Tras casi diez años ha vuelto al Teatro del Liceu Lucia de Lamermoor con dos repartos y rodeada de grandes despliegues mediáticos que tal vez han apagado al verdadero triunfador de la velada, Donizetti y su música dramática.
Cuando uno se enfrenta al bel canto, una de cuyas cimas es esta Lucia y a cualquier ópera, incluso más, a cualquier obra de arte, o expresión artística se necesita una predisposición para creerse, por un tiempo breve, esa historia como hacen los niños con los cuentos para que tengan el efecto mágico de la ilusión con la que fueron concebidos. Cualquier obra de arte es algo extra-ordinario. Nadie muere de tisis cantando, ni nadie declara su amor en un dúo de más de diez minutos con agudos estremecedores. Sin embargo un cuadro, una escultura, la grandiosidad de un templo griego nos emociona por lo extra-ordinario que tiene en sí, lo mismo que una de las arias salidas de la pluma de Donizetti donde la técnica sirve al drama y se enriquece con todos unos recursos vocales y expresivos que servidos en su justa medida y con una gran entrega por parte de los intérpretes nos hace emociarnos y empatizar con el afecto y sufrimiento de estos amantes escoceses como en otro momento fueron los de Verona, o los de Kareol y fue la suerte de Mimí, Violeta, Carmén, Elisabeth, Billy Bud, Sansón o tantas y tantos otros.
El lector se preguntará por qué comienzo esta reseña haciendo una reflexión y no despedazando o glorificando cantantes y producción como sería de esperar. Simplemente porque tras asistir a la representación de la ópera me di cuenta de que gran parte del público que me rodeaba vio la ópera desde la distancia, desde la frialdad de quien está harto de imágenes violentas, de sufrimientos ajenos, de historias de amor in-creibles, de efectos 3D y que por tanto no le tocan ni la capa más superficial de su epidermis. Hasta el punto que el esfuerzo loable del regista de impactar al público con un suicidio de los protagonistas por amor, el tenor clavándose un cuchillo al final de la ópera y la soprano lanzándose al vacío al final del segundo acto lo único que provocó en el respetable fueron sonrisas y comentarios irónicos más que empatía emocional. Evidentemente nadie se ríe de un suicidio en vivo como los que se vieron tras los atentados de las torres gemelas de New York, o de una persona que se auto-inmola por razones religiosas o políticas, pero el arte nos re-presenta que esas emociones existen más allá de una situación extrema y a modo de recordatorio tras una escena de una fuerza brutal como las que vemos en algunas óperas algo de dentro de nosotros se tendría que remover porque se está hablando de la fragilidad de nuestra existencia, de nuestros sentimientos y no de un puro entretenimiento burgués decimonónico inocuo y bien estante.
Walter Scott, autor del drama original The Bride of Lamermoor,sobre el que se basa la ópera intentó denunciar unas actitudes y comportamientos que hasta hoy día suceden, el maltrato a la mujer, los odios entre clanes, la lucha del poder y del status por encima de los interés del individuo…etc y eso es lo que cautivó a Cammarano para dibujar un libreto romántico apto para que la genialidad del compositor Donizetti hiciera una obra redonda para su época y que se ha mantenido en el repertorio desde su estreno en el Teatro de San Carlo de Nápoles en 1835.
Y este mundo oscuro y corrupto del drama romántico original el equipo de Damiano Michieleto lo actualiza de diferentes maneras a través de símbolos que mezclan los submundos medievales con la aparición de una dama fantasma que obsesiona a Lucia, de la rosa como símbolo del amor eterno pero que se deshoja constantemente por los protagonistas mostrando la fragilidad e imposibilidad del mismo y todo ello en una escenografía única de una construcción de una torre de hierro y cristal torcida y semidestruida, que si no fuera porque esta producción viene del teatro de Zurich se podría pensar que la inspiración de la misma viene de la escultura de la Barceloneta titulada Estrella Herida de la artista Rebecca Horn. Símbología simple pero efectiva y expresiva, si bien para los neófitos que no conocieran la obra da lugar a equívocos de situación espacial de cada momento de la obra. Como ventaja última la rapidez y agilidad de los cambios de escena. El vestuario juega con la contemporaneidad y un tufo fascista en algunos momentos como el coro masculino del final que no tiene ninguna explicación si exceptuamos el capricho de su diseñadora. Igualmente circuló entre los comentarios del respetable la broma de que parecía que el departamento de marketing y mecenazgo tan dado a buscar patrocinadores hubiera querido con el vestuario de las señoras hacer un anticipo del anuncio navideño de las burbujas de Codorniu, como lo hace al anunciar Coca-Cola cuando alguien quiere ver en forma virtual el escenario al comprar su entrada en la aplicación web del teatro. No todo vale por remediar el déficit de temporadas pasadas.
