Ludovic Morlot y la SSO se ponen serios con el Requiem de Ligeti y la Quinta de Mahler

Ludovic Morlot y la SSO se ponen serios con el Requiem de Ligeti y la Quinta de Mahler
Ludovic Morlot y la SSO se ponen serios con el Requiem de Ligeti y la Quinta de Mahler

El pasado jueves asistimos en Seattle al último concierto de la temporada del ciclo Masterworks, que la SSO ofrece en el auditorio Benaroya, con el apoyo de la aerolínea americana Delta. En esta ocasión el director titular de la orquesta, el francés Ludovic Morlot, condujo a la SSO en el Requiem de Ligeti y la Quinta de Mahler.

Morlot, que dejará el conjunto de Seattle al final de la temporada próxima, demostró una vez más su dominio del repertorio del siglo XX, mientras que su versión de la monumental Quinta Sinfonía de Gustav Mahler sirvió como postre excepcional al concierto. Tras el fiasco de la semana anterior, en la que la SSO junto a Thomas Dausgaard ofrecieron un discreto concierto dedicado a Richard Strauss, y con el buen tiempo que hacía el jueves, sorprendió la entusiasta asistencia de los aficionados de Seattle, que llenaron el Benaroya.

El coro de la Seattle Symphony encontró en el Requiem de Gyorgy Ligeti la obra perfecta para reivindicar su arte. Ellos fueron los protagonistas de una representación equilibrada y cabal liderada por Ludovic Morlot, quien destila siempre sus mejores licores en el repertorio contemporáneo. Así, escuchamos con emoción un misterioso Introitus, servido con lujo por la orquesta, con un control excelente de las dinámicas. Las emociones se desbordaron en el Kyrie subsiguiente, menos fino, pero que combinaba a la perfección la ansiedad con la desesperanza hasta crear momentos de una belleza hipnótica. La juventud de los barítonos y bajos del coro restó oscuridad a esa cuerda, pero los cantantes lo compensaron con un vibrato cavernoso de lo más sugerente.

En De die judicii sequentia disfrutamos de las afinadas voces de la soprano Audrey Luna, con sus filados lacerantes, y de la mezzo Allyson McHardy, cuadrando con elegancia una complicada línea que pone a prueba la capacidad de la solista en el canto de sbalzo. Ambas cantantes supieron recrear con expresividad la partitura de Ligeti, con una línea vocal que es un contrapunto de emociones, un juego de extremos entre la esperanza y el desgarro, entre el pesar individual y la oración común. Entre los vientos destacaron con una intervención sobresaliente el oboe de Ben Hausmann y el clarinete de Ben lulich. El equilibrio que había presidido toda la interpretación se mantuvo durante el Lacrimosa final, que nos dejó una introducción sobrecogedora y un final más reflexivo que efectista.

Todos los asistentes esperaban con ganas la Quinta Sinfonía de Mahler. La marcha fúnebre que abre la obra fue servida con aseo por los vientos. Junto a la brillante intervención a la trompa de Jeff Fair, las trompetas salieron airosas aunque hubo algún desbarajuste en los trombones. El sonido de la SSO era empastado y denso. Morlot salió al paso de un segundo interludio algo falto de expresividad y fue cuadrando la orquesta en la segunda parte del primer movimiento. Aquí la SSO elevó con confianza la calidad de la interpretación, mucho más precisa. Los asistentes se acomodaban en sus asientos, como anticipando los grandes momentos que habrían de venir.

El segundo movimiento nos deparó una embriaguez de chelos. Sólido en todas las familias, y con pocas concesiones a lo melancolía. A veces se percibía en el sonido de la SSO una pulsión optimista, un anhelo vital expresivo y convincente. Sin fallos reseñables en el Scherzo, Ludovic Morlot se permitió jugar audazmente con las dinámicas, lo que resultó en un tempo más discontinuo de lo habitual. No obstante, la SSO convenció por el detalle de las frases, y el detenimiento con que los músicos articulaban un aquilatado discurso orquestal, como pensado para el disfrute atento. En el famoso adagietto que inicia la última sección de la sinfonía disfrutamos del Morlot más fino, con un repertorio de caricias orquestales que no le habíamos escuchado hasta el momento. En frases largas y bellamente ligadas, nos hizo disfrutar de la carnosidad de las cuerdas.

El finale destacó por la riqueza y complejidad tímbrica de los concertantes, tocados con pasión pero con naturalidad gracias a la técnica de los maestros de la SSO. Durante el finale, como en el resto de la sinfonía, los colores de la SSO aparecían nítidos y sus combinaciones arrojaban matices felices. La voz de las distintas familias no se desdibujó pese a la complejidad de la orquestación gracias a un Morlot muy preocupado por el pulso dramático. Como vemos, la SSO cuajó una excelente versión, al punto que por momentos pareció ensoberbecida por la música de Mahler. Acaso no haya otra manera de tocar la obra del genio austriaco.

Carlos Javier López