammermoor en el Teatro Real

Dejo para la parte final lo mejor, sin quitar importancia a todo lo anteriormente dicho, pero, en una ópera como esta, si no tienes buenos cantantes, el resto no lo remedia. Qué mejor que empezar por la gran triunfadora de la noche, la soprano Lisette Oropesa, espléndida cantante y actriz que configuró un rol difícilmente superable hoy en día. Con una voz de lírico-ligera que, ahora mismo, se adapta como un guante a la tesitura del endiablado papel. Cantó con un gusto exquisito transitando por las agilidades sin apenas dificultad y dando una verdadera clase de canto a la hora de interpretar todos  los reguladores, filados, trinos… con una solvencia pasmosa y no exenta de volumen a la hora de proyectar. Además su caracterización del personaje, en continua evolución, es absolutamente creíble y está pensada hasta el último detalle, en conclusión, magnífica. A su lado, el Edgardo de Javier Camarena fue fabuloso también, dada su regularidad (bendita sea) viniendo a España, se puede comprobar cómo va evolucionando la voz y es muy interesante constatar cómo ha mejorado en la mezza voce para poder acometer el papel adecuadamente. Una mezza voce que no pierde en ningún momento el canto legato y a la que solo le falta un poco más de volumen para bordarla, cosa que ganará con el tiempo. Si a ello sumamos que sigue intacta su innata capacidad de emitir sobreagudos con una brillantez sobrehumana estamos ante uno de los tenores más importantes de la actualidad. Un intérprete que trabaja muchísimo para sacar lo mejor de su voz y que gana cada vez más en lo actoral.

El Enrico Ashton de Arthur Ruckinski fue espléndido, muy por encima de la media habitual, es un barítono muy lírico y con una considerable tesitura que maneja a su antojo, siempre manteniendo la nobleza, sin vibrato apenas, con una gran emisión, estaba tan cómodo que podía improvisar agudos no escritos; además, su caracterización fue muy completa y acorde con el papel, terrorífico a la hora de supeditar a su hermana a sus mandatos. Muy bien Roberto Tagliavini como Raimondo, otro de esos intérpretes  al que se está viendo avanzar en el teatro, siempre ha actuado bien pero también está cantando cada vez mejor, buena emisión, firmeza en los graves y solo le puede faltar una mayor redondez en las notas agudas. Muy bien el Arturo de Yijie Shi, con un timbre muy diferenciado del de Camarena, brilló en el sexteto. Bastante bien los papeles secundarios de Marina Pinchuk y Alejandro del Cerro, especialmente la primera, con una interpretación muy atormentada de Alisa.

Todo esto se junta y el resultado es una noche magnífica, una apoteosis lírica que el teatro braveó desde la pareja protagonista a la orquesta y coros. Da gusto asistir a éxitos así.

Mariano Hortal