Segundas lecturas a parte tuvimos la suerte y el privilegio de disfrutar de una noche mágica de bel canto servida por un cast de gran calidad en general pero sobretodo por una pareja protagonista verdaderamente de antología. La soprano granadína Maria Jose Moreno conocida y querida en el Liceu por sus apariciones desde 1997 configuró una Lucia viva, sentida y magníficamente bien cantada. Es un rol que lleva interpretando años pero que no ha perdido ni la frescura ni la inocencia que posee en sus intervenciones solistas y ensoñadoras con sus endiablados ornamentos, picados, filados y demás recursos expresivos que en el instrumento de esta soprano parece fácil lo imposible y natural el buen gusto en la emisión que tantas veces escasea en este y en otro tipo de repertorio. Y si en sus arias fue tan ligera como lo exige la partitura en sus dúos y números de conjunto se entregó como la otra parte de su personaje, más dramática y con una presencia escénica y canora redonda sin forzar en el registro medio y grave que exigieron los momentos más tensos del dúo con el barítono y el bajo.
Ismael Jordi, que ya conocía la producción, fue un Edgardo entregado y creíble en lo físico y actoral pero absolutamente impoluto en lo canoro. Desde su primera aparición en el pequeño recitativo que da paso al primer dúo de los protagonistas ya demostró el jerezano su aplomo, su maestría de emisión y que se vería refrendado en cada intervención hasta llegar a su momento culminante el aria final del tercer acto donde cada frase estaba mimada al extremo acorde a las intenciones del texto y poniendo la técnica al servicio de la expresión canora. Cada piano, cada legato y cómo enfrentarse y enfocar el agudo obedecía más que a un lucimiento gratuito a acercar el dolor de este amante desesperado entre el honor y el amor.
El barítono italiano que debutaba en el Liceo Giorgio Caoduro fue más creible como hermano que como cantante con ciertos problemas de afinación y de apertura en la emisión que restaron enteros a una buena prestación dramática ya desde su aria de presentación. El otro debutante en el Liceu, el bajo craota Marko Mimica posee una voz poderosa y una presencia escénica que redondeó una breve pero impactante presentación en su aria con coro del tercer acto.
Albert Casals tenor muy apreciado en el Liceu y con compromisos de más importancia que este Arturo en otros teatros como su Rinuccio en la producción de Woody Allen ofrecida por el Real en la pasada temporada cumplió sin problemas con este rol de breve duración pero enriquecido en la dramaturgia de esta producción. Igualmente la Alisa de Sandra Fernández ayudo en un conjunto de alta calidad de voces junto con el asturiano Normanno de Jorge Rodriguez que pecó más por exceso de volumen que por gusto en su fraseo.
Lucia no es una obra donde el coro pueda tener un lucimiento especial, obedece a una estética más bien estática y de ahí que en la mayoría de las ocasiones su intervención fuera de mero relleno armónico si bien siempre dentro de la calidad que últimamente ha alcanzado. Evidentemente hay que destacar sus esfuerzos de poder cantar amontonados en un espacio pequeño con una visibilidad reducida de la batuta y además coreografiando una música de una manera un tanto ridícula y falsa…nuevamente caprichos de un regista, Damiano Michieletto, que ni siquiera vino al debut de este cast, ni tampoco se dignaron saludar ninguno de los responsables escénicos de esta producción curiosamente.
Solistas, coro y orquesta estuvieron en las manos de un profesional como es Marco Armiliato ya conocido en otras producciones del repertorio italiano en este teatro. La impresión que recibimos de su batuta fue un trabajo de mero acompañamiento, sin ninguna personalidad, más atento a concertar que a crear y que la orquesta siguió fielmente dentro de la atonía que este tipo de obras produce en el foso cuando no hay un verdadero amante del mismo.
El público que llenaba el teatro respondió con generosidad de aplausos y bravos durante la representación y sobre todo al final de la misma normalizándose el hecho de que la gente esperara aplaudiendo respetuosa a encenderse las luces antes de abandonar su localidad que en otras ocasiones no es lo habitual.
Esperamos en próximos días poder ofrecer la reseña del otro cast con el debut del tenor peruano J.D.Flórez en el papel de Edgardo que ha centrado la publicidad de esta producción a nivel mediático pero que por decisión del teatro no fuimos citados al estreno y esperamos que eso se remedie en próximas fechas para cubrir por parte de esta publicación lo que la mayoría de prensa especialidad ha tenido acceso.
Sea como fuere invitamos a los aficionados y a los neófitos a ver esta producción con el cast reseñado en este texto ya que no les defraudará.
Robert Benito
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