Maria Stuarda. Donizetti. Londres

Covent Garden de Londres. 14 Julio 2014.

Todos los buenos aficionados saben que esta Ópera de Gaetano Donizetti – como ocurre con otras suyas – no se defiende sino contando con una protagonista de excepción. Maria Stuarda puede servir de vehículo para el triunfo de una cantante excepcional. Por mucho cuidado que se ponga en la producción, dirección y el resto del reparto, los esfuerzos de los organizadores no se verán recompensados, si la protagonista no da la talla.

En los últimos años la mezzo soprano americana – más bien, soprano corta – Joyce DiDonato ha decidido afrontar papeles de soprano y lo ha hecho con éxito, especialmente en la Donna del Lago, de Rossini. Hace dos años decidió afrontar la heroína donizetiana en Houston, repitiéndola posteriormente en el Metropolitan y Berlín (en versión de concierto) y ahora en el Covent Garden londinense. El éxito le ha acompañado a la artista americana en todos los casos, como también estoy seguro de que ocurrirá en el próximo mes de Diciembre, cuando interprete a la desgraciada reina de Escocia en el Liceu de Barcelona.

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Joyce DiDonato es una cantante excepcional, una de las muy pocas capaz de enfrentarse con éxito a las endiabladas partituras de la época belcantista. Canta con un gusto exquisito, una técnica irreprochable, una voz bellísima y grandes dosis de expresividad. En suma, una auténtica diva en el más noble sentido de la palabra. En su interpretación asistimos a una auténtica lección de canto, en la que hay que destacar que en todas las repeticiones introduce notables variaciones y de gran dificultad. Cosa distinta es si es la intérprete ideal de Maria Stuarda, ya que no es la soprano tipo Caballé o Gencer que en mi opinión requiere el personaje. La suya es una interpretación más elegíaca que dramática, en la que se echa en falta mayor brillantez en los finales de las arias y en los concertantes, que van siempre a la octava inferior. No obstante, resuelve muy bien la escena del enfrentamiento de las dos reinas al final del primer acto y resulta particularmente interesante en toda la parte final de la ópera, a partir de la escena de la confesión con Talbot.

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Reconociendo su gran calidad como cantante, hay que resaltar el hecho de que su presencia condiciona el resultado global de la ópera. Al no ser Joyce DiDonato una soprano plena, se busca el contraste vocal con Elisabetta, haciendo que este rol sea interpretado por una soprano lírica y no por una auténtica falcon, que es lo habitual cuando Maria Stuarda es una soprano. Como ya ocurriera en Berlín, la elegida para Elisabetta es Carmen Giannattasio, cuya adecuación al personaje me resulta poco convincente, ya que a su voz le falta peso para traducir la maldad y el rencor que Donizetti escribe para ella. Es una cantante solvente, pero se queda corta en el personaje.

En el personaje de Leicester estaba el tenor jerezano Ismael Jordi, cuya actuación no tuvo un brillo especial, cumpliendo con su cometido con suficiencia. Me he referido en varias ocasiones en los últimos años al hecho de que la voz de Ismael Jordi está mejor emitida que antes y no tiene problemas para hacerse oír en cualquier teatro. Su instrumento nunca ha sido de una gran belleza y a su voz le falta un cierto peso para triunfar en el personaje. Quizá tengo muy fresco el recuerdo de Joseph Calleja el mes pasado en Berlín.

El bajo-barítono británico Matthew Rose me produjo una positiva impresión en Talbot, cantando con nobleza y buen gusto. Menos interesante Jeremy Carpenter en la parte del malvado Lord Cecil. Un tanto mediocre Kathleen Wilkinson como Anna Kennedy.

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Estas óperas belcantistas no suelen formar parte de las preferencias de los grandes maestros, ya que su labor fundamental suele ser concertar y apoyar a los cantantes. En esta ocasión hemos tenido en el podio al francés Bertrand De Billy, cuya actuación me ha resultado francamente buena. Su labor de concertación no ofreció problemas y supo aportar inspiración en el segundo acto de la ópera. El resultado de su dirección es muy superior al que ofreció Paolo Arrivabeni en Berlín. Hay que destacar también la prestación de la Orquesta de la Royal Opera House y, especialmente, la actuación del Coro de la Royal Opera.

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El Covent Garden ha ofrecido una nueva producción escénica, que lleva la firma de Moshe Leiser y Patrice Caurier, que es la que se verá en unos meses en Barcelona. para mí es el peor trabajo escénico que he visto de esta pareja de registas, que siempre me han parecido unos muy interesantes directores de escena. La escenografía de Christian Fenouillat ofrece una primera escena con una tela al fondo que parece ser el parlamento británico, con unas butacas por delante y un atril o podio para la primera intervención de la reina. A partir de esta primera escena nos vamos a Forteringa, donde transcurre todo el resto de la ópera en lo que parece ser un patio de prisión. El vestuario de Agostino Cavalca no puede ser más confuso, puesto que todos los personajes visten ropas actuales, mientras que las dos reinas van vestidas con pesados ropajes de la época histórica del drama. Algún sentido tendrá este galimatías, aunque no se me alcanza sino que quieran significar sus autores que la monarquía es algo anticuado y fuera de lugar, que no ha sido capaz de evolucionar. La iluminación de Christophe Forey no saca demasiado partido a las posibilidades que ofrece la prisión.

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Aparte de la mezcla de épocas y el poco atractivo escénico de la producción, la dirección escénica de Leiser y Caurier tampoco tiene interés, con escaso movimiento de masas y una ramplona dirección de actores, en la que no faltan detalles absurdos, como el afán de la Reina de Inglaterra por desnudar en escena a Leicester.

El Covent Garden ofrecía una vez más un magnífico aspecto y el público ofreció una triunfal acogida a Joyce DiDonato. Estoy seguro de que su triunfo se repetirá a fines de año en Barcelona, como ocurrirá también en la versión de concierto de la Alcina de Haendel que ofrecerá la diva americana en Octubre en gira por Europa, con dos paradas en España, en Pamplona y Madrid. No se lo pierdan.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 42 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 9 minutos. Seis minutos de aplausos, algo más de lo habitual en Londres. Aquí el telón baja por mucho que aplauda.

El precio de la localidad más cara era de 240 euros, costando la entrada más barata con visibilidad plena 40 euros.

José M. Irurzun