Cuando salíamos de escuchar María del Pilar en versión concierto, nos hacíamos una pregunta para la que no hemos encontrado una respuesta adecuada: ¿Cómo es posible que esta obra ni se haya representado ni se haya ofrecido en versión concierto, desde el año 1902? ¿Cual es la extraña maldición que sufren los grandes títulos del repertorio español, cuyas partituras acumulan el polvo del olvido y de la incomprensión?¿Por qué se han venido repitiendo hasta la saciedad títulos más que discutibles en cuanto a la envergadura de la partitura, que a fuerza de repetición han ido calando en un público poco exigente y, sin embargo, se condenan al olvido obras tan importantes, como la que nos ocupa, que dignifican el género y constituyen la prueba palpable de que no podemos seguir manteniendo ese ridículo complejo de inferioridad que nos hace desdeñar lo bueno, sin ninguna razón que justifique ese desdén que nace casi siempre de la ignorancia?
Todas estas interrogantes vienen a cuento porque la obra de Gerónimo Giménez consiguió impactarnos de modo positivo, no en balde estamos ante una creación llena de calidad, con momentos arrebatadoramente líricos, con escenas de conjunto, concertantes de gran calidad musical, de indudable acierto y porque en todo momento nos encontramos ante un título de gran envergadura y que da un mentís a los que siempre quieren considerar a la zarzuela como un género menor. ¿Cuándo nos convenceremos de que el género – llámese como se llame- no hace la calidad, sino que ésta depende de sus valores musicales? Por eso me alegro y mucho de poder volver a felicitar a la dirección del Teatro de la Zarzuela por esta gran tarea que está llevando a cabo de combinar estrenos con el rescate de grandes obras de nuestro patrimonio lírico. Se esta llevando a cabo una política de equilibrio responsable y los resultados no pueden ser mejores. Si hace unas semanas podíamos alegrarnos de presenciar una excelente obra como La casa de Bernarda Alba, tan bien construída por el maestro Miquel Ortega, tenemos que congratularnos ahora al poder escuchar -en versión concierto- esta importante obra del maestro Giménez que, tristemente al igual que tantas otras zarzuelas, dormían el sueño injusto del olvido. Ahora se nos ha ofrecido en una versión que homenajeaba al maestro López Cobos, con un reparto muy interesante.
María del Pilar cuenta con un libreto de Francisco Flores y Gabriel Briones. Este libreto ha sido adaptado, pienso que con bastante fortuna, por María Velasco. Y sobre un argumento un tanto convencional surge diáfana, hermosísima, la música del maestro Gerónimo Giménez, música que nos llega en la muy importante edición llevada a cabo por Juan de Udaeta. La interpretación, bajo la dirección musical de Óliver Díaz ha contado con las intervenciones de Carmen Solís, como María Pilar, Iwona Sobotka, como Esperanza, Marina Rodríguez Cusí, ha dado vida al personaje de la Señá Nieves. Andeka Gorrotxategi ha encarnado a Rafael; Rubén Amoretti a Valentín, Damián del Castillo ha dado vida a Marcelino. David Sánchez ha sido el Tío Licurgo y Jorge Rodríguez-Norton como Almendrita. La narración, hilo conductor argumental entre los números musicales, ha corrido a cargo del actor Mario Gas que encarnaba a Almendrita ya maduro y de vuelta de todo.
Lo que más me ha llamado la atención ha sido la gran calidad de la música. Una partitura rica en hallazgos, con un tratamiento espléndido, cuidada orquestación y con una riqueza melódica que la hace sumamente atractiva. Antes he aludido a algunos aspectos líricos que contrastan con otros momentos de una grandiosidad espectacular. Como ese maravilloso concertante con el que termina el primer acto, donde se pone de manifiesto la capacidad de Giménez de crear un ambiente especial, de culminar la acción teatral con una cantidad de recursos estéticos de muy alto nivel. Y ya que hablo- escribo- de ese concertante admirable, no puede dejar de referirme a uno de los momentos más logrados como es la romanza de Valentín, Cual rayo que me aniquila, una romanza llena de belleza, de dramatismo y, al propio tiempo, de una inusitada ternura. Mezcla lo dramático con lo lírico y lo resuelve de forma admirable. También creo que es justo que destaquemos que el bajo Rubén Amoretti prácticamente ha bordado esta preciosa pieza, le ha dado toda la fuerza y la pasión que requiere y, al mismo tiempo, ha sabido transmitir el intenso lirismo que subyace en todo el parlamento musical. Una interpretación muy brillante al servicio de un gran momento musical. Y algo parecido puede decirse de la vibrante jota, llena de brío y de gracia, con sus dos secciones perfectamente marcadas, una jota hermosa, bella, plena de autenticidad y que ha dado pie a una muy buena interpretación del coro y de la soprano Carmen Solís y el tenor Jorge Rodríguez Norton. Los distintos números musicales ofrecían el valor de una música muy bien `pensada, de romanzas y dúos perfectamente estructurados y con una belleza incuestionable. Resulta muy interesante la romanza del tenor que ha sido cantada con gusto por el tenor Andeka Gorrotxategi, poseedor de una voz de timbre muy bello y que ha cantado con un gran sentido de la musicalidad. Y así prácticamente todos los números como el coro inicial y el dúo- cómico pero con gran calidad- donde me ha gustado la buena voz del bajo David Sánchez y el buen hacer de Marina Rodríguez Cusí. Carmen Solís y Iwona Sobotka dieron vida con acierto a sus respectivos personajes, María del Pilar y Esperanza y Damián Sánchez también estuvo a buena altura destacando su intenso dúo con el bajo en el segundo acto. La actuación de Mario Gas, como narrador ha estado presidida por la sobriedad y el buen hacer, llevando el hilo del desarrollo argumental. He dicho sobrio, eficaz y sin ninguna concesión innecesaria.
Y quiero destacar sobre todo-a mi juicio- la que considero formidable actuación de Óliver Díaz que ha sabido leer adecuadamente todo el artístico mensaje que nos legaba Giménez, consiguiendo un resultado perfecto con una orquesta que ha sonado admirablemente bien, dirigiendo con precisión a los solistas y al coro. Siempre ha estado eficaz el maestro director y en muchas ocasiones su actuación ha brillado a gran altura, siendo decisivo para el gran éxito que ha supuesto esta versión concierto de una obra tan hermosa y tan desconocida como María del Pilar. Y en la buena política del teatro tenemos a la vista otra reposición, otro importante rescate, esta vez debido a la inspiración de Gaztambide.
Lo dicho, que los aplausos y bravos que jalonaron la actuación de cantantes, orquesta y coros fue la lógica reacción ante una preciosa obra y una interpretación más que solvente.
José Antonio Lacárcel