
Una hermosa rareza ha presentado la Ópera Real de Valonia, consiguiendo atraer la atención de la prensa internacional. Poder disfrutar de la ópera Manon Lescaut de Auber (1782-1871) en escena es tarea muy difícil. La obra fue estrenada en París, en 1856 cuando Auber contaba con 74 años de edad, y precede a las obras de Massenet (1884) y Puccini (1893) cuyo éxito la han hecho desaparecer del repertorio. Eugène Scribe, libretista de primera categoría, logró dar a la novela del Abate Prévost un carácter genuinamente teatral, perfilando, añadiendo o eliminando personajes y escenas con bisturí. Las obras de Auber merecería, por calidad y belleza, estar más frecuentemente en las programaciones de los teatros, y muy especialmente ésta en la que la madurez del compositor nos regala una joya musical muy bien labrada. El director musical Cyril Englebert extrajo con ligereza y precisión los sabores más sutiles de la partitura. Encomiable trabajo que fue recompensado con calurosos aplausos al maestro, la orquesta y el coro. La soprano coreana Sumi Jo se encargó de dar vida a la protagonista. Su claro y brillante timbre, aderezado con maravillosos agudos, entusiasman al público; y su carisma en el escénico contribuye notablemente a subrayar su actuación. Su voz ha ganado un poco de cuerpo aunque no lo suficiente para ofrecer un traductor perfecto a la parte de Manon Lecaut. El barítono holandés Wiard Witholt (Marqués D’Hérigny) dio empaque a su personaje con voz ampulosa aunque desigual y no especialmente bella. El tenor Enrico Casari, canto elegante y atractivo timbre de lírico ligero, sacó provecho del largo duo del final de la obra. Su personaje (Des Grieux) es relativamente corto en esta obra, pero supo sacarle el mayor rendimiento posible. También reducido, comparándolo con las otras dos Manon, es el personaje de Lecaut. El barítono Roger Joakim se encargó de él con autoridad y eficiencia. La soprano Sabine Conzen y la mezzosoprano Laura Balidemaj también sobresalieron positivamente como Marguerite y Madame Bacelin, respectivamente.

La puesta en escena de este Manon Lescaut de Auber de Paul-Emile Fourny mezcló con inteligencia lo tradicional y con rasgos teatrales contemporáneos. Utilizó como marco general la escenografía única (Benoît Dugardin) de gran potencia estética (una maravillosa biblioteca), que conectaba con la origen literario de la obra (con la muerte final de la protagonista sobre un libro abierto de gran tamaño) y con un cuidado vestuario (Giovanna Fiorentini) no siempre clarificador de las intenciones de Fourny. La iluminación preciosista de Patrick Méeüs vistió maravillosamente la escena. En suma una hábil y bien elaborada Manon Lescaut que busca su rehabilitación entre el público de hoy.
Federico Figueroa