Madame Butterfly abre la pre-temporada de Les Arts

Madama Butterfly © Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Madama Butterfly
© Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Dentro de la política de comenzar la temporada de ópera con un calentamiento a precios populares ha subido al escenario del Palau de les Arts de Valencia el drama pucciniano de Madama Butterfly con una producción de resultados desiguales.

Madama Butterfly fue intitulada por su compositor Giacomo Puccini como tragedia japonesa en tres actos. La historia nos remite originalmente al relato de Jhon Luther Long del cual el actor y productor teatral David Belasco realizó una adaptación teatral que conmovió tanto a Puccini que solicitó los derechos. Con la ayuda de su pareja de libretistas Illica y Giacosa acabó siendo tras diversas revisiones el éxito de la frágil geisha que se convierte en madre suicida por el abandono del despreciable patriota militar americano Pinkerton. Esta historia musicada todavía hoy nos conmueve pasados los más de cien años de vida desde su estreno en 1904 en Milán aunque a veces las lecturas que se nos ofrecen de algo tan realista y tan fuerte dramáticamente hablando se deforma con lecturas o ambientaciones que desvían del drama personal al drama histórico de un país.

Eso es lo que ha ocurrido en la versión ofrecida por el director de escena Emilio López en que respetando la historia el primer acto con una bella y adecuada ambientación y escenografía de Manuel Zuriaga se pierde en los otros dos actos al convertir la casa de la familia Pinkerton-Butterfly en ruinas tras una supuesta explosión de bomba mundial fuera de toda credulidad de la historia original. Esta traslación a la segunda guerra mundial no aporta nada, más bien crea grandes contradicciones a la trama y texto que estamos viendo haciendo de Butterfly una esquizofrénica que ve jardines y flores donde nosotros sólo vemos ruinas con una Suzuki cortando papeles de colores para que el magnífico dúo pucciniano tenga algo de cordura y coherencia.

Tampoco ayudó la dirección musical de Diego Matheuz cuya batuta no pasó en sus mejores momentos de una corrección aburrida destacada por unas tensiones mal creadas y peor resueltas, con un errático balance de volúmenes entre foso y orquesta que obligaba a los solistas a cantar en una dinámica de forte a fortísimo en un noventa por ciento de las ocasiones perdiendo cualquier atisbo de línea y delicadeza. Una tristeza que una batuta teniendo dos formaciones estables de gran calidad, coro y orquesta, no sepa sacar un partido ya no excelente sino notable como hemos podido gozar y escribir en muchas otras ocasiones.

Liana Aleksanyan fue una Butterfly increíble, en el aspecto de no-creible, ni su voz era la adecuada, poco flexible, con agudos forzados, mal enfocados y una configuración del personaje desde el punto de vista de la escena absolutamente falso con unos gestos tan de turist-shop como un sake de aeropuerto.

Luciano Ganci llamado a última hora y sin apenas ensayar salvó el papel de Pinkerton musicalmente intentando sobrepasar una dirección orquestal de decibelios exagerados, bien fue bastante más flexible que la soprano y con unos medios mejor empleados. Escénicamente fue un Pinkerton al uso, sin ningún subrayado especial, pero al menos tiene la excusa de incorporarse a la producción 24 horas antes de subir el telón.

Madama Butterfly © Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Madama Butterfly
© Miguel Lorenzo/Mikel Ponce


El cónsul Sharpless fue asumido por el barítono Rodrigo Esteves con grandes deficiencias vocales en proyección y cuyos agudos fueron sin brillo y un registro medio sin ninguna flexibilidad ni de dinámica ni de color. Y su aportación escénica fue igualmente bastante deficiente y casi anodina en el tercer acto.

Tal vez hubo dirección escénica y estos tres artistas no la asumieron pero la impresión fue la contraria, una dirección errática sin expresividad ni dramatismo en ningún momento con movimientos y gestos más propios de una mala tradición escénica que de un montaje del s.XXI.

Muchas veces en esta revista hemos alabado las nuevas tecnologías como aportación positiva a la escenografía y dramaturgia de la ópera y de las cuales el director artístico de Les Arts es tan aficionado a utilizar en sus montajes. En este caso la video creación de Miquel Bosch fue más una distracción bastante poco intensa que una aportación positiva.

No todo fue tan negativo, la Suzuki de Nozomi Kato fue un oasis en medio de tanto desierto de creatividad y calidad canora. Una voz redonda, potente, igual en sus registros y con una verdad escénica que dejaba en evidencia la artificiosidad del resto y que ya hemos podido disfrutar en otros roles en este mismo escenario en obras de Britten a Verdi, de Haendel a Puccini es uno de los frutos maduros de esa iniciativa loable del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo.

El resto de los partiquinos correctos, si bien llama la atención la elección de Moisés Marín para el rol de Goro permitiéndosele cantar de una manera y fuerza como si fuera el segundo tenor dramático de la producción en vez de potenciar la parte escénica de casamentero usurero que no olió en ningún momento, más preocupado por demostrar potencia que teatralidad y sorprende más cuando en otras intervenciones ha ofrecido muchos mejores resultados escénicos en este mismo escenario.

Una velada bastante aburrida y poco interesante musicalmente que sin embargo consiguió llenar aforo premiando con aplausos este arranque de pre-temporada que esperamos mejore en los próximos títulos.

Robert Benito