Con una nueva producción propia el Teatro Municipal Enrique Buenaventura de Cali, en coproducción con la Fundación Aria y Memoria, refrenda que el arte lírico ha llegado a la capital del Valle del Cauca para quedarse. Indicadores de esto son el título representado (Lucia di Lammermoor) y el hecho de que ahora forma parte de la red de Ópera Latinoamérica.
La romántica ópera de Gaetano Donizetti es, en estas latitudes, poco conocida. La película El quinto elemento de Luc Besson, popularizó la llamada “aria de la locura” y de ahí que una parte del público conozca el nombre de la ópera. En Colombia se representa pocas veces. Las últimas, que se sepa, fueron en 2010 en Medellín y en 2003 en Bogotá. Sobra decir que estas funciones eran esperadas con expectación por el público local. Y no defraudaron a nadie. Primero por el espléndido nivel musical conseguido. En el foso se contó con la solidez de la Orquesta Filarmónica de Cali y la cuidada dirección del maestro Remo Ceccato. En su lectura se cantó estupendamente, se compartió el gusto por hacer música entre foso y escena, con momentos de gran sutileza y otros de emoción rotunda. El Coro de la Fundación Aria y Memoria sumó nervio e intensidad desde el inicio de la representación. La soprano Gabriela Mazuera y el tenor Hans Mogollón encarnaron a la pareja protagonista excelentemente bien avenida. Ella es una cantante muy completa y consigue dibujar a su personaje con un canto de gran belleza y una actuación escénica adecuada. Al final de la larga escena “de la locura” fue recibida, a telón cerrado, por una gran ovación de un público entregado. Por otro lado, él fue componiendo un Edgardo que conquistó por su sincera emisión, bello timbre y la inmaculada réplica, acorde al nivel impuesto por su pareja de batalla, en su aria final. El barítono Camilo Mendoza recreó a Enrico, el hermano de Lucia, un hombre sin escrúpulos capaz de usarla como moneda de cambio si eso le conviene a él. Su caudalosa voz, de calidad incontestable, aumentó la ferocidad del personaje. Impresiona al público, que le aplaudió con entusiasmo en su comparecencia al frente del escenario al final de la representación, pero no siempre está dentro del estilo belcantista reclamado por la partitura. Dicho esto, es de agradecer que regale momentos delicados como en el inicio del encuentro con Lucia, en contraste a la explosión posterior. De Raimondo se hizo cargo el bajo Hyalmar Mitrotti con un canto noble, bien articulado con su notable presencia escénica. Destacados también la intervención del tenor Gustavo Hernández como Arturo, voz de radiante, y la Alisa de la mezzosoprano Mónica Danilov, vocal y escénicamente emotiva e intensa. El Normanno del tenor Miguel Rosero, tuvo el suficiente empaque vocal para hacerse notar, además de una presencia en el escenario más destacada de lo habitual, dado que la puesta en escena, firmada por el hispano-mexicano Federico Figueroa, lo convirtió en factor importante para el desarrollo del argumento. La propuesta de Figueroa, con escenografía de Bruno Regnault, no exhibe peñascos, ruinas, fuente o castillo; ni amplios salones, brumas y olas que golpean las rocas. El espacio escénico, de trazo sencillo a primera vista, lo construyeron con un grupo de tarimas modulares. Sin embargo solistas y coro van ataviados con un vestuario, diseñado por Víctor Romero, que busca concordancia a la época que señala el libreto. Esta disparidad estética logra crear una atmósfera diferente, enrarecida. Por otro lado configura al espacio, cambiante en cada escena como lo pide el libreto, al servicio de los cantantes. La iluminación fue a ratos intimista y otras veces brutal, potenciando la plasticidad del conjunto escenográfico. En el saludo final todos los artistas recibieron el cariño del público en forma de vítores y aplausos. Aprovechando la euforia general, se anunció una nueva producción para el siguiente año. ¡Bienvenida sea!
David Minota