La Royal Opera House revisita la producción de Lucia de Lammermoor de Donizetti que estrenara en 2016 con Diana Damrau y Charles Castronovo. Se trata de una versión escénica firmada por Katie Mitchell, que desvirtúa el drama romántico donizettiano al convertirlo en un desbarajuste pseudo verista.
La propuesta, visualmente agradable, ofrece siempre un escenario bipartito en que se suceden escenas de lo más prosaico que sirven poco más que para distraer al espectador de la trama principal. Como si el drama amoroso entre Lucia y Edgardo no fuera suficiente, se inventa un aborto como desencadenante de la locura de Lucia. Por supuesto, dicho aborto no se menciona en el libreto y resulta agresivo con la partitura.
Además, la producción de Katie Mitchell abunda en detalles domésticos (escenas de armario, de cuarto de baño, de dormitorio) que están fuera del estilo de Donizetti y que no enriquecen el conjunto. Por su nefasto tratamiento actoral, resultó especialmente irritante la escena de la boda entre Lucia y Arturo, que en esta versión londinense parece más un aquelarre sicilano que unas nupcias a la escocesa. Colma el despropósito la explícita y antiteatral muerte de Lucía, que se corta las venas en la bañera. Se intuye la intención fallida por parte de Mitchell de mostrar a Lucia como la heroína de una batalla de sexos que sólo funciona en el imaginario de la directora.
Más allá de lo visual, la compañía contrarrestó lo escénico con lo mejor de su artillería. La Orquesta de la Royal Opera House estuvo brillantemente dirigida por Michele Mariotti. En sus manos, el foso destiló los mejores licores y lució con ventura el genio compositivo de Donizetti. Siempre atento a las necesidades de los cantantes, Mariotti mantuvo un perfil adusto sin asomo de efectismos, y combinó inteligencia, sobriedad y concisión. El coro de la ROH, preparado por William Spaulding, mantuvo una línea muy sólida, más tendente al hiperrealismo que a la épica romántica.
El reparto vocal estaba encabezado por la soprano cubano americana Lisette Oropesa. Oropesa se adaptó con maña a la propuesta escénica y su Lucia trasmitió la determinación feminista que la dirección escénica pedía. No obstante, lo más interesante de sus intervenciones estaba en el canto. Lisette Oropesa cuenta con un instrumento flexible y atlético que produce un sonido magro y fibroso, pero tremendamente versátil. En el primer acto, la soprano espesó el canto con un vibrato excesivo. No obstante, su manejo de la respiración, la solidez en el apoyo y la articulación de la voz hacen de su canto una herramienta de exquisita precisión, lo que le permite navegar a placer las aguas más agitadas del belcanto donizettiano. Así, Oropesa epató con larguísimas frases a media voz, agudos recogidos pero ricos y bien proyectados, trinos carnosos y expresivos y un buen surtido de delicadezas dinámicas que emocionaron al público inglés. La escena de la locura, de elevada factura estética, fue interrumpida con ovaciones, mientras que sus intervenciones en dúos y concertantes no admiten peros.
En el papel de Edgardo tuvimos al tenor estadounidense Charles Castronovo, de voz grande y oscura, algo engolada en el centro. Al lado de la Lucía de Oropesa, su Edgardo se antojaba más expansivo y desbordante, de trazo más grueso. Estas reservas se fueron diluyendo en los dos últimos actos, donde el artista hizo gala de una considerable musicalidad y de una línea que aunó belleza tímbrica y lirismo contenido.
También fue sobresaliente la actuación del barítono británico Christopher Maltman como Enrico Ashton. De su intervención celebramos su calidad actoral, la claridad de su línea vocal, la belleza y homogeneidad de su timbre y su intachable dicción. Un lujo de cantante cuya presencia escénica se impuso a la de sus compañeros.
Junto a ellos pudimos escuchar al bajo Michele Pertusi en un Raimondo de cavernosa emisión y al efectivo tenor Konu Kim, un tanto histriónico como Arturo Buclaw. Rachael Lloyd dio una buena muestra de sus aperos vocales en papel de Alisa, la ayuda de cámara de Lucia. Con su agradable timbre, oscuro y mate, salió al paso de la hiperactividad que le asignó el director de movimiento Josehp Alford.
Sin duda es buena idea acercase a escuchar, más que a ver, esta versión de Lucia de Lammermoor, que está a la altura del teatro que la repone, y de los tiempos que vive el género.
Carlos Javier López