
Como nueva atracción para el público madrileño, este concierto suponía la presentación del violinista Ray Chen en el ciclo de Ibermúsica del Auditorio Nacional, junto a la Orquesta de Cadaqués a las órdenes del maestro Antoni Wit. El celebérrimo Concierto para violín de Mendelssohn fue la obra elegida por el joven concertista taiwanés para desplegar su gran conocimiento de una pieza que ha trabajado hasta el más mínimo detalle, llegando a alcanzar en ella una interpretación con un notable grado de madurez. Chen, que ganó en 2008 y 2009 sendos primeros premios en los Concursos Yehudi Menuhin y Reina Elisabeth, esgrime un Stradivarius de sensacional afinación que perteneció ni más ni menos que al mítico Joseph Joachim, el violinista que estrenó el único concierto de Brahms para el instrumento, la misma obra que nuestro solista venía de tocar con la Simfònica de Mallorca.
Ray Chen (Taiwán, 1989) es un intérprete que en su gesto transmite cordialidad y concentración a partes iguales. Su violín disfruta y se regocija en el encantador espíritu clásico que desprende la partitura del compositor hamburgués al tiempo que se implica al máximo en los pasajes técnicamente más exigentes. Y es que el virtuosismo del taiwanés está muy logrado, resolviendo con perfección milimétrica escalas y arpegios, a lo que aúna gran limpieza en ataques y articulaciones, todo ello en un discurso claro, diáfano y libre de enmarañamientos. Donde su lectura gana enteros es en los pasajes cantabile, lo que encuentra su mayor canalización en el Andante central, donde expresión, línea y fraseo fueron realmente impecables. El entendimiento con Antoni Witt fue total y manifiesto, ya que la extrovertida pero en todo momento respetuosa dirección del polaco le permitió a Chen lucir ambas cualidades interpretativas, que en solitario desplegó en la magnífica cadencia central del primer movimiento y en el Capricho nº 21 de Paganini ofrecido como propina, reconociendo al entusiasmado respetable ser su favorito de entre los 24.
Siguiendo con el repertorio romántico alemán, el filosófico universo sinfónico-coral de la Novena de Beethoven ocupaba la segunda parte del concierto. Aquí el maestro polaco extrajo el mayor rendimiento de una más que competente orquesta que sin embargo no posee un sonido excesivamente personal. La lectura, de vigorosa impronta, permitió la clara definición de líneas en cada sección instrumental, y estuvo dominada por un cuidadoso manejo de las dinámicas.
La ortodoxa batuta de Witt no impuso un exceso de personalismo en la elección de los tempos, lográndose un general equilibrio interno en cada uno de los movimientos. En el Scherzo, de ritmo extraordinariamente marcado, Wit optó por llevar el Trío central a una velocidad mucho mayor que las partes extremas. En el Presto final, con una sección de chelos un tanto desangelada en los acordes iniciales, emergió la estupenda aportación del Coro Estatal de Letonia, también debutante en el ciclo, de diligentes y empastadas voces, que con su firme expresión oscureció la prestación, más bien discreta, de los cuatro solistas, colocados en el extremo izquierdo del coro: el bajo Stephan Klemm, el tenor Timothy Richards, la soprano Christiane Libor y la mezzosoprano Olesya Petrova.
Germán García Tomás