Maguy Marin y ‘May B’, o el feísmo absurdo

Maguy Marin y ‘May B’  Cristina Marinero

Escena de ‘May B’, creación de la coreógrafa francesa Maguy Marin    Maguy Marin y ‘May B’                    (C) Herve Deroo

Naves del Español. 18 de septiembre. La presentación en Madrid de May B, creación con la que la coreógrafa Francesa Maguy Marin confirmó su despegue en el entorno de la nueva danza francesa de los años ochenta, coincide con dos aniversarios significativos.

El primero le concierne a la propia obra, estrenada en 1981 en el Teatro Municipal de Angers (Francia), por lo que celebra este año cuatro décadas de existencia. El segundo, a la coreógrafa, nacida en Toulouse, en 1951, de padre cordobés y madre madrileña, exiliados tras la guerra civil, que ha cumplido 70 años el pasado junio.

May B fue recibido con polémica en su estreno pero eso no impidió que siguiese de una forma u otra sobre el escenario desde entonces y que la coreógrafa de la aplaudida y magnífica Cendrillon (1985) se convirtiera en un nombre subrayado entre los que protagonizaban la nueva ola dentro de la danza gala.

Maguy Marin se inspiró para ella en el teatro del absurdo del escritor irlandés Samuel Beckett, a quien envió su proyecto para recibir su aprobación y con quien pudo reunirse para hablarle de esta pieza que tituló con el nombre de la madre del autor de Esperando a Godot, May. Los diez personajes de la coreografía-poco-bailada de Marin son como espectros que surgen de la oscuridad –literalmente, tras casi diez minutos de estar los espectadores sumidos en ella-, visten de blanco grisáceo y están maquillados y empolvados como esperpentos de gesto minimalista.

Es una apuesta por remover por dentro al espectador con una mezcla de puesta en escena que les muestra absurdos, mezquinos, alienados, como salidos de un antiguo manicomio, sin pasado ni futuro. La repetición se impone en los movimientos, las secuencias coreográficas son sencillas, con uso del suelo, siempre después de jugosos planos pedestres donde impera la gestualidad. May B tiene un claro final, cuando alcanza la hora y diez minutos aproximadamente, y un innecesario y tedioso alargamiento de veinte minutos.

Lo importante al ver May B es tener muy presente que se creó en 1981 porque mucha de la energía de la llamada nueva danza francesa nacía frente o como contraposición al que llamamos ballet clásico y todo lo que representa. La onda expansiva del Mayo del 68 y su ola ideológica de izquierdas posterior también tuvo su efecto en el arte del movimiento. Ante el orden, la belleza y el cuerpo apolíneo de la danza académica franco-italiana que Luis XIV, el Rey Sol, lanzó y potenció –con raíces firmes todavía hoy en París y su Ballet de la Ópera-, creadores como Maguy Marin reivindicaron eso de que “cualquier persona, con el cuerpo que tenga, puede ser bailarín” y, de su trabajo se desprendía también algo así como que el feísmo es más intelectual, más trascendental y “adulto”.

Que en Francia naciera esa nueva ideología en la danza, por suerte no desmanteló estructuras y tradición de ballet clásico de siglos, ya que el Ballet Nacional de la Ópera de París, su importante escuela y todas las compañías que todavía entonces seguían trabajando con la técnica clásica mantuvieron su sitio. Hoy, solamente el ballet con sede en la Opéra Garnier y actuaciones en Bastille, y el de Biarritz, que es centro coreográfico, aferrado al neoclasicismo de su director, Thierry Malandain, son ajenos al tsunami de danza “contemporánea” que ya puebla el país vecino absolutamente. En España, ni tenemos ballet nacional clásico con sede en su propio teatro. “Lo contemporáneo” es cada vez más “la danza” en España. Por ello, el ballet ha menguado en su exposición escénica y con respecto a cómo estaba en aquellos años ochenta por la energía que ya traía desde las décadas anteriores.

En primera fila de la última función de May B, el sábado 18, a la que asistimos, estaba Pedro Almodóvar y nuestro pensamiento se fue, inmediatamente, al momento de estreno de esta obra que figura en un lugar destacado de la historia de la danza en Francia. Porque fue creada entre sus dos primeras películas, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) y Laberinto de pasiones (1982), que derrochaban desfachatez, humor, juventud y estética colorista. Marin, por el contrario, retomó el testigo de la danza butoh japonesa y su pesadumbre tras la II Guerra Mundial, junto con el existencialismo francés y el expresionismo alemán. Lo suyo, en los ochenta, fue “otra movida”. Maguy Marin y ‘May B’