Lucrezia Borgia de Donizetti. Buenos Aires

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Lucrezia Borgia es una obra muy particular dentro de la producción de Donizetti. Más allá de las debilidades propias de su argumento, inverosímil ya desde la obra de Victor Hugo en que se  inspira el libreto, en lo musical presenta, sin perder su clara filiación belcantista, muchos anticipos de la fuerza dramática del primer Verdi.
Su presencia en los escenarios porteños ha sido muy reducida contándose sólo tres producciones: su estreno en 1849 en el Teatro de la Victoria, la primera en el Teatro Colón allá por el año 1919 y la última durante la temporada 2000 con la soprano Adelaida Negri en el rol principal, y esa infrecuencia puede explicarse tal vez en la dificultad para alcanzar un buen resultado por el delicado equilibrio que la obra exige entre voces de primer nivel y un planteo escénico que logre remontar las inconsistencias del libreto.
Buenos Aires Lírica ha decidido enfrentar el desafío, presentando esta ópera como segundo título de la temporada en la que festeja los primeros 10 años de vida de la Compañía, pero el resultado nos dejó un tanto insatisfechos.
La puesta de Tomer Zvulun optó por trasladar la acción del Renacimiento a los años ´20 lo que, visto la suma de arbitrariedades históricas del libreto original y teniendo en cuenta los conocimientos que sobre el período tiene el público en general, no debiera preocuparnos si el recurso redunda en una mayor riqueza en la exploración de la psicología de los personajes pero, lamentablemente, no fue este el caso.
La marcación actoral no pasó , salvo excepciones, más allá de lo convencional y por lo tanto el cambio de época del vestuario y los decorados de inspiración art decò (interesantes diseños de Nicolás Boni) volvieron, paradójicamente, más artificiales las situaciones dramáticas al ser muy estereotipadas, muy cartón-piedra, no plasmaron más que lo superficial de la acción.
Florencia Fabris fue una protagonista que luchó denodadamente con las exigencias de un papel de tanto compromiso. Su voz no parece ser la más afín a un rol como el de Lucrezia que combina largas líneas, coloratura limpia, una tesitura amplísima y la necesidad de una resistencia física a toda prueba.
Interpretó con entrega y compromiso pero en más de un pasaje sacrificó  línea y tempo para llegar al final.
Cómo desearíamos poder aplaudir sus cualidades, que son muchas, en un repertorio más afín a sus medios y características. Es una cantante que vale… y que podría brillar plenamente si se decide por papeles que no la condenen a parpadear.
Darío Schmunck lució bello timbre pero una voz de poco caudal lo que lo llevó a forzar más de un agudo peligroso. Su Gennaro no parecía el hijo de Lucrezia y el dramatismo que la escena final requiere estuvo ausente de su interpretación.

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El Don Alfonso de Christian Peregrino resultó de lo mejor de la velada tanto desde su aplomo dramático como desde su rendimiento musical. Su voz, tal vez demasiado oscura para el rol, se plegó no obstante a las exigencias de la partitura y su presencia en el escenario garantizó tensión dramática de buen cuño.
Vanina Guilledo fue superada por las dificultades de un rol tan expuesto como el de Maffio Orsini. Corta en los agudos y muy limitada en los graves, intentó con loable compromiso compensar desde lo dramático (en este difícil papel travestido) sus límites vocales, y nos entregó muy buena escena… aunque poco canto.
Los restantes roles fueron cubiertos con soltura, aunque las escenas de conjunto sufrieron más de un traspié en lo musical.
La batuta de Jorge Parodi optó por descargar una orquesta que pocas veces bajaba del forte, complicando a los interpretes y movió los tempos con una arbitrariedad que excede el criterio personal.
Lucrezia visitó nuevamente Buenos Aires, pero su estancia no fue todo lo feliz que esperábamos.

por el Prof. Christian Lauria