Termina por este año el Festival de Wexford con esta ópera de Gaetano Donizetti, que rara vez se representa y hay buenas razones para ello.
Maria de Rudenz se estrenó en Venecia en 1838, siendo una de las últimas óperas de Donizetti antes de establecerse en París. La ópera fue ya mal recibida en su estreno y la crítica se centró entonces en dos aspectos. Por un lado, la corta inspiración del compositor en este caso y por otro, el más que deficiente libreto, poco creíble y retorcido como pocos. Lo sorprendente es que dicho libreto lleva la firma de Salvadore Cammarano, que puede considerarse como el mejor libretita de la época junto con Felice Romani. Habrá que recurrir al dicho aquel de que el mejor escribano echa un borrón.
El argumento de la ópera está lleno de situaciones inverosímiles, incluyendo fantasmas, duelos de hermanos, apuñalamientos e intentos de asesinatos y lo que quieran. La credibilidad raya en mínimos y también hay admitir que hay muchas óperas de Donizetti mucho más interesantes musicalmente que ésta.
El Festival de Wexford ha ofrecido una nueva producción con dirección escénica de Fabio Ceresa. La verdad es que salgo con la duda de si el regista ha pretendido hacer un trabajo cómico o serio. Lo digo, porque durante la representación aparecen unos muñecos, manejados por los propios cantantes, cuyos movimientos, que parecen reproducir situaciones escénicas, son recibidos por el público con hilaridad. La escenografía de Gary McCann ofrece lo que puede ser una fachada de un palacio o castillo. Al abrirse, aparecen unos módulos móviles, con distintas estancias y escaleras y es aquí donde se desarrolla en muchos momentos la acción, con el problema de que esos cubículos son muy reducidos y apenas permiten moverse a los artistas. El vestuario de Giuseppe Palella resulta un tanto extraño con los solistas, pero más todavía con el coro, que parecen casi fantasmas. La iluminación de Christopher Akerlind no tiene mayor interés. La dirección escénica no es muy convincente, pareciendo que Fabio Ceresa se ha querido centrar en el movimiento de los muñecos.
La dirección musical estuvo encomendada al británico Andrew Greenwood, cuya lectura no me ha parecido demasiado convincente. Ha habido control y poca inspiración por su parte. La Orquesta del Festival de Wexford lo hizo bien, pero por debajo del día anterior. En cuanto al Coro del Festival nos ha ofrecido su actuación más floja a lo largo del festival.
Maria de Rudenz estuvo interpretada por la soprano italiana Gilda Fiume, que me produjo una impresión positiva. La voz es amplia, de lírica plena, adecuada al personaje. Tiene temperamento y canta bien, siendo capaz de apianar en determinados momentos.
Corrado requiere un barítono de tipo verdiano y es el personaje que más tiene que cantar durante toda la ópera. Fue interpretado por el coreano Joo Won Kang, de voz ancha y bien timbrada. Me pareció una tanto monótono en su canto durante el primer acto, pero fue mejorando en los dos siguientes, dejando una buena impresión.
El tenor tejano Jesús García fue Enrico, mostrando una voz de cierto atractivo en el centro, aunque un tanto reducida. Su mayor problema radica en que la zona alta está muy comprometida.
La mezzo soprano Sophie Gordeladze fue Matilde, mostrando una voz de no excesiva calidad y bastante destemplada por arriba. Finalmente, el personaje de Rambaldo fue interpretado por Michele Patti, de voz poco atractiva.
El teatro estaba lleno y el público parecía satisfecho con la representación, con sonoras carcajadas con el movimiento de los muñecos. Los mayores aplausos fueron para Gilda Fiume y para Joo Won Kang.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 37 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 59 minutos. Cinco minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 145 euros, costando la butaca de platea 105 euros. La localidad más barata costaba 35 euros.
José M. Irurzun