Marina Rebeka brilla en La Traviata de la Bastilla

La inspirada en La Dama de las Camelias de Dumas vuelve a la Ópera de la Bastilla este mes de febrero, sin duda, una de las óperas más representadas en todos los teatros del mundo.

La Traviata de Benoît Jacquot creada en 2014, a primera vista es bastante clásica, mucho vestido ostentoso y sombreros de copa; pero a la vez muy minimalista creando un contraste entre lo clásico y lo moderno.

La Traviata de la Bastilla
La Traviata de la Bastilla

Benoît Jacquot utiliza cuatro espacios, uno por cada cuadro de la obra. Sin embargo, lo hace con un solo cambio de escena, dividiendo el escenario en dos, duplicando ambientes y focalizando la atención en uno u otro por medio del juego de luces. En el primer y tercer acto encontramos una cama gigante a un lado y una salita a modo de salón con un diván rojo al otro. En el segundo, un árbol a modo de patio queda a la izquierda y a la derecha unas escaleras de una casa de París. Si bien la idea empieza siendo más o menos efectiva en el primer acto, donde aún encontramos cierto espacio libre para que los personajes principales se muevan, en el segundo queda totalmente descompensado, con excesivo espacio bajo el árbol para el dúo de Violetta y Germont al principio y demasiada gente concentrada en las escaleras después, lo que termina agobiando y angustiando al espectador. Esto alcanza su máximo cuando un batallón de gente empieza a amontonarse creando un amasijo irracional en el que hasta un ballet de goyescos y toreras hace aparición para parodiar una corrida de toros española durante el coro de zingarelle e mattadori. El tercer acto vuelve a mostrarnos la habitación de Violetta, algo más lúgubre, con algunas partes tapadas por sábanas que nos recuerda que el triste final a punto de llegar.

El coro, impecable en su ejecución durante toda la noche queda a la sombra ocupando un espacio al fondo, de negro y sin apenas movimientos a causa de la escenografía.

La Traviata de la Bastilla
La Traviata de la Bastilla

Para embellecer esta escena tan oscura, los dos protagonistas, Alfredo, encarnado por Ramë Lahaj y Violetta, Marina Rebeka, se encargan de llenarla con sus impecables papeles. Son la pareja perfecta, creíbles y apasionados, hacen que el espectador se involucre de lleno en su historia.

Ramë Lahaj, joven, guapo y de aspecto noble, es el perfecto Alfredo. Su hermoso color de voz y su musicalidad nos hace olvidar como a veces queda algo ahogado e incluso un poco fuera de tono en las notas finales. En ocasiones incluso da la sensación de traspasar la cuarta pared convirtiendo sus arias en recitales cantando directamente al público.

Indiscutiblemente Marina Rebeka es la protagonista de la noche. Aunque ya la conocíamos haciendo de Violetta y recordamos sus actuaciones en el Metropolitan de Nueva York, éste era su debut en la Ópera de París y podemos decir que ha engalanado con alfombra roja el camino a su sustituta los días 21, 25 y 28 de Febrero, Anna Netrebko, la innegable Violetta del público. Sus agudos cubiertos, su dramática voz de pecho y sus coloraturas impecables la convierten en la estrella de la noche. Su aria final, aquella que canta en el último acto de la ópera donde Violetta sigue releyendo una carta que recibió de Giorgio Germont, padre de Alfredo, es elegante y dulce, indudablemente uno de los momentos más vehementes e impresionantes de la representación.

Caben destacar también el barítono Vitaliy Bilyy de color oscuro y voz firme en el papel de Germont, el cual será sustituido por Plácido Domingo en las tres últimas funciones; el tenor Julien Dran de brillante voz y el barítono Philippe Rouillon, potente voz y gran presencia en el escenario como el Barón Douphol.

Rebeca Blanco Prim